Bernal Díaz del Castillo - Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3)

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Verdadera Historia de los Sucesos de la Conquista de la Nueva-España (Tomos 1-3): краткое содержание, описание и аннотация

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La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España es una obra de Bernal Díaz del Castillo, que fue uno de los soldados participantes en la mayoría de las jornadas de la conquista de México en el siglo XVI. Es una obra de estilo cautivador desde las primeras líneas. Nos narra el proceso de la conquista de México de una manera ruda, aunque sencilla, ágil y directa. Leer su libro es transportarse al pasado y vivir al lado de un soldado todos los sucesos de la conquista: descripciones de lugares, relatos de personajes, anécdotas, críticas agudas y angustiantes relaciones de fatiga y peligros enfrentados.

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Y como Cortés lo oyó, y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo Cortés al fraile:

—«Bien es agora, Padre, que hay buena materia para ello, que les demos á entender con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe.»

Y entónces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo, que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y despues de declarado cómo somos cristianos é todas las cosas tocantes á nuestra santa fe que se convenian decir, les dijeron que sus ídolos son malos y que no son buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padeció muerte y pasion el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, que es el en que nosotros adoramos y creemos, que es nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercero dia y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél; y se les dijo otras muchas cosas muy perfectamente dichas, y las entendian bien, y respondian cómo ellos lo dirian á su señor Montezuma; y tambien se les declaró que una de las cosas porque nos envió á estas partes nuestro gran Emperador fué para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos á otros, ni adorasen aquellas malditas figuras; y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquella, y pongan una imágen de nuestra Señora, que allí les dió, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace.

Y porque pasaron otros muchos razonamientos, é yo no los sabré escribir tan por extenso, lo dejaré, y traeré á la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez á rescatar piezas de oro, y no de mucho valor, todos los soldados lo rescatábamos; y aquel oro que rescatábamos dábamos á los hombres que traiamos de la mar, que iban á pescar, á trueco de su pescado, para tener de comer; porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre, y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, aunque lo veia, y se lo decian muchos criados y amigos de Diego Velazquez, que para qué nos dejaba rescatar.

Y lo que sobre ello pasó diré adelante.

CAPÍTULO XLI

Índice

DE LO QUE SE HIZO SOBRE EL RESCATAR DEL ORO, Y DE OTRAS COSAS QUEEN EL REAL PASARON.

Como vieron los amigos de Diego Velazquez, gobernador de Cuba, que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo á Cortés que para qué lo consentia, y que no lo envió Diego Velazquez para que los soldados llevasen todo el más oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante, sino fuese el mismo Cortés, y lo que hubiesen habido, que lo manifestasen para sacar el real quinto, é que se pusiese una persona que fuese conveniente para cargo de tesorero.

Cortés á todo dijo que era bien lo que decian, y que la tal persona nombrasen ellos; y señalaron á un Gonzalo Mejía.

Y despues desto hecho, les dijo Cortés, no de buen semblante:

—«Mirá, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con qué se sustentar, y por esta causa habiamos de disimular, porque todos comiesen; cuanto más que es una miseria cuanto rescatan, que, mediante Dios, mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tienen su haz y envés; ya está pregonado que no rescaten más oro, como habeis querido; veremos de qué comeremos.»

Aquí es donde dice el coronista Gómora que lo hacia Cortés porque no creyese Montezuma que nos daba nada por oro; y no le informaron bien, que desde lo de Grijalva en el rio de Banderas lo sabia muy claramente; y demás desto, cuando le enviamos á demandar el casco de oro en granos de las minas, y nos veian rescatar. Pues que, ¡gente mejicana para no entendello!

Y dejemos esto pues dice que por informacion lo sabe; y digamos cómo una mañana no amaneció indio ninguno de los que estaban en las chozas, que solian traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo; y la causa fué, segun despues alcanzamos á saber, que se lo envió á mandar Montezuma, que no aguardasen más pláticas de Cortés ni de los que con él estábamos; porque parece ser cómo el Montezuma era muy devoto de sus ídolos, que se decian Tezcatepuca y Huichilóbos; el uno decian que era dios de la guerra, y el Tezcatepuca el Dios del infierno, y les sacrificaba cada dia muchachos para que le diesen respuesta de lo que habia de hacer de nosotros, porque ya el Montezuma tenia pensamiento que si no nos tornábamos á ir en los navíos, de nos haber todos á las manos para que hiciésemos generacion, y tambien para tener que sacrificar; segun despues supimos, la respuesta que le dieron sus ídolos fué que no curase de oir á Cortés, ni las palabras que le enviaba á decir que tuviese cruz y la imágen de nuestra Señora, que no la trujesen á su ciudad; y por esta causa se fueron sin hablar.

Y como vimos tal novedad, creimos que siempre estaban de guerra, y estábamos muy más á punto apercibidos.

Y un dia estando yo y otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real, los dejamos allegar á nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencia á su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real; y yo dije á mi compañero que se quedase en el puesto, é yo iria con ellos, que en aquella sazon no me pesaban los piés como agora, que soy viejo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron grande acato y le dijeron: «Lopelucio, lopelucio;» que quiere decir en la lengua totonaque, señor y gran señor.

Y traian unos grandes agujeros en los bezos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, y en las orejas muy grandes agujeros, y en ellos puestas otras rodajas de oro y piedras, y muy diferente trage y habla que traian á lo de los mejicanos que solian allí estar en los ranchos con nosotros, que envió el gran Montezuma; y como doña Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de lopelucio, no lo entendieron; dijo la doña Marina en la lengua mejicana que si habia allí entre ellos naeyauatos, que son intérpretes de la lengua mejicana; y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendian y hablarian; y dijeron luego en la lengua mejicana que somos bien venidos, é que su señor les enviaba á saber quién éramos, y que se holgara servir á hombres tan esforzados, porque parece ser ya sabian lo de Tabasco y lo de Potonchan; y más dijeron, que ya hobieran venido á vernos, si no fuera por temor de los de Culúa, que debian estar allí con nosotros; y Culúa entiéndese por mejicanos, que es como si dijésemos cordobeses ó villanos; é que supieron que habia tres dias que se habian ido huyendo á sus tierras; y de plática en plática supo Cortés cómo tenia Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual se holgó; y con dádivas y halagos que les hizo, despidió aquellos cinco mensajeros, y les dijo que dijesen á su señor que él los iria á ver muy presto.

Aquellos indios llamábamos desde ahí adelante los lopelucios.

Y dejallos he agora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos habia siempre muchos mosquitos zancudos, como de los chicos que llaman xexenes, y son peores que los grandes, y no podiamos dormir dellos, y no habia bastimentos, y el cazabe se apocaba, y muy mohoso y sucio de las fátulas, y algunos soldados de los que solian tener indios en la isla de Cuba suspirando continuamente, por volverse á sus casas, y en especial los criados y amigos de Diego Velazquez.

Y como Cortés así vido la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que habia visto el Montejo y el piloto Alaminos que estaba en fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos estarian al abrigo del peñol por mí nombrado.

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