Philip Kerr - Unos Por Otros

Здесь есть возможность читать онлайн «Philip Kerr - Unos Por Otros» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Unos Por Otros: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Unos Por Otros»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Transcurre el año 1949. Harto de ocuparse del hotel de su suegro situado a un paso del campo de concentración de Dachau, en Alemania, y con su esposa ingresada en una institución mental, el sardónico detective Bernhard Gunther ha decidido ir tras los pasos de un famoso sádico, uno de los muchos espías de las SS capaz de infiltrarse entrelas filas de los aliados y encontrar refugio en América. Pero, por supuesto, nada es lo que parece, y Gunther pronto se encontrará navegando en un mar mortal habitado por ex-nazis que huyen de la persecución y de organizaciones secretas constituidas con el objetivo de facilitar la huída a los verdugos del tercer Reich.

Unos Por Otros — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Unos Por Otros», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Yo no voy a desenterrar nada. -Señaló la puerta con el pulgar-. Lo hará él, si sabe lo que le conviene.

– ¿Qué le hace pensar que la caja sigue allí? -pregunté.

Se encogió de hombros.

– Me atrevería a apostar que su suegro, herr Handlöser, no la encontró. De haberlo hecho, este lugar estaría en mejor estado y es probable que no hubiera acabado con la cabeza entre las vías de Altomünster, a lo Ana Karenina. Aunque estoy seguro de que no tuvo que esperar tanto como ella. Eso es algo que a los cabezas cuadradas se les da de maravilla. Los trenes. Las cosas como son. En este maldito país todo funciona como un reloj.

– ¿Y para qué serían los cien marcos? ¿Para mantener la boca cerrada?

– Eso es. Pero no como usted piensa. Verá, le estoy haciendo un favor. A usted y al resto de gente que vive aquí. Mire, si la gente se enterara de que alguien encontró una caja llena de oro y joyas en su jardín, Gunther, se armaría un revuelo tremendo y todo el mundo comenzaría a buscar tesoros. Los refugiados, los soldados británicos y americanos, los alemanes desesperados, los Ivanes avariciosos, todo el mundo. Por eso debe permanecer en secreto. Así de simple.

– El rumor de un tesoro escondido podría ser beneficioso para el negocio -respondí, encaminándome a recepción. El dinero seguía sobre el mostrador-. Podría atraer a la gente a manadas.

– ¿Y qué sucedería cuando no encontraran nada? Piense en ello. Las cosas podrían ponerse muy feas. No sería la primera vez.

Asentí. No puedo decir que no me tentara su dinero, pero no quería tener nada que ver con el oro salido de la boca de nadie. Arrastré los billetes hacia él.

– Cave cuanto quiera. Y haga lo que le salga de las narices con lo que encuentre. Pero sepa que no me gusta el olor de su dinero. Me parece una parte del botín, y si en su momento ya no quise saber nada, ahora mucho menos.

– Vaya, vaya. ¿No es sorprendente? Un cabeza cuadrada con principios. Creí que Adolf Hitler había terminado con todos ustedes.

– Son tres marcos por noche. Cada uno y por anticipado. Tiene a su disposición el agua caliente que necesite, noche y día, pero si desea algo más que una taza de té o de café, eso va aparte. La comida está racionada, y es para los alemanes.

– Me parece bien. Y si sirve de algo, deje que le diga que lo siento. Estaba equivocado con respecto a usted.

– Si sirve de algo, yo también lo siento -dije, sirviéndome otro vaso de su whisky-. Cada vez que miro esa franja de árboles me viene a la cabeza lo que sucedió al otro lado.

2

El hombre del coche era de estatura media, tenía el pelo oscuro, las orejas prominentes y la mirada sombría. Llevaba un grueso traje de lana y una camisa blanca sin corbata, sin duda para evitar que se colgara. No me habló y yo no le hablé. Entró en el hotel con la cabeza enterrada entre sus estrechos hombros, como si (no se me ocurre ninguna otra explicación) cargara con el peso de una enorme vergüenza. Aunque tal vez me pueda la imaginación. El hecho es que sentí lástima por él. Si las cartas se hubieran jugado de manera distinta, podría haber sido yo el que se encontrara en ese Buick.

Había otra razón por la que me dio lástima. Parecía enfermo, febril. Ni de lejos en las mejores condiciones para empezar a cavar un hoyo en mi jardín. Así lo comenté con el americano mientras éste buscaba herramientas en las profundidades del maletero de su Buick.

– Por su aspecto debería estar en el hospital.

– Y ahí es donde lo llevaré una vez haya terminado con esto -respondió el americano-. Si encuentra la caja, tendrá su penicilina. -Se encogió de hombros-. No creo que colaborara si no hubiéramos llegado a ese acuerdo.

– Vaya, y yo que creía que los yanquis prestaban atención a las Convenciones de Ginebra…

– Oh, lo hacemos, lo hacemos -respondió-. Pero estos tipos no son soldados convencionales, son criminales de guerra. Algunos de ellos han asesinado a miles de personas. Ellos mismos se han colocado fuera del ámbito de protección de Ginebra.

Seguimos a Wolf hasta el jardín y una vez allí el americano soltó las herramientas en el césped y le ordenó que se pusiera a ello. Era un día caluroso. Demasiado para hurgar en ningún otro lugar que no fuera los bolsillos. Wolf se apoyó en un árbol durante unos segundos para tomar fuerzas y soltó un suspiro.

– Creo que éste es el sitio, justo aquí -susurró-. ¿Podría traerme un vaso de agua? -preguntó.

Le temblaban las manos y tenía la frente cubierta de sudor.

– Tráigale un vaso de agua, ¿quiere, Gunther? -ordenó el americano.

Fui a por el agua y cuando regresé encontré a Wolf pico en mano. Hizo un intento de clavarlo en el suelo y a punto estuvo de desfallecer. Lo agarré por el hombro y lo ayudé a sentarse. El americano encendió un cigarrillo con aparente desinterés.

– Tómate tu tiempo, Wolf, amigo. No hay prisa. Por eso reservé dos noches. ¿Lo ve? Tuve en cuenta que no estaría en forma para hacer trabajos de jardinería.

– Este hombre no está en condiciones de hacer ningún tipo de trabajo físico -respondí-. Fíjese en él, apenas se sostiene en pie.

El americano lanzó la cerilla hacia Wolf y escupió con desdén:

– ¿Acaso cree que él le dijo eso a alguna de las personas que estuvieron en Dachau? Y un carajo. Lo más probable es que les pegara un tiro en la cabeza nada más caer al suelo. Lo cual tampoco es mala idea. Me evitaría tener que llevarlo al hospital de la cárcel después de esto.

– Ya. Pero ése no es el objetivo de esta aventura, ¿no? Creí que sólo le interesaba conseguir lo que hay enterrado por aquí.

– Así es. Pero no seré yo quien cave. Estos son zapatos Florsheim.

Le arrebaté el pico de la mano con mala gana y añadí:

– Si tiene que servir para que pueda librarme de usted antes de esta noche, lo haré yo mismo.

Hundí la punta del pico en el césped como si estuviera clavándola en la cabeza del americano.

– Nadie le ha dado vela en este entierro, Gunther.

– No, pero nos tocará celebrar uno a menos que sea yo quien se ocupe de esto.

– Gracias, compañero -musitó Wolf, que fue a sentarse debajo del árbol, se recostó y entrecerró los ojos.

– Hay que ver estos cabezas cuadradas… -El americano sonrió-. Siempre unidos, ¿eh?

– Esto no tiene nada que ver con ser alemán -respondí-. Es probable que hubiera hecho lo mismo por alguien que no me cayera demasiado bien, incluso por usted.

Estuve trabajando durante una hora con el pico y después con la pala hasta que, aproximadamente a un metro de profundidad, di con algo duro. Sonó como si hubiera golpeado un ataúd. El americano corrió al borde delagujero y miró en su interior con ojos ávidos. Seguí cavando y por fin encontré una caja del tamaño de una maleta pequeña que levanté y coloqué sobre la hierba, junto a sus pies. Era pesada. Cuando alcé la vista me di cuenta de que el americano tenía una treinta y ocho en la mano. Cañón corto, pistola de policía.

– Nada personal -comentó-, pero un hombre que cava para encontrar un tesoro puede llegar a pensar que le corresponde una parte. Sobre todo un hombre lo bastante noble como para rechazar cien marcos.

– Lo que pienso es que la idea de destrozarle la cabeza con la pala me resulta muy atractiva -respondí.

El americano levantó la pistola.

– Entonces será mejor que se deshaga de ella, sólo por si acaso.

Me agaché, recogí la pala y la lancé en el parterre. Metí la mano en el bolsillo y, viendo que se tensaba, solté una carcajada.

– Vaya, el tipo duro se pone nervioso, ¿no? -Saqué un paquete de Lucky y encendí un cigarrillo-. Supongo que esos cabezas cuadradas que aún están recogiendo las piezas que les saltaron de la boca no cuidaban mucho su dentadura. Eso o es usted un cuentista.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Unos Por Otros»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Unos Por Otros» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Unos Por Otros»

Обсуждение, отзывы о книге «Unos Por Otros» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x