James Chase - Cambio de escena
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James Hadley Chase
Cambio de escena
Titulo original en ingles: Have a Change of Scene
Traduccion: Claudia Ferrari
CAPITULO UNO
No comenzo a notarse hasta un mes despues del accidente. Podria denominarse un shock tardio, aunque el doctor Melish no lo haya llamado asi; pero el habla en su lenguaje tecnico que nada quiere decir para nosotros, aunque lo que queria significar era eso, un shock tardio.
Un mes antes del accidente, yo flotaba en la enrarecida atmosfera del exito. Por ejemplo, en mi trabajo. Habia sudado tinta china por el y por fin lo habia conseguido: era primer vendedor de los joyeros mas exclusivos de Paradise City: Luce amp; Fremlin, que pertenecen a la misma categoria de Cartier y de Van Cleff amp; Arpels. Aqui, cada tienda, negocio, galeria y joyeria lucha por ser lo mejor porque esta ciudad es el campo de juego de los millonarios, donde los esnobs, los muchachos repletos de dinero, las estrellas de cine y los jactanciosos vienen a hacer gala de su riqueza.
Luce amp; Fremlin son los mejores en su linea y, como su experto en diamantes, yo ganaba un sueldo de sesenta mil dolares al ano lo cual incluso en esta ciudad con el coste de vida mas alto de toda la costa de Florida, eran unos buenos ingresos.
Tenia un Mercedes descapotable, un apartamento de dos habitaciones frente al mar, una saneada cuenta bancaria y unos ochenta mil dolares en valores.
Tenia tambien un buen guardarropa. Era alto, me consideraban apuesto y era el mejor jugador de golf y de squash del Country Club. Tal vez ahora entiendan a que me referia cuando dije que era un hombre que flotaba en una nube de exito… pero aguarden: para coronar todo esto, tenia a Judy.
Menciono a Judy en ultimo lugar porque ella era (noten el tiempo en pasado) mi posesion mas importante.
Judy era una hermosa morena, inteligente y amable. Nos conocimos en el Country Club y descubri que era una buena jugadora de golf. Si le daba seis golpes de ventaja me ganaba y si jugabamos saliendo iguales… Bueno, ya les he dicho que era una buena jugadora de golf. Habia venido a Paradise City desde Nueva York a buscar material para la autobiografia del viejo juez Sawyer. No tardo en instalarse en Paradise City, se hizo popular y, en pocas semanas, formaba ya parte integrante de la joven comunidad del club. Me llevo cuatro semanas y unos treinta partidos de golf descubrir que Judy era mi chica. Mas tarde, ella me dijo que habia tardado mucho menos tiempo en descubrir que yo era su hombre. Nos prometimos.
Cuando mi jefe, Sydney Fremlin, uno de esos homosexuales de gran corazon a los que nunca les parece demasiado lo que hacen por aquellos que les caen bien, se entero del compromiso, insistio en celebrarlo con una fiesta. A Sydney le encantaban las fiestas. Dijo que todo correria por su cuenta, que la fiesta se haria en el club y que todos, absolutamente todos, estaban invitados. En realidad, yo no queria, pero Judy parecia entusiasmada, asi que acepte.
Sydney sabia que era el mejor experto en diamantes del ramo y que sin mi su negocio perderia prestigio, como pierden prestigio los restaurantes franceses de la guia Michelin cuando el chef se va; todos sus clientes me apreciaban y seguian mis consejos. Por eso yo le caia bien a Sydney, y cuando uno le cae bien a Sydney, nada es suficiente.
Eso fue hace un mes. Pienso en aquella tarde de la fiesta como un hombre enloquecido por un dolor de muelas que aprieta la que le duele.
Judy llego a mi apartamento alrededor de las siete. La fiesta estaba programada para las nueve, pero habiamos quedado en reunirnos antes porque queriamos hablar de la casa que nos gustaria tener cuando estuvieramos casados. Teniamos tres posibilidades: una casa de campo con un jardin inmenso, un apartamento o un chalet de madera en las afueras de la ciudad. Yo me inclinaba por el atico, pero Judy preferia la casa de campo por el jardin. Estuvimos casi una hora discutiendo los pros y los contras de cada posibilidad y, por fin, Judy me convencio de que el jardin era algo esencial.
– Cuando tengamos hijos, Larry… necesitaremos un jardin.
Entonces, llame por telefono a Ernie Trowlie, el agente de la propiedad con quien tratabamos y le dije que iria al dia siguiente a pagar el deposito de la casa de campo.
Salimos del apartamento sintiendonos en las nubes y nos dirigimos al Country Club. A dos kilometros de la ciudad, en la autopista, mi mundo se derrumbo de repente. Un automovil aparecio por un costado y nos arrollo como un destructor embiste a un submarino. Por un breve instante vi el coche, un destartalado Caddy, con un aterrado muchacho aferrado al volante, pero no pude hacer nada. El Caddy golpeo al Mercedes de costado lanzandonos al otro lado de la autopista. Lo unico que pense antes de perder la conciencia fue en Judy.
Todavia pensaba en ella cuando volvi en mi en un cuarto de la clinica Jefferson, pagado por Sydney Fremlin, que lloraba en su panuelo de seda sentado a mi lado.
Ya que hablamos de Sydney Fremlin, quisiera describirselo. Era alto y esbelto, de cabello rubio y largo y podia tener cualquier edad entre treinta y cincuenta. Sydney caia bien a todo el mundo, tenia una calidez y una energia sorprendentes. Desde el punto de vista artistico era brillante y tenia una especial habilidad para el diseno de joyas. Su socio, Tom Luce, se ocupaba de la parte financiera. Luce no podia distinguir un diamante de un cristal de roca pero sabia como multiplicar los dolares. Tanto a el como a Sydney se los consideraba ricos y ser considerado rico en Paradise City significaba manejar muchisimo dinero. Mientras que Luce, cincuenta, corpulento y con una cara que seria la envidia de cualquier bulldog, permanecia tras el escenario, Sydney se paseaba por el salon de exhibicion cuando no estaba ocupado disenando en su oficina. Yo le dejaba la mayoria de las gallinas viejas. Lo adoraban, pero los jovenes ricos, los prosperos empresarios que buscaban algun regalo especial y aquellos que habian heredado joyas de la abuela y querian transformarlas o tasarlas iban a verme a mi.
Los homosexuales son extranos animales, pero me llevo bien con ellos. He descubierto que, a menudo, poseen mas talento, mas amabilidad y lealtad que la mayoria de los hombres con los que trato en esta opulenta ciudad. Por supuesto, existe la otra cara de la moneda, que puede ser odiosa: sus celos, su explosivo temperamento, su despecho y su malevolencia que pueden ser mucho mas mordaces que los de una mujer. Sydney tenia todos los atributos y defectos de cualquier homosexual. Me caia bien; nos entendiamos.
Con el maquillaje arruinado por las lagrimas, la mirada desesperada y la voz temblorosa, Sydney me dio la noticia: Judy habia muerto en la mesa de operaciones.
Me dijo que yo habia tenido suerte: contusion y una fea herida en la frente, pero en unos dias estaria muy bien.
Eso fue lo que me dijo: «muy bien».
El hablaba asi. Habia asistido a un colegio publico ingles hasta que lo echaron por tratar de seducir al profesor de gimnasia.
Lo deje llorar por mi, pero yo no llore por mi mismo. Porque me habia enamorado de Judy y planeaba vivir con ella para siempre y habia construido un huevo de felicidad en mi interior. Sabia que este huevo debia de ser fragil: cualquier esperanza de felicidad continua en este mundo en que vivimos crea un huevo especulativo, pero habia pensado y esperaba que mi huevo durara al menos un tiempo. Cuando me dijo que Judy habia muerto, senti que el huevo se rompia y mi mundo en colores pasaba a ser en blanco y negro.
Tres dias despues pude levantarme, aunque no estaba «muy bien». El funeral fue terrible. Todos los socios del Country Club estuvieron presentes. Los padres de Judy viajaron desde Nueva York. No recuerdo gran cosa sobre ellos excepto que tenian aspecto de ser buenas personas. La madre de Judy se parecia mucho a su hija, y eso me trastorno. Me senti contento de volver a casa. Sydney no se movia de mi lado y yo deseaba que se fuera, pero se quedo y, ahora que lo pienso, tal vez eso me ayudo. Por fin, alrededor de las diez de la noche, alzo su elegante figura y anuncio su marcha.
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