Así las cosas, el estudio ético de los fenómenos de la revolución científica no obedece a un análisis meramente técnico en la informática o la computación, sino a una reflexión del conocimiento acerca de la informática en las humanidades. Como señala Deborah G. Johnson (2004: 68):
A medida que la tecnología informática evoluciona y se despliega de nuevas maneras, ciertos problemas persisten –problemas de la privacidad, los derechos de propiedad, la responsabilidad y valores sociales. Al mismo tiempo, surgen nuevos y aparentemente problemas únicos. Las cuestiones éticas pueden ser organizadas al menos de tres maneras diferentes: según el tipo de tecnología; según al sector en el que se utiliza la tecnología; y según los conceptos o temas éticos.
Ahora bien, no se puede perder de vista que estas nociones preliminares de ética informática se gestaron sobre los paradigmas y desarrollos propios de la primera y segunda revoluciones industriales. En dicha época se incorporó la matemática en la realización de secuencias lógicas, lo que más tarde se tradujo en máquinas de computación informática capaces de canalizar órdenes. Sin embargo, los avances de la tercera y cuarta revoluciones llegaron mucho más lejos y plantearon nuevos desafíos respecto de las innovaciones en procesos de automatización mucho más sofisticados. Un ejemplo de ello llegó en 1971, cuando Intel lanzó el primer microprocesador comercial del mundo, componente tecnológico que actualmente está presente en prácticamente cualquier dispositivo, tanto así, que para 1998 ya había más de quince mil millones de chips operando en todo el mundo ( Floridi, 2008).
Para la década de 1990 la ética informática estaba fuertemente influenciada por corrientes filosóficas en las cuales ya no se analizaban los problemas desde la perspectiva técnica de la programación, sino que lo que realmente importaba era cómo el ciberespacio estaba transformando a los seres humanos. Aspecto que Krystyna Gorniak-Kocikowska(1996) describió de la siguiente manera:
Cada una de las antiguas revoluciones tecnológicas cambió la forma en que la gente funcionaba en la [n]aturaleza; sin embargo, con la tecnología informática existe la probabilidad de que se cree una realidad alternativa a la [n]aturaleza e igualmente compleja. Los humanos deben ser vistos como habitantes de ambos mundos.
Hasta aquí hemos visto que a lo largo del siglo XX el desarrollo de la tecnología presenta una realidad de carácter técnico que impulsó el fenómeno de la innovación, pero que a su vez expuso un nuevo escenario de dilemas éticos que llevaron al surgimiento de la ética informática, la cual va más allá de lo que se entiende por ética profesional en estricto sentido.
Para Gorniak-Kocikowska (1996: 5), la ética informática tiene un impacto global que no se relaciona exclusivamente con la computación y la interpretación aritmética, sino que nace de un raciocinio que surgió con la aparición de la imprenta en la segunda mitad del siglo XVIII. En esa etapa tener acceso al conocimiento era visto como un privilegio que se generalizó cuando
[l]as masas de creyentes que solían obedecer a los poseedores de conocimiento, descubrieron que eran individuos racionales capaces de hacer sus propios juicios y decisiones. Esto preparó el camino para los dos nuevos conceptos éticos que fueron creados en última instancia por Immanuel Kant y Jeremy Bentham.
En ese orden de ideas, la ética informática no aplica solamente para la “maleabilidad lógica” de las computadoras planteada por James Moor, sino que trasciende a todo aquello que tiene un carácter de versatilidad en las comunicaciones. De esa manera, a juicio de la citada autora, la ética informática no surgió por la revolución de la computación, sino que ha estado presente en la historia de la humanidad y puede explicarse a través de las teorías filosóficas existentes (Gorniak-Kocikowska, 1996).
La profesora Gorniak-Kocikowska explica que, para el caso de la tecnología, el marxismo es la teoría que mayor influencia ha tenido y que responde a los cambios que la revolución industrial causó en la sociedad. De acuerdo con dicha noción, la producción colectiva de bienes conforme a la propiedad de capital y su carácter internacional constituye una teoría ética en la medida en que los propietarios son legítimos por el producto de su trabajo y se abren las fronteras para el libre mercado (Gorniak-Kocikowska, 1996).
La doctrina señala que incluso algunas de las teorías éticas del marxismo no eran nuevas. Deborah Johnson (2008: 70 y 71) utilizó la ética de Bentham y Kant para sustentar que dichas teorías no surgieron de manera inmediata con la invención de la imprenta, sino que su evolución ocurrió años después de manera progresiva en la medida en que las personas tuvieron acceso al conocimiento. A juicio de esta autora, el acceso a la información significó el entendimiento del concepto de naturaleza humana, que luego fue interpretado a la luz de la capacidad del individuo para hacer juicios razonables y tomar decisiones libremente dentro del contrato social, todo ello en el desarrollo filosófico promovido por Hobbes, Locke y Rousseau.
Lo anterior se resume en dos sistemas éticos concretos: el utilitarismo, basado en la premisa de actuar para lograr la felicidad del mayor número de personas posibles, y en el que el ideal de felicidad puede ser un equilibrio de derechos y deberes, conforme a las ideas de Bentham y Rawls. Mientras que el ideal del hemisferio occidental se enmarca en una concepción del ser humano como un fin y no un medio, de acuerdo con la metafísica propuesta por Kant ( Brey, 2000; Gorniak-Kocikowska, 1996; Johnson, 2004).
En una nueva fase, los desarrollos de la ética digital se han enmarcado en la filosofía de la computación y la información, uno de cuyos principales exponentes ha sido Luciano Floridi, profesor de la Universidad de Oxford. Para Floridi (2010a), la “sociedad de la información” es una aceleración extraordinaria del poder tecnológico con cambios sociales importantes, en donde la omnipresencia total y el alto poder de las tecnologías de la información merecen un análisis en torno a la “infosfera”, definida como:
[E]l entorno informativo constituido por todos los procesos, servicios y entidades de información, incluyendo por tanto los agentes de información así como sus propiedades, interacciones y relaciones mutuas […] En muchos aspectos, no somos entidades autónomas, sino más bien organismos de información o informantes interconectados, que comparten con los agentes biológicos y los artefactos de ingeniería un medio ambiente global hecho en última instancia de información ( Floridi, 2010a: 13).
En sus inicios, la vertiente ética de la privacidad se enfocó en verla como “una función de la fricción informativa en la infosfera ” ( Floridi, 2014: 109). En efecto, el autor indica que la tecnología trae implícita la consecuencia de la privacidad de la información, habida cuenta de que el mundo digital se ha fusionado con el mundo analógico. Esto significa que la información tiene un impacto en el entorno social que se representa como el derecho a la privacidad.
Así que esta transición del mundo analógico al mundo digital gira en torno a la gestión de la información y al procesamiento de datos. La aparición de Internet presentó desafíos que se abordaron desde la autorregulación, en tanto que la infosfera ha respondido a su propio crecimiento, pero despierta retos desde la perspectiva de la filosofía de la información. De acuerdo con Copeland (1999: 18):
[L]a filosofía de la información se ocupa principalmente de todo el dominio de los fenómenos representados por el mundo de la información, y se inclina hacia un enfoque metateórico sólo en la medida en que aborda los problemas filosóficos implícitos en el mundo de la información a partir de la posición ventajosa que representan la ciencia de la información, la informática y las TIC. La filosofía de la información está por lo tanto fenomenológicamente sesgada, y es más una filosofía de la infosfera que una filosofía de la informática o las TIC.
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