– Entonces no sabía que Charlie se había llevado a Naomi Jenkins con ella a Escocia.
Proust frunció el ceño.
– ¿Por qué no?
– Yo… no debí escucharla cuando me lo dijo.
– Hum…, ¿oyes eso, Waterhouse? ¿El sonido de un escepticismo apenas disimulado? La inspectora Zailer y tú sois como dos hermanos siameses. Siempre sabes dónde está ella, con quién y qué ha tomado para desayunar. ¿Por qué no ha sido así en esta ocasión?
Simón no dijo nada. Paradójicamente, mientras Muñeco de Nieve le estaba echando la bronca se sentía mejor; era como si se hubiese quitado un peso de encima, algo de lo que quería deshacerse.
– Entonces, a ver si nos entendemos: te has enterado de que la inspectora Zailer se había llevado a Jenkins a Escocia sólo después de que Sellers te ha llamado, ¿es eso lo que me estás diciendo?
– Sí, señor.
– ¿Y cuándo recibiste esa llamada?
– Por la noche.
– ¿Y por qué no me lo dijiste entonces? Me habrías ahorrado la molestia de ponerme el pijama.
Simón se quedó mirando al suelo. En aquel momento pensó que aún podía capear el temporal. Sin embargo, a medida que iba avanzando la noche y Charlie seguía sin ponerse en contacto con él, empezó a ponerse más nervioso. Había esperado que ella le llamara después de que lo hubiera hecho Sellers para decirle lo que debía hacer. Pero no lo hizo, y de pronto pensó que quizás nunca lo haría. Y, en ese caso, Simón tendría que contarle a Proust parte de la verdad para cubrirse las espaldas.
El inspector jefe entornó los ojos, dispuesto a analizar cada nueva mentira.
– Si la inspectora fue a ese chalet para arrestar al propietario y a su mujer, ¿por qué no fue allí contigo y con unos cuantos agentes? ¿Por qué llevarse a Naomi Jenkins, que en el mejor de los casos es una testigo y en el peor una sospechosa?
– Tal vez necesitaba a Jenkins para que identificara a Angilley como el hombre que la violó.
– Muy bien, ¡pero ésa no es la manera de hacerlo! -exclamó Proust, enfadado-. Ésa es la manera de conseguir que te roben el coche y el bolso, como al parecer ha sucedido. ¿Cómo puede haber sido tan estúpida la inspectora Zailer? Se ha puesto en peligro y también ha puesto en peligro a Jenkins y todo el trabajo que hemos hecho…
– Acabo de recibir una llamada de la policía de Escocia -le interrumpió Simón.
– Me resulta más difícil de creer eso que todo lo demás. Esa gente no mueve un dedo.
– Han encontrado el coche de Charlie.
– ¿Dónde?
– No muy lejos de los chalets Silver Brae; en la carretera, a cuatro millas. Pero el bolso no estaba.
Proust lanzó un pesado suspiro y se frotó la barbilla.
– En este asunto hay tantos aspectos contradictorios que no sé ni por dónde empezar, Waterhouse. ¿Por qué Naomi Jenkins, después de haber viajado a Escocia para identificar a su violador, tiene la repentina idea de robar un coche y salir huyendo, comportándose como una criminal a todos los efectos?
– No lo sé, señor -mintió Simón.
No podía contarle a Proust lo que Sellers le había dicho: que Naomi ya no confiaba en Charlie y que por algo que había dicho Steph había descubierto su relación con Graham Angilley.
– Habla con la inspectora Zailer -dijo Proust, impaciente-. Algo debe de haber ocurrido en esos chalets, ¿no te parece? La inspectora Zailer debe saber de qué se trata y a estas alturas tú también deberías saberlo. ¿Cuándo hablaste con ella por última vez?
– No he hablado con ella desde que se fue -reconoció Simón.
– ¿Qué me estás ocultando, Waterhouse?
– Nada, señor.
– Si la inspectora fue a los chalets Silver Brae para detener a los Angilley, ¿por qué Sellers y Gibbs también fueron allí por su cuenta? ¿Hacía falta que fueran los tres? Habría bastado con un inspector y un agente de uniforme.
– No lo sé, señor.
Proust empezó a andar en círculos alrededor de Simón.
– Waterhouse, a estas alturas ya me conoces muy bien. Por eso deberías saber que si hay algo que detesto más que las mentiras son las mentiras en medio de la noche.
Lo mejor que Simón podía hacer era guardar silencio. Se preguntaba si, en cierto sentido, no estaría deseando que Proust acabara con él y le obligara a contar toda la historia. Charlie y Graham Angilley. ¿Acaso Muñeco de Nieve podría decirle algo que le hiciera sentirse mejor con respecto a eso?
– Quizás debería preguntárselo a Naomi Jenkins. Es difícil que sea de menos ayuda que tú. ¿Qué están haciendo para encontrarla?
Por fin una pregunta que Simón podía contestar con toda sinceridad.
– Hay varios agentes en el hospital. Sellers dijo que Charlie estaba segura de que Jenkins iría allí para ver a Robert Haworth.
– De modo que te comunicas con la inspectora a través de Sellers. Interesante. -El inspector jefe siguió andando en círculos alrededor de Simón-. ¿Por qué Jenkins quiere ver a Robert Haworth? Ella sabe que fue él quien violó a Prudence Kelvey, ¿verdad? La inspectora Zailer se lo dijo, ¿no?
– Sí. No sé por qué quiere verle, pero al parecer así es. A toda costa.
– Waterhouse, ¡son las dos de la madrugada, maldita sea! -gritó Proust, golpeando su reloj-. Si era allí adónde se dirigía, a estas horas ya debería haber llegado. Es evidente que la inspectora Zailer estaba equivocada. ¿Hay alguien vigilando la casa de Jenkins?
«Mierda.»
– No, señor.
– Por supuesto que no; he sido un tonto al preguntarlo. -su voz era más sutil; las palabras, como perdigones, iban dirigidas a Simón-. Manda a alguien allí lo antes posible. Si no está allí, intentadlo en casa del ex marido de Yvon Cotchin. Y luego en la de los padres de Jenkins. Me asombra tener que oírme decir todas estas cosas, Waterhouse. -Como si pensara que había sido demasiado sutil en su desaprobación, gritó-: ¿Qué te ocurre? ¡No debería ser un viejo muerto de sueño quien tenga que explicarte los procedimientos más elementales!
– He estado ocupado, señor. -«Todos los demás están en la maldita Escocia, señor»-. Charlie dijo que Jenkins iría directamente al hospital. Teniendo en cuenta que fue la última persona que habló con ella, supongo que sabe lo que se dice.
– ¡Localiza a Jenkins y hazlo cuanto antes! Quiero saber por qué ha huido. Nunca me convenció su coartada sobre el momento en que Robert Haworth fue atacado. Todo lo que tenemos es la palabra de su mejor amiga, ¡la misma que diseñó la página web de Graham Angilley!
– Nunca dijo que tuviera un problema con la coartada, señor -murmuró Simón.
– Lo estoy diciendo ahora, ¿no? ¡Tengo un problema con todo este maldito asunto, Waterhouse! Dar vueltas en círculo, eso es lo que estamos haciendo. ¡Nos estamos pisando nuestros propios talones! ¡Echa un vistazo a esa enorme mancha negra! -dijo, señalando el panel que había en la pared de la sala del departamento de investigación criminal; con un rotulador negro, Charlie había apuntado en él los nombres de todos los implicados en el caso, con flechas que los unían siempre que hubiera alguna conexión. Proust tenía razón: había más conexiones de las que cabria esperar. Ahora, el esquema de Charlie parecía una araña obesa y monstruosa… Era un enorme amasijo de líneas, flechas, círculos y curvas. La silueta del caos-. ¿Habías visto alguna vez algo tan poco alentador? -preguntó Proust-. ¡Porque yo no!
«Hablando de cosas poco alentadoras…», pensó Simón, y luego dijo:
– Juliet Haworth ha dejado de hablar, señor.
– ¿Acaso había empezado a hacerlo?
– No, me refiero a que ha dejado de hablar del todo. Lo he intentado un par de veces, y en ambas ha permanecido en silencio. Sabía que iba a ocurrir. Cuanto más nos acercamos a la verdad, menos dispuesta está a hablar. Ya tenemos pruebas suficientes para condenarla, pero…
Читать дальше