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Anna Gavalda: La sal de la vida

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Anna Gavalda La sal de la vida

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«La sal de la vida es un relato alegre, lleno de sonrisas, de juegos, de reyes, reinas y ases, que nos recuerda que todo es posible todavía», ANNA GAVALDA. Simone, Garance y Lola, tres hermanos que se han hecho ya mayores, huyen de una boda familiar que promete ser aburridísima para ir a encontrarse en un viejo castillo con Vincent, el hermano pequeño. Olvidándose de maridos y esposas, hijos, divorcios, preocupaciones y tristezas, vivirán un último día de infancia robado a su vida de adultos. La sal de la vida es un homenaje a los hermanos, compañeros imborrables de nuestra niñez. Una novela con todos los ingredientes que han hecho de Gavalda una de las autoras más leídas y admiradas de la literatura europea: alegría, ternura, nostalgia y humor.

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Marvin en plan jefe de pista: Here my dear…This album is dedicated to you.… Una versión desenfrenada del Pata Pata de Miriam Makeba para ir entrando en calor, Hungry Heart del Boss, porque hace quince años que el Boss nos hace mover el esqueleto, y, más adelante en la lista, The River, para alimentar ese corazón hambriento. Beat It, del difunto Michael Jackson, a todo volumen para dar volantazos en la carretera, Friday I'm in love, de los Cure, para -perdonad un momento que bajo el volumen- celebrar el fantástico fin de semana que acabábamos de pasar, Common People de Pulp, canción con la que habíamos aprendido más inglés que con todos nuestros profes juntos. Amado mío, la que canta Rita Hayworth en la película Gilda, que nos da subidón a todos… Amado mío, love me forever, and let forever begin tonight.… Y ya que estábamos en plan romántico, le seguía una bellísima versión de Bésame mucho interpretada por Cesária Evora, Bésame, bésame mucho, como si fuera esta noche laúltima vez… Una versión sublime de IWill Survive, de Musica Nuda, y otra de My funny valentine, de Angela McCluskey, con la voz rota. De ella también, un Don't explain que podría emocionar al picaflor más cabronazo… Aznavour, con esa voz suya tan cálida, recordándonos cómo era la vida de los artistas sin gloria y sin blanca en La Bohême.… El violín de Yo-Yo Ma para Ennio Morricone y sus jesuítas de La misión, Jacques Brel evocando el puerto de Amsterdam y Dylan repitiendo sin tregua I want you a dos hermanas casi vírgenes, un par de joyas de Nick Drake, fabulosas odas a la melancolía, Day is done y Cello song, qué talento este chico, lástima que muriera tan joven… Love me or leave me, implora Nina Simone mientras sorprendo a Lola frotándose la nariz… Hey, hey, hey, a Simon no le gusta ver a su hermana triste, así que rápidamente cambia las tornas y le pone a las Weather Girls con su It's raining men, para animarla… Yves Montand en recuerdo de Paulette y Simon & Garfunkel porque sí, porque emocionan con su canción For Emily, whenever I may find her…. ese final apoteósico que te pone la carne de gallina, Oh, I love you… Eu sei que vou te amar, cantada por Toquinho, y Comptine d'un autreété de Yann Tiersen, Björk que grita it's oh so quiet, el Nisi Dominus de Vivaldi para complacer a Camille y la canción de Neil Hannon que tanto le gustaba a Mathilde. Kathleen Ferrier para Mahler, Glenn Gould para Bach y Rostropovich para la paz. Una canción dulce, Une chanson douce, de Henri Salvador, la misma que nos cantaba nuestra madre y que, chupándonos el dedo, escuchábamos hasta que nos quedábamos dormidos. Lucio Dalla con su Caruso… ti voglio bene assai, ma tanto tanto bene sai…. La banda sonora de En la boca no, esa peli que me salvó la vida en un momento en que yo ya no quería seguir viviendo. Y otra banda sonora, la de Juegos prohibidos, con ese Romance anónimo no tan anónimo… Seguimos con el mítico Luis Mariano, que alaba a golpe de gorgorito el sol de México, Pyeng Threadgill repite Close to me y yo me digo que eso sí que es el no va más… La elegancia de Cole Porter sublimada por la de Ella Fitzgerald, y a esto le añadimos Cindy Lauper porque los contrastes son buenos, Oh, daddy, the girls just wanna have fun!, grito, sacudiendo a mi perro como si fuera el pompón de una animadora, para que todas sus pulgas bailen a gusto La Macarena.

Y muchas más… Montones de megaoctetos de felicidad.

Guiños, recuerdos, lentas fallidas en memoria de fiestas aburridas, music was my first love (For Connoisseurs only), Vincent había puesto un poquito de klezmer, la música alegre y festiva de los judíos del este de Europa, música de la Motown, música tradicional francesa, la que se tocaba con acordeón en los merenderos, canto gregoriano, fanfarrias o grandes órganos, y, de pronto, cuando el coche se estaba bebiendo toda la gasofa hasta la reserva, Ferré y Aragon cantaron su asombro: Est-ce ainsi que les hommes vivent?, ¿así es como viven los hombres?


Cuantas más canciones escuchábamos, más me costaba contener las lágrimas. Vale, ya lo he dicho antes, estaba cansada, pero sentía una bola en la garganta cada vez más gorda, cada vez más gorda…

Eran demasiadas emociones a la vez. Mi Simon, mi Lola, mi Vincent, mi Yo-alucino en mi regazo y toda esa música que me ayudaba a vivir desde hacía tanto tiempo…

Tenía que sonarme la nariz.


Cuando la máquina calló, creí que me sentiría mejor, pero entonces el desgraciado de Vincent empezó a hablar por los altavoces:

«Y ya está, se acabó, hermanita. Bueno, espero que no se me haya olvidado nada… Ah, sí, espera, aquí va la última…»


Era la versión de Hallellujah de Leonard Cohen que había hecho Jeff Buckley.


Con los primeros acordes de guitarra me tuve que morder los labios y me quedé mirando fijamente la lamparita del techo para contener las lágrimas.

Simon movió el retrovisor para que no tuviera escapatoria:

– ¿Qué? ¿Estás triste?

– No -contesté, resquebrajándome por todas partes-, estoy súp… súper feliz.


Nos tiramos hasta el final del trayecto sin pronunciar una sola palabra. Rebobinando la peli en nuestras cabezas y pensando en el día siguiente.

Fin del recreo. Estaba a punto de sonar el timbre. De vuelta a clase todos en fila.

Silencio, por favor.

¡He dicho silencio!


Dejamos a Lola en la Puerta de Orleans, y Simon me acompañó hasta mi casa. Cuando ya se iba, lo cogí del brazo: -Espera, no tardo nada… Y corrí a la tienda de los chinos.


– Toma -le dije, tendiéndole un paquete de arroz-, no olvides tus encargos, hombre… Sonrió.

Siguió agitando el brazo mucho tiempo, en un gesto de despedida, y cuando desapareció al doblar la esquina, volví a mi colmado favorito a comprar comida para perros.

Anna Gavalda

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