Debería haberse sentido alarmada, pero la idea de explorar su cuerpo, de conducirle al límite, de que él le ordenara que le diera esa clase de placer y ella le robara el control, provocó una excitación que coleó por su cuerpo. Su lengua le estaba lamiendo el hombro, mordisqueando con los dientes, y ya su cuerpo respondía con esos ligeros temblores que se extendían por su estómago y pechos.
– Quizás yo sea la que te influencia a ti, -dijo-. Siempre me estás diciendo que me fundo contigo.
– Por supuesto que me influencias. Estoy leyendo cada una de tus fantasías y comparto las mías contigo. -Sus manos le acunaron los pechos y juguetearon con los pezones antes de deslizarse hacia abajo por la curva de su cuerpo hacia las nalgas. Empezó un lento y rítmico masaje-. Cuando venga a por ti, mañana por la noche, ponte algo femenino.
Ella jadeó, ultrajada.
– Yo siempre llevo ropa femenina. Tengo el mejor de los gustos en cuestión de ropa. No puedo creer que me insultes así.
La diversión masculina brilló en sus ojos.
– Me disculpo, meu amor , si te lo has tomado del modo equivocado. Siempre estás impecablemente vestida-. Soy anticuado y preferiría que llevaras un vestido o una falda. -Sus manos se deslizaron hacia arriba por el estómago, extendiendo los dedos ampliamente. Frotó en círculos gentiles, deslizándose más abajo, incluso mientras su voz se volvía ronca-. Además de hacer alarde de tu hermoso cuerpo tiene una ventaja extrema, podría tocarte así muy fácilmente.
Sus dedos se deslizaron más abajo aún, encontrando una cálida y acogedora humedad esperando.
– Quiero tu cuerpo disponible a mi toque. Mirarte y desear deslizar mi palma sobre tu piel. No hay nada como esto en el mundo.
Sus dedos se deslizaron sobre la raja, haciéndola jadear. Los muslos se le tensaron. El vientre se contrajo, y al instante fue suya. Toda idea de resistirse desapareció. Sus dedos acariciaban y jugueteaban y empezaron una íntima exploración otra vez. Sus roncos susurros en el oído solo agudizaron sus sentidos y terminaciones nerviosas e incrementaron su necesidad de él.
Los rayos de sol matutinos atravesaron la ventana, y la luz iluminó la sombría excitación en la cara de Manolito. Rodó sobre la espalda y simplemente la alzó de forma que le montara a horcajadas. Ella jadeó mientras bajaba la mirada a su erección. Parecía imposible que pudiera tomarle en su interior, pero su cuerpo ardía y pulsaba y fue a por él. Él le colocó los muslos a los lados de sus caderas, empujando la amplia cabeza de su polla en ella. Su sonrisa era genuina, dientes blancos que brillaban hacia ella, ojos negros reluciendo con algo cercano a la alegría mientras la posaba sobre él.
Se hundió directamente a través de los apretados pliegues hasta que se asentó profundamente en su interior, a donde pertenecía. Le llevó las manos a sus hombros para que se sujetara mientras empezaba a moverse, llenándola, esta vez lento y fácil para que pudiera sentir cada estocada cuando ya estaba tan sensible.
Ella empezó a moverse a su propio ritmo mientras las manos de él la guiaban para montarle de forma lenta y sensual. La estiró lentamente, acero encapsulado en terciopelo, moviéndose a través de los apretados y tensos músculos hasta que la fricción la dejó sin aliento… y sin cordura. Era diferente a la salvaje posesión de antes, pero no menos placentero. Y había algo decadente en sentarse sobre él mientras su mirada seguía el balanceo de los pechos y sus ojos se concentraban en ella con tanta ardiente lujuria y apreciación.
MaryAnn estaba exhausta para cuando Manolito la dejó, pero el sol estaba alto. Reconoció que era peligroso para él quedarse fuera tanto tiempo. Su propio cuerpo estaba tan cansado que no pudo hacer más que devolverle el beso y ondear una mano débil mientras él la cubría con las mantas y la dejaba sola. Apenas registró su orden susurrada para que durmiera, ya cerrando los ojos.
MaryAnn despertó al sentir lágrimas corriendo por su cara y el suave sonido de voces femeninas al otro lado de la puerta. Gimió y se giró, el cuerpo le dolía en lugares que no sabía que existían.
– Fue sólo sexo -dijo en voz alta-. No te quiere. El amor es la cuestión y él no te quiere.
Puede que no la amara, pero era dueño de su cuerpo. Ella habría hecho cualquier cosa que le hubiese pedido y no sabía que eso fuera posible. Le ardía entre los muslos y en la barbilla debido a la barba. Vibraba y palpitaba de deseo cada vez que pensaba en él. Le dolían los pechos y los sentía pesados. No había un sólo centímetro de su cuerpo que él no hubiese reclamado o que ella no le hubiese dado libremente.
Su pérdida de control había sido terrible. ¿Cómo podía anhelar su cuerpo hasta el punto de dejar que la llevara más allá de cualquier frontera, real o imaginaria, que hubiese creído tener? La única solución segura era marcharse y ya era demasiado tarde para eso. Ella era una mujer práctica, que razonaba las cosas, y aquello no tenía lógica.
Se sentó y se secó más lágrimas. No había llorando tanto desde que era una cría. Una ducha sólo potenciaría las susurrantes sensaciones de su piel. Los recuerdos de sus dedos trazando cada sombra y cada hueco, cada curva y cada hoyuelo. Su boca enloqueciéndola de ansia.
– Esto no es natural -le dijo a su reflejo en el espejo-. No es normal desearlo de esta forma y temer que vuelva o temer aún más que no lo haga.
¿Podía irse? ¿Sería posible volver a su vida en Seattle? Manolito aún estaba atrapado entre dos mundos; ¿podría dejarlo sabiendo que era probable que nunca volviese si ella no le ayudaba?
MaryAnn se vistió con cuidado, utilizando la ropas como escudo, como hacía a menudo cuando necesitaba seguridad y sentir que tenía el control. Manolito le había dicho que se pusiere un vestido, así que elijió unos pantalones y un top de seda. Se quedó de pie, temblando, examinándose, deseando llevar puesto un vestido porque eso le complacería. Porque la contemplaría con esa mirada de hambre oscura a la que nunca había podido resistirse. Por un momento, sus manos fueron a los pequeños botones en forma de concha de la blusa, pero se obligó a bajar las manos. No cedería, ni ante sí misma ni ante él. Si no podía dejarle, al menos podría hacerle frente.
Alzando la barbilla, entró en la sala común. Una mujer joven estaba acurrucada en el asiento de la ventana, el cabello largo le bajaba en cascada por la espalda, como una catarata. Alzó la vista con una sonrisa indecisa que no era auténtica en absoluto, sus ojos esmeraldas la miraban cautelosamente.
– Tú debes ser Jasmine. Yo soy MaryAnn Delaney. ¿Te dijo Juliette que iba a venir?
Se acercó a la chica lentamente, con movimientos suaves y nada amenazadores. Ella era la razón por la que había venido en primer lugar, esta joven con los ojos demasiado viejos y la pena ya grabada en su cara.
Jasmine sonrió y alzó una mano.
– Es un placer conocerte por fin. Juliette habla muy bien de ti.
– Apestas a macho Cárpato -dijo otra voz, con el tono lleno de desdén.
MaryAnn se giró para encontrarse cara a cara con Solange. No podría ser nadie más. Era hermosa de una forma salvaje e indomable.Tenía ojos de gata, ambarinos, directos y recelosos. Merodeaba en lugar de caminar, sus rápidos e inquietos movimientos eran gráciles y ágiles. MaryAnn podía distinguir la rabia en su interior, profunda y fuerte. Había visto demasiados horrores para volver a ser inocente.
Solange llevaba unos pantalones holgados de cordones y un cinturón alrededor de las caderas. Mientras MaryAnn confiaba en un spray de pimienta, Solange usaba cuchillos y armas con familiar desenvoltura. Tenía armas que MaryAnn no había visto antes, muchas, pequeñas y afiladas y en apariencia muy eficientes. Llevaba el cabello despeinado, pero le iba bien a la forma de su cara. Mientras Jasmine era etéreamente hermosa, delgada y de buena figura, con gentiles curvas y cabello suelto, Solange era terrenal, con curvas llenas, carácter en los ojos y pasión estampada en su boca.
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