En cada uno de los dos años de Filosofía, los estudiantes deben preparar la sustentación de la tesis, llamada sabatina el primer año. El 8 de julio de 1669 Juan Bautista, después de obtener su certificado de escolaridad, jura sermón en latín, y de rodillas, entre las manos del rector de la universidad, Henri
Esnard, recibe las cartas testimoniales que lo autorizan a presentarse ante el jurado. Estas cartas lo sitúan bajo la «autoridad, defensa, guardia y protección» del rector y de la universidad. Le quedan por pasar dos pruebas de tres horas, de las cuales le informan entonces las fechas y la composición del jurado. El 10 de julio recibe el título de maestro en Artes, con la mención summa cum laude. En seguida se inscribe en la Facultad de Teología.
El estudiante
El 1.º de octubre de 1669, con su Maestría en Artes en el bolsillo, él comienza los cursos de Teología en Reims. Se ha podido preguntar por qué no escogió desde este momento partir para París, dado que lo hará el año siguiente. Poutet emitió la hipótesis según la cual la inscripción de Juan Bautista en Reims constituía una garantía de la benevolencia demostrada por el tribunal con respecto a la universidad en el momento en que el conflicto oponía, por un lado, al canciller nombrado por el arzobispo y, por el otro, al cuerpo de profesores: a los ojos de los profesores, ese canciller, simple bachiller, no podía presidir los «jurados» entregando diplomas superiores al suyo (Poutet, 1970, t. I, pp. 228-229). El conflicto en sí no tenía casi nada que ver con el joven estudiante; pero él debió oír hablar a su padre, quien ocupaba una sede en el tribunal y había rechazado a los demandantes. Además, el conflicto conoció varios giros hasta el mes de diciembre de 1670, en el curso del cual el Parlamento de París confirmó las sentencias del Tribunal de Reims. ¿Hay que ver en esas tensiones una razón de la partida de Juan Bautista a París en la entrada académica de 1670? Es imposible responder.
Por el contrario, esa partida corresponde a otra lógica. En París él se inscribe no solo en la Sorbona, donde los diplomas tienen una reputación con la cual la Universidad de Reims, cualquiera que sea la calidad de sus profesores, no puede rivalizar, sino también en el Seminario de San Sulpicio, que se había vuelto una de las principales referencias en materia de formación del clero diocesano. Es muy probable que los La Salle, pensando en el atractivo evidente de su hijo por la vida religiosa y en sus probadas capacidades en este primer año en la universidad, hayan tenido la esperanza de que el paso por París le daría mejores oportunidades para realizar una bella carrera eclesiástica: un canónico doctor en Sorbona e inserto en la potente red sulpiciana tenía muchas posibilidades de ser elegido vicario general por un obispo; quizás se le podía confiar una diócesis más tarde. ¡Qué consagración para la familia y para un hombre joven sinceramente deseoso de consagrarse a la Iglesia! Maillefer precisa, además, que «partió hacia París […] con el objetivo de conseguir allí el grado de doctor» (Maillefer, 1966, CL 6, p. 43). No hay contradicción entre las aspiraciones sociales de los La Salle y su propio compromiso religioso. Lógica profana e inversión religiosa se alimentan de manera mutua: la búsqueda de dignidad orienta la vocación y esta la legitima. Hablar de instrumentalización de lo sagrado sería condenarse a no comprender; pero sin duda hay que ir más lejos aún: la ambición de una familia que, perteneciendo a la oligarquía que rige a la ciudad, busca una bella carrera en el clero para su hijo; esa ambición se nutre con la conciencia de sus misiones y sus prerrogativas, a la vez cristianas y sociales. Es cumplir, a la vez, su deber social y su deber religioso, darle su hijo a la Iglesia para que esté en disposición de asumir en ella responsabilidades a la altura de sus capacidades.
En Reims Juan Bautista sigue en particular los cursos de
Daniel Egan, uno de los oponentes más determinados del nuevo canciller, y de Miguel de
Blanzy. Él escucha la praelectio del primero, seguida de ejercicios teológicos orales, cada tarde de 1:00 p. m. a 2:00 p. m. Enseguida, de 2:30 p. m. a 4:00 p. m., él sigue el curso de Escritura Santa, que el profesor comenta apoyándose sobre los padres. En la mañana, de 8:00 a. m. a 9:00 a. m., Miguel de
Blanzy comenta el Libro de las sentencias de Pedro Lombardo. Lo esencial de la formación durante ese año trata sobre el estudio de la Trinidad, los ángeles, la cuestión del libre albedrío y los sacramentos.
En mitad de octubre de 1670, Juan Bautista no realiza su entrada a Reims, sino a la Sorbona. Se instaló de manera definitiva en París, donde entró al Seminario de San Sulpicio, dirigido por
Luis Tronson hasta el verano de 1671. Se beneficia así de una doble formación en teología. En la universidad sigue los cursos de
Guillermo de Lestocq sobre la Trinidad y de Santiago
Despériers sobre la encarnación. En el seminario, La Barmondière comenta la Moral de Luis Abelly36. Probablemente Juan Bautista frecuenta allí a su pariente mayor Juan Santiago
Baüyn, quien solo está en la preparación de su bachillerato, pero manifiesta una fuerte personalidad y un gran resplandor espiritual. Bernardo escribe que tuvo «una amistad inviolable» con Juan Bautista y este último, de vuelta a París en 1688, se coloca bajo su dirección (Bernardo, 1965, CL 4, p. 14; Poutet, 1970, t. I, pp. 292-293). Blain traza el retrato de un asceta del cual, a su muerte, se repartieron «como reliquias los instrumentos de mortificación con los cuales había martirizado su cuerpo […]».
Es al final de este primer año parisino que sobreviene, el 19 de julio de 1671, la muerte de Nicole Moët. Juan Bautista parece no haber vuelto a ver a su madre después de su partida en el otoño precedente. Bernardo no dice nada, pero Maillefer (1966) en su manuscrito de 1723 afirma: «ese golpe […] suspendió sus resoluciones por algún tiempo» (CL 6, p. 20), lo que Blain (1733) parafrasea así: «ese golpe tan rudo […] suspendió por algún tiempo sus resoluciones de comprometerse en el estado eclesiástico» (t. I, p. 126). En 1740 Maillefer (1966) transforma esas dudas en «incertidumbres agobiantes» (CL 6, p. 20). ¿Viene la información de la memoria escrita por Juan Bautista de la cual dispuso Bernardo? En ese caso, ¿por qué no la habría tenido en cuenta? ¿Es un elemento de la vulgata familiar recogida por Maillefer o pura invención de su parte? Nada en el recorrido de Juan Bautista testifica alguna duda en ese momento.
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