Manuel Puig - La traición de Rita Hayworth

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En La traición inventa un mundo y una nueva forma de narrar.
Entremezcla fragmentos de radioteatro y composiciones escolares, textos burocráticos y diarios íntimos, diálogos telefónicos, de los que el lector `oye` sólo una de las partes, y conversaciones multitudinarias en las que se llega a perder el hilo. Los capítulos en los que se `reproduce` lo que piensa Toto son uno de los momentos más altos de la literatura en castellano del siglo XX. Puig no sólo recupera, a través de una extraña mezcla de ternura y humor, saberes infantiles que parecían perdidos para siempre, sino que logra construir magistralmente la `voz` interior del niño.
`La historia (de la novela) transcurre en Argentina -1933-1948- y atañe a un chico de un pequeño pueblo de las pampas, donde el único contacto real con el mundo es la ficción de las películas. El chico recién empieza a vivir cuando las luces de la sala se apagan y los nombres de las estrellas aparecen en la pantalla. Y esas estrellas pasan a formar parte de sus conflictos.` Así le resume Puig la trama de su libro a Rita Hayworth en la carta en la que le pide la autorización para usar su nombre en el título.

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Pero a ella le gusta el Charrúa que tiene veinte años. Y me preguntó Casals: «¿no le gusta Adhemar? el Charrúa es un salvaje de la selva», a lo que añadí: «Pero si Laurita te gusta a vos, por qué le querés hacer gancho con tu primo?» «Mi primo tiene cuatrocientas novias, qué le importa a él de Laurita, pero lo mejor es hacerse de la barra de las de Kraler y Laurita y todos. Y esto es secreto: el año que viene mi primo no está porque le toca el servicio militar, y yo ya quedo adentro de la barra.»

Pobre chico, se hace ilusiones, y se lo dije, por qué no buscaba una más chica, una del primario, y me respondió: «Con una de esas no se puede hablar de nada, son muy chicas.» Y de buenas a primeras me cortó la respiración: «Voy a hablar por teléfono a mi primo a ver si este domingo vamos al cine o si él me viene a buscar a la salida después del partido de River, porque ahora ya me deja tomar el colectivo solo al centro, sabes, si querés venir entonces yo le hablo y le digo.» Sí, sí sí, se oyó exclamar a una tonta colegiala, su corazón, cual niño que gatea y de repente se larga a caminar, hoy se aventuró a dar un primer paso.

Nunca lo olvidaré, Casals me llevó hasta Secretaría a telefonearle al primo y yo quería escuchar lo que decía y justo me viene la empleada con la noticia de que el director se queda y no me dejó oír una palabra de lo que decía Casals por teléfono. Qué bueno es.

El domingo…, el domingo, Esther, es tu primera cita con la vida, al mismo tiempo que Laurita a la una del mediodía come apurada su almuerzo de domingo en su vasto chalet de rojas tejas, ¿y Graciela? me la imagino muy bien, consentida en todo por sus padres, se desata los rulos en la mesa, mientras picotea un delicado postre de cocina, en el suntuoso comedor de su departamento frente a la aterciopelada Plaza Francia; pero tanto una como la otra como la otra (¡esa tercera soy yo!), sólo obramos en pos de un sueño, un sueño romántico.

Cita a las tres en el majestuoso jol del cine más lujoso de Buenos Aires, un palacio de las mil y una noches, donde se proyecta la película que eligió Casals. Y como si no bastara con el sueño que llevo en mi alma -y que henchida me empuja como un huracán de popa- otro sueño se proyecta en la pantalla, otro sueño de otra u otro que como yo… se apresta a amar, ama, o recuerda haber amado. Lágrimas, sonrisas para la heroína, o para mí misma en ella retratada, y sobre la palabra fin las luces de la sala vuelven a iluminarse. Casals está junto a mí ¿te gustó la película, Casals? lo que esperaste toda!a semana mientras pasabas hoja a hoja las lecciones a estudiar, y ahora a salir de este mundo de gente, una oleada de público se vuelca a las calles del centro de la gran urbe, cuyas luces (azules y rojas son más que nada las luces de mi ciudad) se van dibujando cada vez más claras sobre un cielo azul cada vez más oscuro, sobre una taffeta azul tornasolada (el cielo de Buenos Aires) lucen joyas (sus incandescentes letreros), que son pedrería prendida a la taffeta que prendida a mi carne no me deja olvidar que es día de fiesta.

Y llegó la hora de los panqueques en la Cabaña Canadiense, «todo llega en la vida» dice mi madre, y llega un mozo con casaca ribeteada de amarillo y blanco con dos panqueques a la americana y dos tazas humeantes de café con leche. Y mientras se va acercando la hora, porque Casals calcula que a las seis y cuarto ya podrá llegar ¿quién? ¡Héctor! ¿quién otro va a ser? porque ni bien terminó el partido de su equipo favorito se largó a las calles, tomó el colectivo como una exhalación y ya está en la pensión bañándose y todavía el pelo corto (¿y un poco de carpincho?) no se le ha terminado de secar que aparece en el cálido recinto de la Cabaña Canadiense. A las seis y algo es de noche cerrada ¿y dónde está el sol? pero Ios-rayos tibios de la corta tarde que perdimos escondidos en la penumbra de un cine… si yo estiro la mano y acaricio la mejilla de Héctor estoy todavía a tiempo de tocarlos, oh tibios rayos, ya que el astro rey dejó su encendido color en toda la muchachada encaramada en las tribunas.

Y todo llega en la vida, llega también el momento de preguntarle todo lo que se me ocurre, de qué equipo es, qué jugador le gusta más, si piensa seguir estudiando, y sus ideas políticas para ver si en su corazón hay un lugar para los pobres, tpdo se lo puedo preguntar, tenía razón mamá que la vida es mía, y mi hermana que dice «no te cases joven, no te cases joven» porque la juventud manda y ya llegarán las obligaciones y las responsabilidades, pero ahora es la hora de divertirse, de vivir y dar alas a los sueños que anidan en nuestro corazón, es tu hora Esther, porque después de una animada charla iremos a caminar por las veredas del centro (una vía láctea desmembrada en prolijo cuadriculado: el centro de mi ciudad) e imantados por un polo poco tardaremos en subir las escaleras por donde ya se empieza a escuchar la síncopa electrizada de una orquesta de jazz, y bajo las ultramodernas lámparas difusas de Adlon, recortándose en el aire satinado, luciendo sus mejores galas está la juventud triunfadora del Colegio Incorporado «George Washington» y Casals hace su maniobra y al sentarnos a mí me pone al lado de Héctor, y la orquesta ataca un cadencioso fox y a lo mejor Héctor se quiere cambiar de asiento y sentarse al lado de otra ¿cómo puede una pobre niña inexperta saber lo que una dama habría de hacer en esas circunstancias? ¿pero es posible Dios mío lo que estoy sintiendo?… ¿basta tan sólo esto para barrer con mis dudas -telarañas del alma- tan fácilmente?… sí, ya todo es verdad, ya nada es feo, falso, triste o malo en el mundo, porque… bueno, es tan simple… es que Héctor me ha tomado la mano debajo de la mesa, y me la estrecha, y nuestros corazones laten al compás de un fox, y Esther ¿qué más puedes pedir? ya nada más hay que pedir, porque en este mundo a la vuelta de cada esquina florecen un rosal y una pareja, y no hay nada más que pedir, sólo una cosa, sí, por favor, una cosa… que los relojes se detengan y el tiempo muera por siempre, cuando sea domingo.

Jueves – La felicidad… eres mujer, y por lo tanto esquiva ¿y también mentirosa? ¿prometes y no cumples? Empecemos porque mamá no me quiere dejar, y sigamos porque mi hermana de una vez por todas reveló lo que es: una pobre orillera, la detesto. Con el tapado mostaza, que ella se cree que es lo más fino que hay y vienen ganas de darle limosna, y semejante grandota con un hijo de ocho años se quiere venir a sentar entre nosotros en Adlon. Es ella la que nunca oyó decir que una chica de catorce años puede salir sola con sus compañeros, ella solamente porque es una pobre diabla que nunca salió de este barrio de mala muerte. Y cuando se saca el tapado se cree que va a quedar muy linda con ese traje de saco que ya se le está destiñendo el teñido que era lo único que lo salvaba de esas rayas amarillas y rojas, pero se ve que está teñido, la anilina se nota porque la tela está como quemada.

Tal cual una nena de cinco años ahí con mi hermana para que no me pierda. Antes de ir con ella me mato. Y mi cuñado qué envidioso, eso es lo que es, me dice que por qué no le llevo «la barrita pituca» al comité, así les canta cuatro frescas… Un domingo quiere él que la juventud se vaya a encerrar a un comité, y se lo dije, y me contesta: «A las pendejas esas llévalas al comité, vas a ver cómo las hacemos divertir los muchachos». Mientras viva no olvidaré su grosería.

Y Casals hoy viene y me dice si yo me iba a dejar acompañar hasta casa por Héctor, y miraba para otro lado como para aguantar la risa. Además agregó: «¿Tu cuadra es muy oscura? pero no vas a tener miedo, porque él te tiene abrazada y te defiende ¿no?», ¿qué querés decir? «nada, mi primo ya te va a decir lo demás, vas a aprender mucho con él». Yo no pude aguantarme y le di un terrible pellizcón en el brazo, y Casals me agarró de una trenza y me dice dándome tirones como jugando pero medio me dolían: «no seas tonta ¿no se puede bromear con vos? mi primo y yo te vamos a acompañar, así que delante mío no puede pasar nada, ¡a no ser que me hagan esperar en la esquina!», y se reía. Yo le dije: «eso es lo que querrías hacer vos con Laurita», y el mocoso pretencioso me contestó: «si yo fuera Adhemar tendría que elegir entre la de Kraler y Laurita».

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