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Kara Lennox: Muy en secreto

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Kara Lennox Muy en secreto

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Su nombre en clave era Casanova… y le iba a la perfección Cuando el millonario, convertido en espía, Bryan Elliott la salvó, Lucy Miller, empleada de banca convertida en topo, descubrió que el nombre en clave que él utilizaba estaba más que justificado, era todo un Casanova. Cuando el peligro empezó a asediarla, Bryan le ofreció el refugio de su maravilloso apartamento en Manhattan, le dio un nuevo nombre y un nuevo aspecto y la convirtió en una mujer deseable y sofisticada. No quedaba ni rastro de la tímida Lucy Miller y la mujer seductora en la que se había transformado aceptó hacerse pasar por la amante de Bryan… pero tenía que hacer un esfuerzo por recordar que su atracción era sólo una tapadera…

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Kara Lennox


Muy en secreto

Muy en secreto (2007)

Título Original: Under deepest cover (2006)

Serie multiautor: 7º Los Elliott

Capítulo Uno

– ¡Tienes que ayudarme a salir de aquí! -siseó Lucy Miller, apretando el teléfono móvil en su mano.

No era un teléfono móvil cualquiera, sino uno encriptado que le habían llevado por mensajería a casa hacía unas semanas. Había sonado justo cuando estaba saliendo de una reunión y había ido al aseo de señoras a contestar la llamada, asegurándose antes de que no hubiese nadie.

– Relájate, Lucy -le dijo aquella voz aterciopelada que tan bien conocía ya.

A menudo había fantaseado con aquella voz, preguntándose qué aspecto tendría el hombre al que pertenecía, pero en ese momento estaba demasiado asustada para tratar de imaginar nada que no fuese cómo salir de aquella situación de una pieza.

– No me digas que me relaje. No eres tú quien está en este banco intentando actuar con normalidad sabiendo que alguien quiere matarte.

– Nadie va a matarte.

– Eso lo dices porque no has visto al hombre que estaba siguiéndome esta mañana. Reconozco a un asesino a sueldo cuando lo veo. Llevaba gabardina.

– ¿Y qué?,está lloviendo.

– ¡«Casanova», no estás escuchándome! Me han descubierto; alguien ha estado en mi apartamento. O me sacas de aquí, o tomaré el primer avión que salga para Sudamérica y me llevaré todos los datos conmigo.

– ¡No! Espera, Lucy, sé razonable; no…

– Estoy siendo razonable. He hecho todo lo que me has pedido sin cuestionar nada; he confiado en ti aunque nunca nos hemos visto ni sé tu nombre. Ahora eres tú quien tiene que confiar en mí. No soy idiota, y si no me sacas de aquí este teléfono tan caro acabará en la primera alcantarilla que encuentre y nunca volverás a saber de mí.

– Está bien, está bien. Supongo que podría reunirme contigo sobre las cinco y media o las seis. ¿Crees que podrás mantener la calma hasta entonces, irte a casa y esperarme allí?

Lucy inspiró profundamente, en un intento por tranquilizarse.

– De acuerdo, pero si me ocurre algo tienes que prometerme que te pondrás en contacto con mis padres y les dirás que los quiero, que siempre los he querido aunque no se lo haya dicho muy a menudo.

– No te pasará nada, exagerada -le contestó él-. Recuerda, no pierdas los nervios -le reitero antes de colgar.

Lucy le lanzó una mirada furibunda al teléfono antes de colgar también. ¿Exagerada? ¿Acaso creía que estaba paranoica o algo así?

Guardó el aparato en el bolso, salió del cuarto de baño, y se dirigió a su despacho con la esperanza de no encontrarse con nadie. Sin embargo, justo cuando estaba doblando una esquina se topó con el director del banco, el señor Vargov.

– Ah, hola, Lucy. Precisamente estaba buscándote.

– Perdone; estaba en el aseo. El almuerzo no me ha sentado muy bien -mintió.

El señor Vargov escrutó su rostro con su ojo sano. Le habían dicho que había perdido el otro en algún tipo de accidente, pero desconocía los detalles.

Lucy rogó por que no notara lo nerviosa que estaba.

– Desde luego no tienes buen aspecto -le dijo el director-; estás muy pálida.

– Oh, no se preocupe, estoy bien -replicó ella, forzando una sonrisa.

El señor Vargov siempre la trataba con amabilidad, de un modo casi paternal incluso. Era amigo de su tío Dennis, y había sido quien le había dado aquel empleo en un momento de su vida en que había estado desesperada por encontrar un trabajo estable.

A pesar de ser licenciada en Ciencias Económicas no se había visto lo suficientemente preparada para el puesto que le habían dado porque no tenía experiencia, pero parecía que estaban contentos con ella.

De hecho, en opinión del señor Vargov hacía demasiado bien su trabajo; decía que era demasiado concienzuda. Sin embargo, no se había tomado en serio sus sospechas de malversación de fondos. Ése era el motivo por el que había acudido al Departamento de Seguridad Nacional, y así había sido como había entrado en contacto con «Casanova».

– ¿Por qué no te tomas libre el resto de la tarde? -le sugirió el señor Vargov.

– Oh, no, no puedo hacer eso; me dijo usted que necesitaba esos informes para…

– Los informes pueden esperar; vete a casa y descansa, Lucy.

– Gracias, señor Vargov, pero de verdad que estoy bien. Quizá salga un poco antes si veo que sigue molestándome el estómago.

Y quizá debería hacerlo, se dijo cuando el director se hubo alejado por el pasillo. Tal vez así lograría despistar al hombre que había estado siguiéndola.

No le importaría nada dejar aquel trabajo. Había necesitado un lugar para recobrarse, para curar sus heridas y reencontrar el norte, y Alliance Trust, un banco de Washington, se lo había permitido, pero sentía que había llegado el momento de que continuara su camino.

Se quedaría otra hora para descargar más información a la memoria USB de alta capacidad que le habían enviado con el móvil encriptado, y luego se iría de allí para no volver.

Casanova le había prometido que la llevaría a un piso franco, y cuando hubiesen arrestado y encarcelado a todos los implicados en aquel turbio asunto, comenzaría una nueva vida en otra ciudad.

A las tres y diez ya estaba lista para marcharse. Escondió la memoria USB en el sujetador, y tras tomar el bolso y el paraguas fue a decirle a Peggy Holmes, la secretaria del señor Vargov, que se iba a casa porque le molestaba el estómago.

– Vete tranquila, Lucy -le dijo la mujer-. En todo el tiempo que llevas aquí sólo has faltado una vez al trabajo, y fue porque te tuvieron que hacer una endodoncia, si no recuerdo mal.

Peggy, que llevaba casi veinte años en el banco, pasaba ya de los sesenta, pero tenía una memoria portentosa para los detalles, y era muy eficiente en su trabajo.

La idea de bajar sola al aparcamiento no se le antojaba muy apetecible, y además se dijo que quizá sería mejor variar su rutina diaria para despistar a quien estaba vigilándola. Tomaría el autobús en vez de volver en coche.

Cuando abandonó el edificio seguía lloviendo. Era una lluvia fina pero incesante, así que abrió el paraguas y aprovechó para ocultarse debajo de él y comprobar que no hubiera nadie a la vista. No vio a nadie sospechoso, así que echó a andar con calma, y se detuvo a unos metros de la parada de autobús y fingió que miraba un escaparate.

Sólo cuando vio que se acercaba el autobús echó a correr y subió a él, justo antes de que se cerraran las puertas. Las únicas personas a bordo además de ella eran una madre y sus dos hijos pequeños; gracias a Dios.

Cuando se bajó en su parada volvió a mirar en todas direcciones. Parecía que no la habían seguido. O eso, o quienes la estuvieran vigilando habían decidido que no tenían por qué preocuparse. Habían entrado en la casa, pero era imposible que hubieran hallado nada que pudiera delatarla. Siempre llevaba consigo la memoria USB.

La casa donde vivía sólo tenía una puerta, así que la había trucado esa mañana al salir para poder saber si alguien había intentado forzarla.

Sin embargo, para su alivio el trozo de hilo que había pillado entre la puerta y el marco seguía en el mismo sitio. Sacó la llave del bolso y entró, deteniéndose un instante para sacudir el paraguas y asegurarse otra vez de que no la habían seguido.

Llevaba dos años viviendo allí de alquiler, y había sido su tío quien le había encontrado aquel sitio. No estaba mal, pero era una casa impersonal en un barrio aburrido, como aburrida había sido su vida hasta hacía unas semanas. De hecho, no se había tomado molestia alguna por hacer la casa más acogedora, así que tampoco le costaría nada decirle adiós.

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