El juez se volvió hacia Ebenezer Goode.
Goode se puso de pie, muy serio.
– Estoy al corriente de la experiencia como enfermera de miss Latterly, Señoría. Si ella se aviene a verificar para el tribunal en qué fundamenta su juicio, aparte de la palabra del señor Duff, lo acataré.
El juez se volvió hacia Hester.
Con las palabras imprescindibles, en voz baja ante el silencioso tribunal, describió las magulladuras y desgarros que había visto, comparándolos con heridas semejantes que había curado en Crimea y con lo que los propios soldados le habían contado.
Le dieron las gracias y le permitieron marcharse. Regresó a la tribuna tan aturdida y turbada que apenas notaba la presencia de la gente. Ni siquiera se apartó de inmediato al notar que un hombre se arrimaba y la rodeaba con un brazo.
– Has hecho bien -dijo Monk, con delicadeza, sosteniéndola con una fuerza sorprendente, como si fuera a llevarla en volandas-. No se puede cambiar la verdad, ni siquiera ocultándola.
– Hay verdades que es mejor no saber -contestó en un susurro.
– No es cierto, no con verdades como ésta. Sólo que es mejor descubrirlas según cuándo y cómo.
– ¿Y la pobre Sylvestra? ¿Cómo va a poder soportarlo?
– Paso a paso, día tras día, y sabiendo que lo que construya a partir de ahora será duradero, porque descansará sobre la realidad, no basándose en mentiras. No puedes hacer que sea valiente, eso es algo que nadie puede hacer por otra persona. -Se interrumpió, sin dejar de abrazarla.
– Pero ¿por qué? -dijo casi para sí misma-. ¿Por qué lo arriesgaron todo para hacer algo tan… vano? -Y mientras decía esto iba rememorando comentarios de Wade, cargados ahora de un significado radicalmente distinto, comentarios sobre el modo en que la naturaleza depura la raza desprendiéndose de los incapaces, de los moralmente inferiores. También recordó las alusiones de Sylvestra a propósito de Leighton Duff, de su afición por el peligro en sus días como jinete de carreras de obstáculos, de su entusiasmo ante el riesgo, la euforia de asumirlo y salir airoso contra todo pronóstico-. ¿Y qué me dices de Kynaston? -susurró a Monk.
– Poder -contestó él-. El poder de aterrorizar y humillar. Quizá la imagen de rectitud que había forjado para los padres de sus alumnos le pesara más de la cuenta. Lo más seguro es que nunca lo sepamos y, francamente, me da igual. Lo que de verdad me preocupa son los apuros que pasarán sus familias… Sobre todo Sylvestra y Rhys.
– Creo que Fidelis Kynaston la apoyará -dijo Hester-. Se ayudarán mutuamente. Y miss Wade también. Las tres se enfrentan a un trance horrible. Tal vez se marchen a la India -agregó, pensando en voz alta-. Todos juntos, cuando Rhys se encuentre mejor. No podrán quedarse aquí.
– Es posible -convino Monk-. Aunque no deja de ser sorprendente lo que uno es capaz de enfrentar cuando no tiene otro remedio. -Le hablaría sobre Runcorn en otro momento, más tarde, cuando estuvieran a solas y resultara más apropiado.
– La India les gustaría -insistió-. Allí hay mucha necesidad de personas con conocimientos de enfermería, sobre todo mujeres. Lo leí en las cartas de Amalia.
– ¿Crees que saben algo sobre enfermería? -preguntó Monk, sonriendo.
– ¡Todo se aprende!
Monk sonrió con franqueza, aunque ella no lo vio.
El jurado declinó retirarse y emitió un veredicto de inocencia.
Hester tomó de la mano a Monk y se apoyó en él.
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