Patricia Wentworth - El Estanque En Silencio

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Ninguna ley impide que una famosa actriz, con mucho dinero y algún que otro remordimiento, quiera sentirse acompañada en su vejez, tras retirarse de la escena. Pero el sentido común debiera de impedir que, a cambio de no estar solo, una vieja rica reuniera en una solitaria mansión rural a un conjunto de parientes parásitos dispuestos a quedarse en exclusiva con su herencia. Porque así pasa lo que pasa: se empieza con envidias, rivalidades y rencores y se termina por encontrar cadáveres flotando en el estanque de la finca.

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– Hubo una sopa…, tenía un gusto…, extraño. No la tomé. Hubo una mosca que se acercó a una gota caída sobre la mesa. Al cabo de un momento estaba allí, muerta.

– ¿Qué sucedió con el resto de la sopa?

– Fue tirado.

– ¿Por quién?

– Por la persona que me la trajo. Le dije a ella que no me gustaba, que estaba mala y la arrojó por el tragadero del baño.

– ¿Hay un tragadero en el cuarto de baño?

– Sí. Yo no suelo bajar mucho porque he estado coja. Es muy útil poder hacer el lavado en el mismo lugar.

– Y eso lo hizo la misma persona que le trajo la sopa. ¿Quién es esa persona?

– Supongo que la podrá llamar una… ayudante. He sido una especie de inválida… Ella me cuida. Y no necesita sospechar de ella, porque sería capaz de envenenarse a sí misma antes que a mí.

– No debería haber tirado la sopa -observó Miss Silver con brusquedad-. Tendría que haberla hecho analizar.

– No se me ocurrió pensarlo. ¿Sabe? Era sopa de champiñones… Pensé que alguno debía estar malo. No pensé que Mrs…-se puso enhiesta, con una sacudida-. Quiero decir que una buena cocinera podría distinguir una seta venenosa de un champiñón, ¿no cree?

Miss Silver ignoró la pregunta.

– Quiere dar a entender que en aquel momento no le dio gran importancia al incidente. ¿Quiere decirme qué le ha hecho considerarlo ahora como algo mucho más grave?

Los ojos oscuros miraron a través del velo polvoriento. Se produjo una pequeña pausa antes de que Mrs. Smith volviera a hablar.

– Fue a consecuencia de las otras cosas que sucedieron. Una cosa… bueno, puede que no signifique demasiado, pero cuando ocurren una serie de cosas, una detrás de otra, una empieza a pensar, ¿verdad?

Miss Silver chasqueó la lengua sin necesidad. Después, dijo en tono grave:

– Si se han producido varios incidentes, me agradaría que empezara con el primero, y después cuénteme los demás en el orden en que sucedieron. ¿Cuándo empezó a sospechar que podría haber algo maligno: después del episodio de la sopa de champiñones?

– Bueno, fue así y no fue así. En cualquier caso, no fue la primera cosa que sucedió, si es a eso a lo que se refiere.

– Entonces, por favor, empiece por el principio y cuénteme las cosas en el orden correcto.

– Lo primero fue mi accidente -dijo Mrs. Smith-. Hace cinco… no, seis meses.

– ¿Qué ocurrió?

– Era una de esas tardes oscuras, justo momentos antes de encender las luces, y yo estaba bajando las escaleras. Lo peor es que no puedo estar segura de nada porque ya sabe lo que pasa cuando se sufre una caída. En realidad, no se recuerda bien lo que pasó. Lo primero de lo que tuve conciencia fue de que me encontraba en el vestíbulo, con una pierna rota… Y no puedo jurar que fui empujada, pero tengo mis ideas al respecto.

– ¿Cree que alguien la empujó?

– Me empujó o me puso la zancadilla… en realidad no importa. Y no vale la pena que me pregunte quién pudo hacerlo, porque podría haber sido cualquiera de la casa, o puede que no fuera nadie. Pero nadie va a hacerme creer que fui yo sola quien se cayó por aquellas escaleras.

– Comprendo -dijo Miss Silver, preguntando a continuación-: ¿Y después?

– La sopa, ya se lo he dicho.

– ¿Y a continuación de eso?

Mrs. Smith frunció el ceño.

– Fueron las cápsulas para el insomnio. Eso fue lo que me hizo pensar que sería mejor venir a verla. El médico me recetó unas cuando me rompí la pierna, aunque no me gustan esa clase de medicamentos. Tienen una cierta forma de apoderarse de una, y yo he visto demasiadas de esas cosas. Así es que nunca los tomaba, a menos que el dolor fuera bastante fuerte. Quedaba aproximadamente medio frasco y supongo que tomé seis o siete durante los seis meses. Pero el otro día, se me ocurrió tomarme una. Ya sabe cómo se hacen esas cosas. Se coge el frasco, se vuelca sobre la palma de la mano y salen un montón de cápsulas. Yo estaba mirándolas, sin pensar en nada, cuando de repente me pareció que había una diferente a las demás. Si hubiera salido esa sola, creo que no me habría dado cuenta de nada… a veces me despierto por la noche y pienso en ello. Pero al verla entre las demás, me dio la impresión de que era más grande de lo que debía ser, y que alguien la había colocado allí, mezclándola con las otras. Cogí una lupa y la observé, y pude ver perfectamente por dónde había sido cortada para abrirla y volver a ser encajada después. Eso me produjo escalofríos y me faltó tiempo para tirarla por la ventana.

– Si me permite decírselo, eso fue una solemne tontería.

– Claro que lo fue -admitió Mrs. Smith, convencida-, pero yo no me detuve a pensar. Fue como cuando se te posa una avispa en la mano y lo único que se te ocurre es darle un manotazo.

– Eso, ¿ha ocurrido hace poco?

– El lunes por la noche.

Miss Silver dejó su labor de punto, se levantó, dirigiéndose hacia la mesa y regresó con un cuaderno de notas y una carpeta de brillante forro azul. Apoyándose sobre la rodilla, escribió algo a lápiz, colocando a la cabeza de la página el nombre Smith, seguido de un signo de interrogación. Hecho esto, levantó la mirada, con la luminosa expectación de un pájaro que se mantiene en actitud de alerta frente a un gusano aceptable.

– Antes de continuar, debo saber los nombres y alguna descripción de los otros habitantes de su casa. Los nombres verdaderos, por favor.

Mrs. Smith vaciló un momento. Después, con una sombra de desafío en la voz, preguntó:

– ¿Y qué le hace decir eso?

Miss Silver le brindó la sonrisa que se había ganado la confianza de tantos clientes.

– Me resulta algo difícil creer que su verdadero nombre sea Smith -dijo.

– ¿Por qué?

El lápiz de Miss Silver permaneció inmóvil sobre el papel.

– Porque desde que ha entrado en esta habitación ha estado representando un papel. No deseaba ser reconocida, y ha presentado una imagen en exceso convincente de alguien muy distinto a quien es en realidad.

Hubo una ligera inflexión burlona en la voz de Mrs. Smith cuando dijo:

– Si era convincente, ¿en qué he fallado?

Miss Silver la miró muy seriamente.

– La letra -observó- es a menudo un indicador bastante seguro sobre el carácter de una persona. La suya, si me permite decirlo, no me inducía a esperar encontrarme con una Mrs. Smith. El papel en que escribió su carta tampoco era del tipo que una Mrs. Smith habría utilizado.

– Fue un estúpido error por mi parte -admitió la voz profunda, que ahora ya no tenía ningún acento londinense-. ¿Alguna otra cosa?

– ¡Oh, sí! Creo que Mrs. Smith no se habría molestado en colocar un velo tan viejo en un sombrero. En realidad, no habría llevado ningún velo. En cuanto la vi, se me ocurrió pensar que no deseaba usted que le viera bien los ojos. De hecho, sentía miedo de ser reconocida.

– ¿Y me ha reconocido usted?

Miss Silver sonrió.

– No es fácil olvidar sus ojos. Los mantiene bajos todo lo que puede, pero aquí necesitaba mirarme, porque para eso había venido… para mirarme y para decidir sobre la conveniencia o no de consultarme. Ha simulado muy bien el tono de voz… ese ligero acento, y esa forma afectada del lenguaje. Pero ha sido un ligero movimiento, casi involuntario, lo que ha terminado por descubrirla. Supongo que se trata de un gesto habitual en usted, pero yo ya lo había visto en la representación del personaje de Mrs. Alving en Fantasmas. Su mano izquierda se alzó y volvió a caer. Ha sido la cosa más simple, pero había algo en ese gesto que era muy efectivo, muy conmovedor. Ha permanecido en mi memoria como parte de la actuación de una notable actriz. Cuando volvió a repetir aquí ese mismo movimiento, me sentí bastante segura de que era usted Adriana Ford.

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