Martin Greenberg - Las Nuevas Aventuras De Sherlock Holmes

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LAS NUEVAS AVENTURAS DE SHERLOCK HOLMES Es un homenaje de eminentes autores de misterio -Stephen King, John Gardner, Michael Harrison y otros- realizado en el año 1987 con motivo del centenario de la primera aparición pública de Sherlock Holmes en el Beeton’s Christmas Annual de noviembre de 1887, donde se dieron a conocer los hechos y la resolución del misterio conocido como Un Estudio en Escarlata

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– ¡Es Holmes!

Creo que mi esposa lo supo todo el tiempo. Seguramente, ella, que conocía a Holmes mucho peor que yo, no habría sido capaz de reconocerle antes que yo a través de uno de sus disfraces. Fue sólo camino de casa cuando me di cuenta de lo inadecuado de la película como crónica de una de sus hazañas. La falta de habla obviaba cualquier posibilidad de desplegar su notable razonamiento deductivo. Y me molestaba bastante que los autores de la película ofrecieran la impresión, con la colaboración de Holmes, de que trabajaba solo, sin la ayuda de un asociado.

Por fin me di cuenta de que los disfraces que Holmes usaba cada vez que me visitaba no estaban conectados con la práctica o la prevención de la profesión de detective, sino más bien con una lucrativa actividad paralela como actor de cine. Ya lucra porque las promesas monetarias fuesen demasiado atractivas para ser ignoradas o por la oportunidad de interpretar diferentes papeles además del propio, Holmes había acabado cediendo a los empresarios del celuloide. Creo que debieron intentar convenid lo muchas veces antes de aquel día que he descrito aquí, explicándose así la risible y desesperada elaboración del esfuerzo que realizaron en esta ocasión. De hecho, la amplitud de todo lo que estaban dispuestos a hacer debió ablandar la resolución de Holmes. En cualquier caso, esta tardía y grata segunda carrera debió ayudar a Holmes a seguir adelante en los años posteriores a Baker Street. Muchas veces me he preguntado cómo la apicultura en Sussex, o incluso escribir un libro sobre la detección del crimen, podían resultar entretenimiento suficiente para un hombre de su enorme intelecto e indudable afición a lo teatral.

SHERLOCK HOLMES Y «LA MUJER» – Michael Harrison

UN INFORME EXPLICATORIO DEL DOCTOR JOHN H. WATSON
Navidad 1929 La muerte de lady de Bathe acaecida el año que termina me ha - фото 8

Navidad, 1929

La muerte de lady de Bathe acaecida el año que termina, me ha recordado ciertos hechos que, pese a estar destinados a una publicación póstuma o (lo que es más probable) a no publicarse en absoluto, deben quedar consignados de una forma perdurable para todos aquellos que, en años venideros, deseen conocer toda la verdad sobre el singular e imperecedero amor de mi amigo Sherlock Holmes.

Naturalmente, había muchas personas al tanto de lo que sucedía al margen de las noticias publicadas (aunque en ningún modo al margen de su contenido) en periódicos y revistas, que están al corriente desde hace tiempo de que la dama a quien yo llamé «Irene Adler» en Un Escándalo en Bohemia era la conocida (quizá demasiado conocida) amiga íntima de todos los miembros masculinos, tanto jóvenes como de edad madura, pertenecientes a la Familia Real de la época, empezando por su Alteza Real el príncipe de Gales… aunque Su Alteza no fue el primer miembro de la Familia Real en cultivar la amistad de la dama, que en aquella época era esposa del señor Edward Langtry.

Inevitablemente, y del mismo modo en que Holmes conocía la identidad de «Irene Adler», la identidad de su denunciante, la persona a la que yo intenté disfrazar algo jocosamente como «Wilhelm Gottsreich Sigismond von Ormstein, gran duque de Cassel Felstein, y rey hereditario de Bohemia», fue igual e instantáneamente reconocida como la del todavía muy joven príncipe soberano de Bulgaria, Su Alteza Serenísima el príncipe Alejandro de Battenberg. No es un secreto, y ni por asomo me excuso de ello, el que hice todos los esfuerzos posibles para disfrazar las verdaderas identidades de las personas implicadas, cuando ideé una narración supuestamente ficticia para una popular revista mensual. Mirando atrás, me doy cuenta, con algo de diversión, de las claras influencias que tenía yo a la hora de inventar un nombre imaginario tan absurdamente ridículo como «von Ormstein» y demás, para el real príncipe Alejandro, llamado «Sandro» por nuestra Familia Real, de la que era un gran favorito.

Supongo que, reflexionando sobre el éxito como aventurera de la señora de Edward Langtry, née Emile Charlotte Le Bretón, hija del decano de Jersey, acabé pensando en el aún más deslumbrante éxito de otro miembro de esa Frágil Hermandad que era, al mundo Victoriano, lo que la excesivamente pagada estrella hollywoodense es hoy a la actual generación, no objeto de «un insulto o un silbido» sino más bien blanco de admiración, envidia y, dentro de lo que cabe, emulación. La dama a quien debía tener en mente era hija de un sastre de Cologne y de su esposa francesa. Me refiero a la antigua florista de Burdeos, Hortense Schneider.

Qué bien recuerdo el tiempo en que su retrato se veía por todas partes junto al de las cabezas coronadas de Europa, cuando alcanzó el éxito en todo el continente como Grande Duchesse de Gérolstein, en la obra del mismo nombre. El príncipe de Gales era uno de sus numerosos amantes, y recuerdo muy bien una visita que hizo a Paris, justo antes de la derrota de los franceses por los alemanes, en que esta mujer (según pensaba yo) algo vulgar disfrutó de honores casi reales y, ciertamente, esperaba ser tratada (cosa que normalmente sucedía) con la deferencia debida a alguien «cuya soberanía, a diferencia de otros gobernantes, estaba realmente basada en el amor de su pueblo», según apuntó un historiador inglés.

Sí… ahora que reflexiono, debió ser el tremendo coup de théâtre de madame Hortense Schneider lo que me proporcionó el «eco», por llamarlo así, de «Gerolstein»… «Ormstein», porque recuerdo claramente que fue el año que trabé conocimiento con Sherlock Holmes, 1881, cuando leí en The Times la noticia de la despedida del escenario de madame Hortense Schneider y su inmediato matrimonio con el conde Emile de Bionne. (Y con esto basta en cuanto a la carrera de la hija de un sastre de Burdeos… y en cuanto a la lamentable confusión de los moralistas en lo referente al salario del pecado).

En cuanto a esa referencia a «Bohemia» en mi inventado título para el príncipe «Sandro», el nombre -o más bien el concepto- de «Bohemia», de «Bohème» y de «La vie de Bohème», hace ya mucho que es familiar para la gente culta de nuestra nación gracias a la obra de Henri Murger, Scènes de la vie de Bohème, muy popular en su traducción inglesa, y, más recientemente, gracias a Trilby, la tal vez excesivamente romántica novela de Du Maurier sobre la vida artística parisina. Ahora no puedo recordar sin consultar el disco si Puccini nos había dado ya, o no, su espléndida ópera, cuando preparaba Un Escándalo en Bohemia para su publicación en The Strand Magazine, pero, como ya he dicho, el concepto de «Bohemia», con sus connotaciones do romántica liberación de la disciplina y de una seductora e inocente vida despreocupada, estaba ya muy clara en la mente del ciudadano británico. Así que, no debió parecer irrazonable al joven que entonces era yo -no más de cuarenta años, creo recordar, bautizar a un autoindulgente noble extranjero, que nos visitaba para quejarse de la «deshonesta» conducta de su caprichosa amante, con el imaginario, pero creo que no inadecuado, título de «rey de Bohemia».

Luego explicaré la verdadera naturaleza de su queja…

Debo decir que los periódicos británicos no sólo dedicaron un gran espacio a la difunta lady de Bathe en sus columnas necrológicas, sino que, como es tradicional en la mejor clase de periodismo, se abstuvieron discretamente de explicar el origen de su riqueza, conformándose con decir que, en sus años jóvenes, ella y su marido, el señor Edward Langtry, disfrutaron de la amistad de Sus Altezas Reales el príncipe y la princesa de Gales y de otras personas de menor importancia, pero no por ello de escasa eminencia. Todos citaron un comentario de la septuagenaria dama, hecho a un periodista en una entrevista reciente, sobre que le habría gustado volver al escenario, «aunque sólo fuese como figurante en Bulldog Drummond». Las necrológicas no mencionaron a la hija -encantadora, y todavía entre nosotros [1]– que, de ser cierto lo que dicen, tuvo de un miembro de una noble familia alemana, á la main gauche [2] , pero sí mencionaron que su viudo, el baronet sir Hugo de Bathe, encargó a un eminente escultor la realización de un busto de «el más puro mármol blanco de Carrara» para su tumba en St. Saviour, Jersey. Se necesita ser periodista para saber lo importantes, o poco importantes, que son los hechos, y cuáles pueden mencionarse sin problemas. De modo que todos los periódicos comentaron que «tan sólo una o dos semanas atrás, lady de Bathe, al parecer en perfecto estado de salud, jugó varios hoyos de golf con su amiga lady Dudley en las canchas de Hythe». Lady Dudley, una cantante de comedias musicales, se ganó al principio de su carrera la amistad del duque más acaudalado de Inglaterra y, por tanto, y a diferencia de lady de Bathe cuando era la señora de Edward Langtry, nunca necesitó echar sus redes de forma tan amplia.

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