Donna Leon - Testamento mortal

Здесь есть возможность читать онлайн «Donna Leon - Testamento mortal» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Testamento mortal: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Testamento mortal»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Al regresar de viaje, una joven traductora encuentra muerta a su vecina de abajo. La víctima es una señora mayor, encantadora y sin enemigo aparente. En la casa está todo en orden pero unas gotas de sangre junto a la cabeza del cadáver llaman su atención y decide llamar a la policía, de esta manera el caso queda en manos de Brunetti. El informe forense determina que la mujer tuvo un ataque al corazón y la sangre obedece a que al caer al suelo se golpeó la cabeza, pero hay ligerísimos indicios de violencia. Aunque nada apunta a un delito criminal, Brunetti tiene una intuición, no sabe qué es lo que no cuadra, pero no se conforma con esta explicación e investiga. El famoso comisario deberá descubrir si se trata de una muerte natural o hay algo criminal en ella.

Testamento mortal — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Testamento mortal», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Brunetti pensó que parecía insólitamente pasiva al describir la escena.

– ¿Y?

– Y se fue y llamó a la policía.

– ¿Qué ocurrió entonces?

– Acudieron al piso a hablar con él, pero no hicieron nada.

– ¿Por qué?

– Porque era la palabra de él contra la de ella. Dijo que la chica había iniciado la discusión, y que él se limitó a defenderse. -Al relatar los hechos, y aunque lo procuró, no consiguió disimular el menosprecio hacia la policía y la ira ante los prejuicios masculinos. Continuó, y finalmente expresó su opinión-: Además, ella es una mujer y él, un hombre. -A Brunetti le sorprendió que se abstuviera de añadir: «Y siciliano.» Ante el silencio de Brunetti, prosiguió-: Vivían en Treviso y, como he dicho, llamó a nuestra oficina de allí. Creyeron que estaría segura aquí, en la ciudad. Está lo bastante lejos.

Tras considerar lo que acababa de decirle, Brunetti preguntó:

– ¿Fue la policía la que le dijo eso?

Sus facciones parecieron contraerse.

– Hablé con alguien de nuestra oficina, y eso es lo que me dijeron.

Al cabo de un rato, Brunetti volvió a preguntar:

– Usted ha dicho que la signora Altavilla colaboró con usted durante varios años.

Resultaba evidente que la pregunta le había disgustado, pero acabó respondiendo:

– Sí.

– Y corría cierto riesgo. -Cuando advirtió que ella se disponía a protestar, precisó-: Riesgo teórico. Pero aun así lo hacía de buen grado. -Ella asintió, apartó la mirada y luego la dirigió de nuevo hacia él-. Usted ha dicho que esa mujer ya no está aquí. Y no había señal alguna de su presencia en el piso. -La signora Orsoni volvió a asentir-. ¿Pudo haber regresado?

Con voz mesurada, desprovista de emoción, dijo:

– No tenía nada que hacer allí.

– ¿Cómo puedo saber que eso es cierto?

– Porque se lo digo yo.

– ¿Y si opto por no creerla?

Mientras aguardaba su respuesta, Brunetti captó el momento en que ella decidió irse; lo vio en sus ojos y luego lo oyó cuando arrastró los pies bajo la silla. Brunetti levantó una mano para atraer su atención y le preguntó en tono suave:

– Su organización es bastante conocida, ¿no?

Ella sonrió involuntariamente ante lo que tomó como un cumplido.

– Me gustaría pensar que sí.

– E imagino que la ciudad le da el apoyo que puede. Más la aportación de donantes particulares.

Su sonrisa era leve pero graciosa.

– Quizá se dan cuenta del mucho bien que hacemos.

– ¿Cree que una mala publicidad cambiaría las cosas?

Brunetti lo preguntó con las mismas maneras suaves y con la apariencia de un auténtico interés.

Ella tardó un momento en asimilar lo que le había dicho.

– ¿Qué quiere decir? ¿Qué mala publicidad?

– Vamos, signora. No hay necesidad de disimular conmigo. La clase de mala publicidad a que daría lugar que los periódicos contaran que su sociedad coloca a una mujer en casa de una viuda -no, digamos que de una viuda veneciana-, y cuando la veneciana muere en extrañas circunstancias, a la mujer que usted colocó allí no se la encuentra por ninguna parte. -Sonrió y dijo en un tono amistosamente coloquial-: No se puede evitar que la palabra «riesgo» acuda a la mente, ¿verdad? -Luego, mucho más serio, continuó con su reconstrucción de los acontecimientos y de cómo serían percibidos, añadiendo algunos detalles para reforzar la idea-: Las circunstancias de su muerte no están claras, y la policía es incapaz de encontrar a esa mujer que fue colocada allí por Alba Libera. -Apoyó el codo en la mesa y se sostuvo la barbilla con las manos-. Ésa es la clase de mala publicidad a la que me refería, signora.

Se levantó. Brunetti creyó que iba a marcharse. Pero se quedó de pie y lo miró durante un rato. Luego sacó su telefonino y alzó una mano dándole a entender que esperara. Se apartó para situarse junto a la puerta, pero se volvió a mirar a Brunetti y salió fuera, donde marcó un número.

Brunetti pidió un vaso de agua mineral y bebió despacio, al tiempo que apartaba con el codo el plato que contenía el emparedado sin comer. Cuando acabó el agua, ella seguía sosteniendo el teléfono, y continuaba pulsando números.

Había un ejemplar de Il Gazzettino en la mesa de al lado, pero Brunetti no quiso ofenderla con una señal de impaciencia tan ostensible. Sacó su cuaderno y escribió unas pocas frases que sacaría en la conversación. Ocupado en ello, no oyó que se aproximaba a la mesa y no se percató de su regreso hasta que dijo:

– No contesta al teléfono.

20

Brunetti se levantó para acercarle la silla. Ella se sentó y se puso delante el telefonino.

– No sé por qué no contesta. Puede ver quién llama -observó, en un tono que Brunetti halló forzado y artificioso.

Él volvió a su asiento y alcanzó el vaso, sólo para comprobar que estaba vacío. Lo hizo a un lado y dijo:

– Claro.

Miró el feo emparedado y luego a la signora Orsoni con expresión implacable. No hizo más comentarios.

– Me llamó -admitió la signora Orsoni.

– ¿Quién? -preguntó Brunetti. La mujer no contestó, por lo que volvió a preguntar-: ¿Quién la llamó, signora?

– La signora… Costanza. Me llamó.

Brunetti sopesó la debilidad de la signora Orsoni y preguntó:

– ¿Por qué?

– Me dijo… Me dijo que había hablado con él. -Miró a Brunetti, advirtió que no la seguía y aclaró-: Su novio.

– ¿El siciliano? ¿Cómo la encontró?

La signora Orsoni apoyó los codos en la mesa y hundió la cabeza entre las manos. La sacudió varias veces atrás y adelante y, mirando la superficie de la mesa, dijo:

– La mujer lo llamó desde la casa, y luego, cuando él devolvió la llamada, Costanza contestó con su nombre y él le preguntó si podía hablar con ella.

A Brunetti le costó un momento abrirse paso entre los pronombres, pero parecía clarísimo que la mujer que se alojaba en casa de la signora Altavilla había sido lo bastante torpe como para telefonear a su novio desde la casa, y así él pudo leer el número del que procedía la llamada. Entonces le resultó fácil devolver la llamada y comprobar si la muchacha vivía allí.

– ¿La amenazó?

La signora Orsoni acercó ambas manos hasta que formaron como un escudo sobre su frente, cubriéndole los ojos. Rechazó la pregunta.

– ¿Qué quería?

Al cabo de un buen rato, contestó:

– Le dijo que todo lo que deseaba era hablar con ella. Podía escoger el sitio que quisiera para encontrarse. Le dijo que se reuniría con ella en la comisaría de policía o en el Florian, en cualquier lugar público donde se sintiera segura.

Dejó de hablar, pero no retiró las manos de la cara.

– ¿Se reunió con él? -preguntó Brunetti.

Con el rostro todavía oculto, reconoció:

– Sí.

Percatándose de que importaba poco dónde tuvo lugar el encuentro, Brunetti preguntó:

– ¿Qué quería?

Ella puso las manos en la mesa y apretó los puños.

– Dijo que deseaba advertirla.

El verbo sorprendió a Brunetti. Su mente dio un salto adelante. ¿Tenía aquel joven una perversa creencia en alguna demencial idea siciliana sobre el honor personal, y quiso advertir a aquella anciana para que se mantuviera fuera de la línea de tiro? ¿O quiso inventarse alguna historia sobre la mujer acogida en su casa?

– ¿Qué ocurrió? -preguntó Brunetti, con una voz que hizo sonar tan tranquila como si le estuviera preguntando la hora.

– Dijo que eso es lo que él hizo: advertirla.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Testamento mortal»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Testamento mortal» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Testamento mortal»

Обсуждение, отзывы о книге «Testamento mortal» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x