Y como Cortés lo oyó, y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo Cortés al fraile:
—«Bien es agora, Padre, que hay buena materia para ello, que les demos á entender con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe.»
Y entónces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo, que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y despues de declarado cómo somos cristianos é todas las cosas tocantes á nuestra santa fe que se convenian decir, les dijeron que sus ídolos son malos y que no son buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en otra de aquella hechura padeció muerte y pasion el Señor del cielo y de la tierra y de todo lo criado, que es el en que nosotros adoramos y creemos, que es nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano, y que resucitó al tercero dia y está en los cielos, y que habemos de ser juzgados dél; y se les dijo otras muchas cosas muy perfectamente dichas, y las entendian bien, y respondian cómo ellos lo dirian á su señor Montezuma; y tambien se les declaró que una de las cosas porque nos envió á estas partes nuestro gran Emperador fué para quitar que no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos que hacen, ni se robasen unos á otros, ni adorasen aquellas malditas figuras; y que les ruega que pongan en su ciudad, en los adoratorios donde están los ídolos que ellos tienen por dioses, una cruz como aquella, y pongan una imágen de nuestra Señora, que allí les dió, con su hijo precioso en los brazos, y verán cuánto bien les va y lo que nuestro Dios por ellos hace.
Y porque pasaron otros muchos razonamientos, é yo no los sabré escribir tan por extenso, lo dejaré, y traeré á la memoria que como vinieron con Tendile muchos indios esta postrera vez á rescatar piezas de oro, y no de mucho valor, todos los soldados lo rescatábamos; y aquel oro que rescatábamos dábamos á los hombres que traiamos de la mar, que iban á pescar, á trueco de su pescado, para tener de comer; porque de otra manera pasábamos mucha necesidad de hambre, y Cortés se holgaba dello y lo disimulaba, aunque lo veia, y se lo decian muchos criados y amigos de Diego Velazquez, que para qué nos dejaba rescatar.
Y lo que sobre ello pasó diré adelante.
Índice
DE LO QUE SE HIZO SOBRE EL RESCATAR DEL ORO, Y DE OTRAS COSAS QUEEN EL REAL PASARON.
Como vieron los amigos de Diego Velazquez, gobernador de Cuba, que algunos soldados rescatábamos oro, dijéronselo á Cortés que para qué lo consentia, y que no lo envió Diego Velazquez para que los soldados llevasen todo el más oro, y que era bien mandar pregonar que no rescatasen más de ahí adelante, sino fuese el mismo Cortés, y lo que hubiesen habido, que lo manifestasen para sacar el real quinto, é que se pusiese una persona que fuese conveniente para cargo de tesorero.
Cortés á todo dijo que era bien lo que decian, y que la tal persona nombrasen ellos; y señalaron á un Gonzalo Mejía.
Y despues desto hecho, les dijo Cortés, no de buen semblante:
—«Mirá, señores, que nuestros compañeros pasan gran trabajo de no tener con qué se sustentar, y por esta causa habiamos de disimular, porque todos comiesen; cuanto más que es una miseria cuanto rescatan, que, mediante Dios, mucho es lo que habemos de haber, porque todas las cosas tienen su haz y envés; ya está pregonado que no rescaten más oro, como habeis querido; veremos de qué comeremos.»
Aquí es donde dice el coronista Gómora que lo hacia Cortés porque no creyese Montezuma que nos daba nada por oro; y no le informaron bien, que desde lo de Grijalva en el rio de Banderas lo sabia muy claramente; y demás desto, cuando le enviamos á demandar el casco de oro en granos de las minas, y nos veian rescatar. Pues que, ¡gente mejicana para no entendello!
Y dejemos esto pues dice que por informacion lo sabe; y digamos cómo una mañana no amaneció indio ninguno de los que estaban en las chozas, que solian traer de comer, ni los que rescataban, y con ellos Pitalpitoque, que sin hablar palabra se fueron huyendo; y la causa fué, segun despues alcanzamos á saber, que se lo envió á mandar Montezuma, que no aguardasen más pláticas de Cortés ni de los que con él estábamos; porque parece ser cómo el Montezuma era muy devoto de sus ídolos, que se decian Tezcatepuca y Huichilóbos; el uno decian que era dios de la guerra, y el Tezcatepuca el Dios del infierno, y les sacrificaba cada dia muchachos para que le diesen respuesta de lo que habia de hacer de nosotros, porque ya el Montezuma tenia pensamiento que si no nos tornábamos á ir en los navíos, de nos haber todos á las manos para que hiciésemos generacion, y tambien para tener que sacrificar; segun despues supimos, la respuesta que le dieron sus ídolos fué que no curase de oir á Cortés, ni las palabras que le enviaba á decir que tuviese cruz y la imágen de nuestra Señora, que no la trujesen á su ciudad; y por esta causa se fueron sin hablar.
Y como vimos tal novedad, creimos que siempre estaban de guerra, y estábamos muy más á punto apercibidos.
Y un dia estando yo y otro soldado puestos por espías en unos arenales, vimos venir por la playa cinco indios, y por no hacer alboroto por poca cosa en el real, los dejamos allegar á nosotros, y con alegres rostros nos hicieron reverencia á su usanza, y por señas nos dijeron que los llevásemos al real; y yo dije á mi compañero que se quedase en el puesto, é yo iria con ellos, que en aquella sazon no me pesaban los piés como agora, que soy viejo; y cuando llegaron adonde Cortés estaba, le hicieron grande acato y le dijeron: «Lopelucio, lopelucio;» que quiere decir en la lengua totonaque, señor y gran señor.
Y traian unos grandes agujeros en los bezos de abajo, y en ellos unas rodajas de piedras pintadillas de azul, y otros con unas hojas de oro delgadas, y en las orejas muy grandes agujeros, y en ellos puestas otras rodajas de oro y piedras, y muy diferente trage y habla que traian á lo de los mejicanos que solian allí estar en los ranchos con nosotros, que envió el gran Montezuma; y como doña Marina y Aguilar, las lenguas, oyeron aquello de lopelucio, no lo entendieron; dijo la doña Marina en la lengua mejicana que si habia allí entre ellos naeyauatos, que son intérpretes de la lengua mejicana; y respondieron los dos de aquellos cinco que sí, que ellos la entendian y hablarian; y dijeron luego en la lengua mejicana que somos bien venidos, é que su señor les enviaba á saber quién éramos, y que se holgara servir á hombres tan esforzados, porque parece ser ya sabian lo de Tabasco y lo de Potonchan; y más dijeron, que ya hobieran venido á vernos, si no fuera por temor de los de Culúa, que debian estar allí con nosotros; y Culúa entiéndese por mejicanos, que es como si dijésemos cordobeses ó villanos; é que supieron que habia tres dias que se habian ido huyendo á sus tierras; y de plática en plática supo Cortés cómo tenia Montezuma enemigos y contrarios, de lo cual se holgó; y con dádivas y halagos que les hizo, despidió aquellos cinco mensajeros, y les dijo que dijesen á su señor que él los iria á ver muy presto.
Aquellos indios llamábamos desde ahí adelante los lopelucios.
Y dejallos he agora, y pasemos adelante y digamos que en aquellos arenales donde estábamos habia siempre muchos mosquitos zancudos, como de los chicos que llaman xexenes, y son peores que los grandes, y no podiamos dormir dellos, y no habia bastimentos, y el cazabe se apocaba, y muy mohoso y sucio de las fátulas, y algunos soldados de los que solian tener indios en la isla de Cuba suspirando continuamente, por volverse á sus casas, y en especial los criados y amigos de Diego Velazquez.
Y como Cortés así vido la cosa y voluntades, mandó que nos fuésemos al pueblo que habia visto el Montejo y el piloto Alaminos que estaba en fortaleza, que se dice Quiahuistlan, y que los navíos estarian al abrigo del peñol por mí nombrado.
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