Eric Ambler - Una Cierta Angustia
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– Está cerca, sí, -dijo ella lentamente.
Mentalmente vi la indecisión reflejada en su cara. Tenía que aceptar el hecho de que, en cuanto a las cuestiones prácticas, había llegado el momento en que no le quedaba otro remedio que delegar su autoridad de principal y confiar en mi juicio.
– ¿Qué le dirá? -me preguntó.
– Eso depende de lo que él me diga primero.
– ¿Me lo contará tan pronto como le haya hablado?
– Naturalmente. Ahora mismo le voy a llamar.
– Buena suerte para los dos, Pierre.
Un ligero temblor empañó su voz al decir esta última frase. Colgó antes de que yo contestara.
Me fumé un cigarrillo y pensé cuidadosamente las cosas que no debía decir, antes de coger el teléfono de nuevo y marcar el número del hotel de Skurleti.
Contestó en el momento mismo en que el operador llamó a su habitación; pero había una nota de recelo en su voz al principio.
– ¿Diga?
– Le prometí que le telefonearía hoy, Monsieur .
– Ah, sí -el alivio era evidente-. Estuve esperando su llamada. ¿Es correcta la información de que habla usted inglés?
– Sí.
– Entonces, por conveniencia, hablemos este idioma.
Su acento en inglés era tan horrible como en francés, pero la sintaxis era mejor.
– No hay ningún inconveniente.
– Me ha interesado mucho lo que ha escrito usted en una revista.
– Me imaginaba que así sería.
– Es una pena que no hubiéramos hablado del asunto el viernes. Hubiéramos ahorrado tiempo y habría sido más fácil y menos peligroso para los dos.
– Me alegro que sea usted consciente del peligro.
– Oh, sí. Supongo que no se habrá molestado en ir a Séte, después de todo.
– Ya había estado allí.
– Comprendo. Entonces la razón del retraso fue una simple táctica. A la chica sólo le interesa el mejor postor.
– Exacto.
– ¿Y cuánto me pedirá usted por la presentación?
– No hay ninguna presentación, Mr. Skurleti. Yo soy el agente exclusivo en este asunto.
– Con plenos poderes, supongo.
– Sí.
– ¿Y con credenciales que demuestren que así es?
– Ciertamente.
– ¿Cuál es su plan?
– Antes de nada, que adopte usted las medidas necesarias para evitar los posibles peligros que antes mencionaba.
– Ah -la sugerencia pareció agradarle-. Creo que nuestros pensamientos siguen caminos paralelos.
– Sugiero que se traslade usted fuera de Niza, a Villefranche quizás, o a St. Jean.
– Para su satisfacción, le diré que ya me había anticipado a esa sugerencia. Mi maleta ya está preparada. Sólo estaba esperando su llamada. Pero creo que un poco más lejos será más seguro. Antibes posiblemente.
– ¿Qué hotel?
– Tengo una habitación reservada a nombre de Kostas en el Motel Cote D'Azur. Pero creo que no necesitamos esperar a que yo esté allí para concertar una entrevista en privado.
– ¿Tiene coche?
– Sí.
– ¿Qué marca?
– Un Ford Taunus.
– En la Moyenne Corniche, encima de Villefranche, hay un café llamado Relais Fleuri. Si me espera allí, solo, a las nueve de la noche, en el aparcamiento, me reuniré con usted.
– ¿Con las credenciales?
– Con las credenciales. Y otra cosa, Mr. Skurleti.
Hice una pausa.
– ¿Diga?
– Es absolutamente inútil nuestra entrevista si no estamos seriamente dispuestos a hablar de negocios.
– Naturalmente.
– Y a hablar en el mismo idioma.
La metáfora le despistó por un momento. Comenzó a decir que no entendía, pero de pronto se detuvo.
– Ah, se refiere usted al aspecto financiero.
– Sí. El precio andará por los doscientos mil nuevos francos.
Hubo un silencio antes de que me contestara.
– Hasta que no esté seguro de lo que se me ofrece, es inútil discutir la cuestión del precio. Pero le diré ya ahora que no estoy autorizado a negociar con una suma tan elevada.
– Entonces creo que sería mejor que pidiese autorización para hacerlo. Si es necesario podemos retrasar la entrevista. Ahora que hemos reestablecido el contacto ya no hay urgencia inmediata. ¿Quiere que le vuelva a telefonear mañana?
– Preferiría no cambiar los planes de esta noche. ¿Hay algún número de teléfono donde pueda encontrarle?
– No, me temo que no. Si nos reunimos esta noche, espero que usted haya decidido si a sus representantes les interesa comprar o no y si acceden a pagar ese precio. Puesto que es usted el primer interesado, tiene de momento una ventaja. Si está dispuesto a perderla, es asunto suyo. De una cosa estoy seguro. El precio no bajará, sino que muy bien puede aumentar.
Skurleti dejó escapar un gruñido.
– Y también el peligro… el peligro para usted.
– Por eso es por lo que se le ofrece a usted esta temprana oportunidad. Tanto la chica como yo somos perfectamente conscientes del peligro. Sin embargo, en caso de necesidad, estamos dispuestos a afrontarlos para obtener el precio deseado. De esto no le quepa la menor duda, Mr. Skurleti.
Hubo una pausa.
– Muy bien -dijo al fin-. Le veré esta noche. Dadas las circunstancias, sin embargo, tengo que pedirle que retrase un poco la hora. Si he de consultar a mis representados, tengo que hacer varias llamadas telefónicas.
– ¿Cuánto tiempo necesitará?
– Creo que con media hora más será suficiente.
– Muy bien. A las nueve y media.
Colgué. A continuación me acerqué al mueble bar y me puse una buena copa de coñac. Luego telefoneé a Lucía y le conté brevemente la conversación.
Su reacción fue característica.
– ¿No puso objeciones al precio?
– No, pero las pondrá. De esto puede estar segura.
– Pero ¿no pareció sorprendido?
– No dijo que le sorprendiera, tampoco dijo que no. No hizo ningún comentario. Quiere verme.
– Tal vez hayamos pedido demasiado poco.
– O tal vez hayamos pedido demasiado mucho. Luego lo sabremos.
– Estaré con usted tan pronto pueda.
Acaricié la copa de coñac y me dispuse a escuchar otra información de noticias. Esta vez se trataba de un resumen de los boletines anteriores; pero la lectura de las noticias fue seguida por un comentario. El comentarista era un tipo agrio, cuya función parecía ser la de desacreditar las noticias de las que acababa de informar. Tras sus reticencias sobre las "absurdas" pretensiones de la gestión francesa en la conferencia de Ginebra, se detuvo en los últimos acontecimientos del caso Arbil.
En Suiza, torturan y asesinan a un exiliado kurdo -dijo con tono molesto-; en Francia, la joven francesa que escapó de su casa espera agazapada con el terror a que los mismos asesinos la encuentren para torturarla y asesinarla también. Aquí en Niza, un periodista responsable y respetado tiene el valor de escribir el relato de su apurada situación y luego desaparece.
La voz destilaba desprecio al continuar.
¿Y qué hace nuestra valiente policía? Anuncia que tiene que hacer algunas preguntas. ¿Qué hacen nuestros colegas de la prensa? Hacen algunas bromitas. Nosotros no encontramos divertidas esas bromas. Monsieur Maas encontró a Mademoiselle Bernardi, cosa que la policía no fue capaz de hacer. Monsieur Maas ha demostrado ser más astuto que sus desdeñosos colegas. Esperamos sinceramente que él y la mujer, a quien sin duda protege, sean encontrados y puestos a salvo antes de que los asesinos los torturen y maten. Tal vez la policía se deje convencer de que olvide su orgullo herido de momento y cumpla con su deber… si es que saben cuál es.
Sus sentimientos eran estimables, ciertamente; pero sus palabras me preocuparon, y en muchos sentidos.
Lucía llegó un tanto aturdida, poco después de las ocho. Había tenido problemas para comprar el World Reporter . En la estación se había agotado. Había habido una avalancha sobre el semanario. Y no se había atrevido a comprarlo en un kiosco iluminado. Al cabo de un rato, logró encontrar un ejemplar en un kiosco de la Avenida de la Victoria.
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