Volvamos á su venida y lo que hicieron en llegando donde nuestro capitan estaba, y fué que besó la tierra con la mano, y con braseros que traian de barro, y en ellos de su incienso le zahumaron, y á todos los demás soldados que allí cerca nos hallamos; y Cortés les mostró mucho amor y asentólos cabe sí; é aquel principal que venia con aquel presente traia cargo juntamente de hablar con el Tendile (ya he dicho que se decia Quintalbor); y despues de haberle dado el parabien venido á aquella tierra, y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar el presente que traian encima de unas esteras que llaman petates, y tendidas otras mantas de algodon encima dellas, lo primero que dió fué una rueda de hechura de sol, tan grande como de una carreta, con muchas labores, todo de oro muy fino, gran obra de mirar, que valía, á lo que despues dijeron que le habian pesado, sobre veinte mil pesos de oro, y otra mayor rueda de plata, figurada la luna con muchos resplandores, y otras figuras en ella, y esta era de gran peso, que valía mucho, y trujo el casco lleno de oro en granos crespos como lo sacan de las minas, que valía tres mil pesos.
Aquel oro del casco tuvimos en más, por saber cierto que habia buenas minas, que si trujeran treinta mil pesos. Más trajo veinte ánades de oro, de muy prima labor y muy natural, é unos como perros de los que entre ellos tienen, y muchas piezas de oro figuradas de hechuras de tigres y leones y monos, y diez collares hechos de una hechura muy prima, é otros pinjantes, é doce flechas y arco con su cuerda, y dos varas como de justicia, de largo de cinco palmos, y todo esto de oro muy fino y de obra vaciadiza; y luego mandó traer penachos de oro y de ricas plumas verdes y otras de plata, y aventadores de lo mismo, pues venados de oro sacados del vaciadizo; é fueron tantas cosas, que, como há ya tantos años que pasó, no me acuerdo de todo; y luego mandó traer allí sobre treinta cargas de ropa de algodon tan prima y de muchos géneros de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantos no quiero en ello más meter la pluma, porque no lo sabré escribir.
Y despues de haber dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor y el Tendile á Cortés que reciba aquello con la gran voluntad que su señor se lo envia, é que lo reparta con los teules que consigo trae; y Cortés con alegría los recibió; y dijeron á Cortés aquellos embajadores que le querian hablar lo que su señor Montezuma le envia á decir.
Y lo primero que le dijeron, que se ha holgado que hombres tan esforzados vengan á su tierra, como le han dicho que somos, porque sabia lo de Tabasco; y que deseara mucho ver á nuestro gran Emperador, pues tan gran señor es, pues de tan léjas tierras como venimos tiene noticia dél, é que le enviaria un presente de piedras ricas, é que entretanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede servir que lo hará de buena voluntad; é cuanto á las vistas, que no curasen dellas, que no habia para qué; poniendo muchos inconvenientes.
Cortés les tornó á dar las gracias con buen semblante por ello, y con muchos halagos dió á cada gobernador dos camisas de Holanda y diamantes azules y otras cosillas, y les rogó que volviesen por su embajador á Méjico á decir á su señor el gran Montezuma que, pues habiamos pasado tantas mares y veniamos de tan léjas tierras solamente por le ver y hablar de su persona á la suya, que así se volviese, que no lo receberia de buena manera nuestro gran rey y señor, y que adonde quiera que estuviese le quiere ir á ver y hacer lo que mandare.
Y los embajadores dijeron que irian y se lo dirian; que las vistas que dice, que entienden que son por demás.
Y envió Cortés con aquellos mensajeros á Montezuma de la pobreza que traiamos que era una copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada, con muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y tres camisas de Holanda y otras cosas, y les encomendó la respuesta.
Fuéronse estos dos gobernadores, y quedó en el real Pitalpitoque, que parece ser lo dieron cargo los demás criados de Montezuma para que trujese la comida de los pueblos más cercanos.
Dejallo hé aquí, y diré lo que en nuestro real pasó.
Índice
CÓMO CORTÉS ENVIÓ Á BUSCAR OTRO PUERTO Y ASIENTO PARA POBLAR YLO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.
Despachados los mensajeros para Méjico, luego Cortés mandó ir dos navíos á descubrir la costa adelante, y por capitan dellos á Francisco de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habiamos llevado con Juan de Grijalva, porque el mismo Montejo havia venido en nuestra compañía y del Grijalva, y que procurase buscar puerto seguro y mirase por tierras en que pudiésemos estar, porque bien via que en aquellos arenales no nos podiamos valer de mosquitos y estar tan léjos de poblaciones; y mandó al piloto Alaminos y Juan Álvarez el Manquillo, fuesen por pilotos, porque sabian aquella derrota, y que diez dias navegase costa á costa todo lo que pudiesen; y fueron de la manera que les fué dicho é mandado, y llegaron al paraje del rio Grande, que es cerca de Pánuco, adonde otra vez llegamos cuando lo del capitan Juan de Grijalva, y desde allí adelante no pudieron pasar, por las grandes corrientes.
Y viendo aquella mala navegacion, dió la vuelta á San Juan de Ulúa, sin más pasar adelante, ni otra relacion, excepto que doce leguas de allí habian visto un pueblo como fortaleza, el cual pueblo se llamaba Quiahuistlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le parecia al piloto Alaminos que podrian estar seguros los navíos del norte; púsosele un nombre feo, que es el tal de Bernal, que parecia á otro puerto que hay en España que tenia aquel propio nombre feo; y en estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez ó doce dias.
Y volveré á decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba para traer la comida, aflojó de tal manera, que nunca más trujo cosa ninguna; y teniamos entónces gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabe amargaba de mohoso, podrido y sucio de fátulas, y si no íbamos á mariscar no comiamos, y los indios que solian traer oro y gallinas á rescatar, ya no venian tantos como al principio, y estos que acudian, muy recatados y medrosos; y estábamos aguardando á los indios mensajeros que fueron á Méjico por horas.
Y estando desta manera, vuelve Tendile con muchos indios, y despues de haber hecho el acato que suelen entre ellos de zahumar á Cortés y á todos nosotros, dió diez cargas de mantas de pluma muy fina y ricas, y cuatro chalchuites, que son unas piedras verdes de muy gran valor, y tenidas en más estima entre ellos, más que nosotros las esmeraldas, y es color verde, y ciertas piezas de oro, que dijeron que valía el oro, sin los chalchuites, tres mil pesos; y entónces vinieron el Tendile y Pitalpitoque, porque el otro gran cacique, que se decia Quintalbor, no volvió más, porque habia adolecido en el camino; y aquellos dos gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le dijeron que su señor Montezuma recibió el presente y que se holgó con él, é que en cuanto á la vista, que no le hablen más sobre ello, y que aquellas ricas piedras de chalchuites que las envia para el gran Emperador, porque son tan ricas, que vale cada una dellas una gran carga de oro, y que en más estima las tenia, y que ya no cure de enviar más mensajeros á Méjico.
Y Cortés les dió las gracias con ofrecimientos; y ciertamente que le pesó á Cortés que tan claramente le decian que no podriamos ver al Montezuma, y dijo á ciertos soldados que allí nos hallamos:
—«Verdaderamente debe de ser gran señor y rico, y si Dios quisiere, algun dia le hemos de ir á ver.»
Y respondimos los soldados:
—«Ya querriamos estar envueltos con él.»
Dejemos por agora las vistas, y digamos que en aquella sazon era hora del Ave-María, y en el real teniamos una campana, y todos nos arrodillamos delante de una cruz que teniamos puesta en un medaño de arena, el más alto, y delante de aquella cruz deciamos la oracion de la Ave-María; y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron así arrodillar, como eran indios muy entremetidos, preguntaron que á qué fin nos humillábamos delante de aquel palo hecho de aquella manera.
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