Fuera de los relatos de la infancia del Salvador, no se le mienta en los Evangelios sino de manera bien indirecta[75]. Prudente reserva que, como ya observamos en lo tocante a María, no supieron imitar los Evangelios apócrifos que abundan en noticias extraordinarias, inverosímiles, falsas evidentemente, en su mayoría, referentes a él. Nos guardaremos bien de seguirlos en semejantes trivialidades[76].
¿Cuál fue su verdadero oficio? En el texto de San Mateo[77] se le designa con la palabra τέχτων. Este sustantivo, de harto vaga significación, puede aplicarse tanto al obrero que trabaja el hierro como al que trabaja en madera. San Ambrosio, San Hilario y otros intérpretes prefirieron el primero de estos dos sentidos. Pero más conforme con la tradición es admitir que el padre adoptivo del Salvador fue carpintero y, por consiguiente, que lo fue también Jesús. Así lo dice un texto de San Justino que antes hemos citado[78]. Ambos manejaron, por tanto, la sierra, el cepillo, el hacha y demás instrumentos de su oficio.
He aquí todo lo que nos dicen los documentos antiguos del esposo de María y padre nutricio de Jesús. ¿Será posible formarnos idea exacta de la vida que aquella augusta «trinidad de la tierra» hacía en Nazaret cuando Jesús de niño se convirtió en agraciado adolescente y más tarde en joven perfecto que atraía juntamente hacia sí la benevolencia del cielo y el afecto de los hombres? Sí, hasta cierto punto; según lo que conocemos de sus almas y por lo que nos dicen las costumbres de aquel tiempo, que en gran parte se conservan todavía en Nazaret.
Era la suya, en primer término, una vida de pobreza y, por consiguiente, de humildad, de oscuridad. A veces se ha exagerado la pobreza de la Sagrada Familia, confundiéndola con la miseria y la indigencia. Más tarde, cuando Jesús viva su fatigosa vida de misionero, después de haberlo dejado todo para esparcir la buena nueva por toda Palestina, podrá decir que el Hijo del hombre no tenía en propiedad ni una piedra donde reclinar la cabeza[79]. Lo mismo dirá de Él San Pablo[80]: «Por vosotros se hizo pobre.» Propter vos egenus factus est. Pero gracias al animoso trabajo de San José, gracias también al trabajo de Jesús mismo cuando ya hubo crecido, no fue la vida de la Sagrada Familia la de los pobres a quienes todo falta. En general, los orientales se contentan siempre con poco en lo que atañe a habitación, vestidos y alimento[81]. Sencillos y sobrios, pueden vivir con muy reducidos gastos. Recordando las indicaciones hechas anteriormente, fácil nos es representarnos cómo eran la casa, los muebles, los vestidos y los alimentos de Jesús, de María y de José.
Su vida era también de activo trabajo, como se deduce de lo que acabamos de decir del oficio ejercido por San José y después por Jesús, con ayuda del cual subvenían a las modestas necesidades de la casa. Nuestro Señor y su padre adoptivo merecieron así servir de patronos y modelos a los obreros cristianos. Por lo demás, ya hemos visto que el trabajo manual era tenido entonces en gran aprecio en el país de Jesús y que los más célebres rabinos no se desdeñaban en dedicarse a él. También María se dedicaba infatigablemente a las múltiples ocupaciones domésticas, cumpliendo con perfección la significativa divisa de la matrona romana: «Permaneció en casa, hiló la lana», domi mansit, lanam fecit[82]. Puede suponerse que la casa de José tenía un huerto contiguo, que él cultivaba en sus horas libres y que aumentaba sus modestos recursos. Su colaboración era sin duda buscada en la época de los grandes trabajos agrícolas. Quizás también se le llamaba a los lugares vecinos para construcciones o reparaciones propias de su oficio.
En tercer lugar, la vida de piedad, de piedad ardiente, de perpetua unión con Dios, que los ángeles del cielo contemplarían con embeleso. En la casa de Nazaret se oraba con frecuencia. ¡Y con qué fervor tan inefable! Allí, más aún que en las otras familias de Israel, penetraba la religión hasta en los menores actos de la vida. Todo en aquella casa servía de alimento a la piedad. El sábado y los demás días de fiesta, Jesús, María y José asistían a los oficios de la sinagoga, edificando a todos por su grave y recogida compostura. Poníanse entonces, según la costumbre general, sus mejores vestidos, de vivos colores, sobre los cuales Jesús y su padre adoptivo se echaban su talleth o manto de oración, mientras que María se cubría con un largo velo blanco.
En fin, era la vida de los miembros de la Sagrada Familia de dulce y santa misión, de recíproco e infatigable afecto. Baste esta sencilla indicación, pues nos sentimos sin fuerzas para describir el amor paternal de los padres del Salvador, y el filial cariño con que Jesús les correspondía. Añadamos, por último, que con sus parientes, con sus vecinos, con todos sostenían relaciones de afectuosa cordialidad y de una caridad práctica que, llegado el caso, no escatimaba sacrificios.
¡Quiera Dios que estas observaciones, aunque forzosamente superficiales e imperfectas, sean parte a esclarecer la vida oculta de Jesús! Añadiremos todavía que ésta fue, en resumen, una vida feliz. Sería extraño error el imaginarse al divino adolescente, a su madre y a su padre adoptivo viviendo una vida taciturna y triste. Lo que más tarde dirá Jesús de las alegres reuniones de familia lo había experimentado personalmente en Nazaret. ¡Cómo gozaría entre tal madre y tal custodio! Él era el más tierno y respetuoso de los hijos. María se mostraba la más amorosa de las madres. ¡Cuántas veces, andando el tiempo, había de recordar con arrobamiento, en sus prolongadas meditaciones, aquellos benditos años de Nazaret! José vivía entregado sin reserva a estos dos seres que Dios se había dignado confiarle. Sobre este santísimo grupo se derramaban sin cesar los más preciados favores del cielo; en él florecían también todas las virtudes de la tierra.
Un día, sin embargo, penetró el duelo en aquel hogar, único en el mundo, cuando, entre los brazos de Jesús y María, expiró dulcemente aquel esposo virginal y padre adoptivo. Todo persuade, y así continuamente se admite, que aquel feliz tránsito acaeció antes de que el Salvador inaugurase su vida pública. Colígese razonablemente del hecho de que José no sea mentado por San Juan entre los parientes del Salvador, al referir su primer milagro[83], ni en otros pasajes relativos a época posterior[84]. Entonces más que nunca rodeó Jesús a su madre de respeto y de ternura; entonces más que nunca mostró María su amor maternal a su divino Hijo. Juntos lloraron y se consolaron mutuamente[85].
En distintos lugares mencionan los Evangelios y otros escritos del Nuevo Testamento a los «hermanos» del Salvador, de los que los dos primeros evangelistas citan hasta los nombres[86]. San Mateo y San Marcos hablan también de sus «hermanas»[87]. ¿Cuál es el sentido exacto de estas expresiones? Pese a Helvidio y a Joviniano, a los racionalistas modernos y a no pocos protestantes de los llamados ortodoxos, es evidente, según lo que arriba dejamos demostrado, que no podemos interpretarlas como si denotasen hermanos y hermanas propiamente dichos, hijos que José hubiese tenido de María después del nacimiento de Nuestro Señor. Tan comprobada está la virginidad perpetua de la Madre de Cristo, que no se comprende cómo se haya podido caer en tan grosero error. Jesús fue el único hijo de María, y Éste, nacido en condiciones enteramente sobrenaturales. Por lo demás, en los textos bíblicos que acabamos de mencionar nada, absolutamente nada, indica que estos «hermanos y hermanas» fuesen hijos de la Santísima Virgen. Si tan íntimas relaciones hubiesen tenido con ella, no se comprendería cómo Jesús, a punto de expirar, hubiese confiado su madre amantísima al apóstol San Juan y no a cualquiera de sus propios hermanos.
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