– Muy lista -digo.
– ¿Cree que estas historias no son reales? Robert no la violó, Naomi, pero ambas sabemos que alguien lo hizo. Y, sea quien sea, se lo ha hecho a otras mujeres. A estas mujeres. ¿Por qué pensó que usted había sido la única?
Armándome de valor, miro las hojas de papel que tengo frente a mí. Podrían ser reales. Una de ellas está muy mal escrita; en todas, los detalles son ligeramente distintos. No creo que la inspectora Zailer haya hecho esto. ¿Por qué iba a hacerlo? Es lo mismo que comentó acerca de mi historia: demasiado elaborada.
– Algunas mujeres acuden a la policía después de haber sido violadas -dice, tranquilamente-. Y se toman muestras. Ahora que hemos encontrado al señor Haworth, podemos tomar una muestra de su ADN. Si él es el responsable de estas violaciones, podremos demostrarlo -dice, observándome atentamente.
– ¿Robert? -Este giro me deja confundida-. Él nunca le haría daño a nadie. Si tiene que hacerlo, tome una muestra de su ADN, pero verá que no coincide con ninguna… otra muestra.
La inspectora Zailer me sonríe compasivamente. Esta vez no estoy dispuesta a transigir.
– Creo que, si quisiera, podría ser una testigo muy importante, Naomi. Si decide empezar a contarnos la verdad nos ayudará a detener al cabrón de mierda que la violó a usted y a estas otras mujeres. ¿No es eso lo que desea?
– Nunca me violaron. Mi declaración es falsa.
¿Acaso cree esta estúpida arpía que estoy diciendo esto para desbaratar su sed de justicia? Si no puedo admitirlo es por mí. Soy yo quien deberá sobrellevar eso durante el resto de mi vida y la única forma de conseguirlo es siendo alguien a quien no le ocurrió.
He visto un montón de películas en las que la gente acaba contando una verdad que quieren ocultar desesperadamente en medio de un interrogatorio ligeramente crispado por parte del policía, un psiquiatra o un abogado. Siempre he pensado que el agente debía de tener muy pocas luces o mucha menos resisten» que yo. Aunque tal vez no se trate de resistencia; tal vez sea el conocimiento de mí misma lo que me permite resistirme a las súplicas de la inspectora Zailer. Sé cómo funciona mi mente y, por lo tanto, cómo protegerla.
Además, no soy la única que miente en esta sala.
– Eso son historias sobre violaciones que ha sacado de una página web -digo-. No tiene ninguna prueba; no puede conseguirlas.
La inspectora Zailer sonríe y saca más papeles de su bolso.
– Eche un vistazo a esto -dice.
Siento una opresión en el pecho y empiezo a sudar. No quiero coger las hojas que sostiene, pero me las tiende. Están justo bajo mi barbilla. Tengo que cogerlas.
Mientras las examino, siento un mareo. Son declaraciones a la policía, como la que le firmé el martes al subinspector Waterhouse. Declaraciones sobre violaciones, parecidas a la mía en forma y contenido, casi con los mismos sórdidos detalles. Hay dos. Ambas fueron tomadas por el subinspector Sam Kombothekra, del Departamento de Investigación Criminal de West Yorkshire. Una es de 2003 y la otra de 2004. Si no fuera tan cobarde, si hubiera denunciado lo que me ocurrió, puede que hubiera evitado las agresiones contra Prudence Kelvey y Sandra Freeguard. No puedo evitar mirar los nombres y convertirlo algo personal.
Dos mujeres con nombres y apellidos, otra que decidió permanecer en el anonimato y una camarera de Cardiff que sólo dio su nombre…, cuatro víctimas más. Como mínimo.
No soy la única.
Para la inspectora Zailer sólo es trabajo rutinario.
– ¿Cómo sabe Juliet Haworth lo que le ocurrió a usted? Lo sabe todo…, todos los detalles que usted afirma haberse inventado. ¿Se lo contó Robert? ¿Se lo contó a él?
No puedo responder. Estoy llorando como un patético bebé, no puedo evitarlo. El suelo se viene abajo y yo estoy flotando en la oscuridad.
– A mí no me ocurrió nada -consigo decir-. Nada.
– Juliet quiere hablar con usted. No nos contará si fue ella quien atacó a Robert o si quería matarle. No nos contará nada. Usted es la única persona con la que hablará. ¿Qué opina?
Reconozco las palabras, como si fueran objetos, pero para mí carecen de sentido.
– ¿Lo hará? Puede preguntarle cómo sabe que la violaron.
– ¡Me está mintiendo! Si lo sabe es porque usted se lo ha contado. -Tengo los muslos empapados en sudor. Estoy mareada, como si fuera a vomitar-. Quiero ver a Robert. Tengo que ir al hospital.
La inspectora Zailer deja una fotografía tuya encima de la mesa, frente a mí. Siento una sacudida en el corazón, tan violenta que me parece un latigazo. Quiero acariciar la foto. Tu piel es de color gris. No puedo ver tu cara porque no miras a la cámara. La mayor parte de la foto está llena de sangre, roja en los bordes, y negra y coagulada en el centro.
Me alegra que me la haya mostrado. Sea lo que sea lo que te haya ocurrido, no quiero dejar de verlo. Quiero estar tan cerca de ti como me sea posible.
– Robert -susurro. Las lágrimas resbalan por mis mejillas. Tengo que ir al hospital-. ¿Esto lo hizo Juliet?
– Dígamelo usted.
Miro fijamente a la inspectora Zailer, preguntándome si estamos manteniendo dos conversaciones distintas, si vivirnos dos realidades distintas. No sé quién hizo esto. No tengo ni idea. Si lo supiera, mataría a quien lo hizo. No puedo imaginarme a nadie atacándote, salvo a tu mujer.
– Quizá fue usted quien hirió a Robert. ¿Le dijo que todo había terminado? ¿Acaso se atrevió a dejar de amarla?
Esta idea absurda me despierta.
– ¿Todos los policías que hay por aquí son tan duros de mollera como usted? -le espeto-. ¿Acaso no hay que hacer ningún examen para ingresar en la policía? Estoy segura de que leí algo acerca de eso. ¿Hay alguna posibilidad de hablar con algún policía que lo haya aprobado?
– Está hablando con alguien que tiene un doctorado.
– ¿En qué? ¿En estupidez?
– Necesitaremos una muestra de su ADN para compararla con las pruebas que encontraron los forenses en el lugar donde el señor Haworth fue atacado. Si fue usted, lo probaremos.
– Estupendo. En ese caso, pronto descubrirá que yo no lo hice. Me alegra saber que podemos confiar en algo más que en su intuición, porque parece ser tan precisa como un…
– ¿Un reloj de sol en la oscuridad? -sugiere la inspectora Zailer. Se está burlando de mí-. ¿Hablará con Juliet Haworth? Yo estaría presente. No tiene nada que temer.
– Si me lleva a ver a Robert, hablaré con Juliet. Si no lo hace, olvídelo.
Tomo un sorbo de agua.
– Es usted increíble… -masculla, entre dientes.
Pero no dice que no.
6/4/06
– Prue Kelvey y Sandy Freeguard.
El subinspector Sam Kombothekra, del Departamento de Investigación Criminal de West Yorkshire, trajo consigo fotografías de las dos mujeres, y ahora estaban colgadas con un alfiler en el tablero de Charlie, junto a otras de Robert Haworth, Juliet Haworth y Naomi Jenkins. Charlie le pidió a Kombothekra que le contara al resto de su equipo lo que ya le había dicho por teléfono.
– Prue Kelvey fue violada el 16 de noviembre de 2003 y Sandy Freeguard unes meses después, el 20 de agosto de 2004. Le tomamos muestras completas a Kelvey, pero no conseguimos nada de Freeguard, o sea, que no hay ADN. Esperó una semana hasta presentar la denuncia, pero su agresión fue idéntica a la de Kelvey, de modo que estábamos bastante seguros de que se trataba del mismo hombre.
Kombothekra hizo una pausa para aclararse la garganta. Era alto y flaco, tenía el pelo negro y brillante, la piel aceitunada y una prominente nuez que Charlie no podía dejar de mirar. Cuando hablaba, se movía arriba y abajo.
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