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Kathleen Woodiwiss: Shanna

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Kathleen Woodiwiss Shanna

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Shanna empezó a darse cuenta del peligro que corría cuando los ojos de Gaylord se c1avaron en los de ella. Supo que tenía que escapar y corrió hacia la puerta. Gaylord la atrapó fácilmente de un brazo.

– ¡Sí, Milly! -dijo el inglés-. Y no se crea usted a salvo de un destino semejante, de modo que cierre la boca, mi lady. Sacó de abajo de su chaqueta una gruesa fusta y se golpeó sugestivamente la palma de la manos con la empuñadura. Shanna recordó las marcas en el cuerpo de Milly y se estremeció.

– ¡Esa perra vulgar! -dijo Gaylord-. ¡Hija de una pescadora! ¡Ja! Quedó encinta y creyó que podría atraparme. -Giró sobre los talones y agito la fusta-. Pero cambió de idea. ¡Sí, eso hizo! Me imploró misericordia y juró que no diría nada. Yo me aseguré bien de que no hablaría más.

Shanna sintió náuseas. Se sentó en el borde de la cama y trató de controlar el espantoso pánico que la invadía. Sin duda, él también había asesinado a la muchacha de Londres cuando ella se convirtió en una molestia.

– Mi padre… -empezó ella, vacilante.

– ¡Su padre! -exclamó Gaylord despectivamente-. ¡Lord Trahern! ¡Un plebeyo! ¡Hijo de un ladrón! Cómo odié tener que pedirle dinero. ¡A él! Un comerciante que estafa a la gente de alta condición, privándola de sus riquezas, quedándose con sus propiedades y fortunas porque ellos no pueden seguir satisfaciendo sus ultrajantes exigencias. Lores y pares reducidos a tener que arrastrarse por dos peniques. Hombres cuyos planes pueden modificar el destino de Inglaterra, obligados a acudir a un plebeyo mercader para pedirle fondos.

Shanna salió en defensa de su padre. – ¡Mi padre no ha estafado a nadie! Si ellos se vieron en aprietos, fue por su falta de buen sentido.

– Mi tío discutiría esa afirmación. -Gaylord pareció sentirse, ofendido-. Los tribunales le ordenaron entregar las propiedades de la familia en pago de sus deudas. Creo que su padre ahora llama a esa propiedad "su casa de campo". Pero usted lo defiende a él, Shanna, cuando tiene sus propios enemigos. Usted sabe demasiado para que yo pueda dejada en libertad.

Se detuvo a pensar un momento y se rascó el mentón con el extremo, de la fusta.

– ¿Qué voy a hacer? Necesito el dinero de su padre, pero no puedo dejarla en libertad para que difunda sus historias. -Se detuvo junto a ella-. Y su curiosidad acerca del anillo… Dígame por qué le llamó la atención esa sortija.

Puso, un pie sobre la cama y apoyó un codo en la rodilla. Shanna se encogió de hombros y respondió, lo más inocentemente que le fue posible:

– Fue sólo que parecía demasiado valioso para los medios de que dispone Ralston.

– Señora, tengo poco tiempo y menos paciencia. Cuando Shanna abrió la boca para replicar, el la abofeteó salvajemente. La fuerza del golpe la arrojó de espaldas sobre la cama

– La próxima vez que yo le haga una pregunta, trate de darme una respuesta mejor, querida mía. -Su voz sonó dura-. ¿Qué sucede con el anillo?

– Pertenecía a Ruark -dijo Shanna, furiosa.

– Así está mejor, querida mía. -La observó intensamente-. ¿Entonces su Ruark ya sospecha que yo asesiné a la mujerzuela? ¿El no -cree que obtuve el anillo del escocés? Usted ha dicho que yo también maté a Milly. Y él, por supuesto, ha hablado con su padre. -Asintió y vio que Shanna lo miraba con renovado desprecio-. Ah, sí, entiendo. ¡La mascarada ha terminado! -Se enderezó y se alejó un poco de ella-.

¡Bien, basta ya! Estoy cansado de hacer el petimetre tonto para que ustedes se diviertan.

Shanna comprendió que su cara la había vuelto a traicionar.

– ¿Qué sucede? ¿Está sorprendida, querida mía? -preguntó él con arrogancia-. Yo me di cuenta de que las mentes plebeyas de ustedes encontrarían divertido a un petimetre afectado. Sin embargo, señora, me siento herido porque usted lo creyó tan prestamente.

Shanna lo miró con odio. Gaylord, pareció sumirse en profundas reflexiones, hasta que por fin exclamó:

– ¡Piratas! ¡Demonios, ese es el camino! ¡Un rescate!

Fue hasta la silla y tomó el largo rifle. Ella reconoció el arma de Ruark, la que él había dejado en el establo antes del incendio.

– Sí, mi lady -dijo Gaylord cuando siguió la dirección de la mirada de ella-. Es de su marido. Yo tomé sus armas del establo después de golpeado. Hubiera debido terminar la tarea allí mismo, antes de poner fuego al lugar. Debo decir que fui muy astuto al usar á Attila para atraerlo. Si hubiera planeado mejor los dos intentos anteriores, me habría librado más pronto de él. Pero entonces yo no sabía que – él era su marido. Yo estaba en el henil, con Milly, mientras ustedes dos retozaban abajo. Entonces comprendí que tenía que deshacerme de él, porque usted estaba enamorada del hombre. Yo necesitaba de veras la fortuna de su padre. Vaya -rió- no hubiera podido seguir eludiendo hasta ahora a mis acreedores si no fuera por el tesoro que encontré en la habitación de la muchacha de Londres. Ella trató de sacarme unas, monedas, sabe usted, pero yo no tenía nada para hacerla callar. Ella merecía morir.

Gaylord sacó un largo pañuelo del guardarropa y obligó a Shanna a ponerse de pie.

– Ni un sonido, querida mía -advirtió-. Tiene suerte de que yo haya encontrado una nueva utilidad para usted.

Le hizo poner los brazos a la espalda y los ató fuertemente.

– Sea dócil, querida mía. -Le acarició ligeramente los pechos y toda la longitud de su cuerpo. Shanna abrió la boca para gritar pero él le metió un pañuelo de mano. Después le tapó la boca con otro pañuelo, dejándola completa y efectivamente amordazada. Sir Gaylord revolvió en el baúl hasta que encontró una capa que puso sobre los hombros de Shanna. El caballero, entonces, se terció el rifle al hombro y con la otra mano sacó una pistola de su cinturón. A continuación retorció una mano en el cabello de Shanna hasta que ella dio un respingo de dolor.

Sir Gaylord se detuvo y dijo, para sí mismo:

– ¿Pero cómo lo sabrán? -Miró el pequeño escritorio que estaba en un rincón-. ¡Por supuesto! Una nota para ellos. Venga, querida mía.

Tomó una hoja de papel y hundió la pluma en el tintero. Después escribió:

De los Beauchamps y lord Trahern, exijo

Cincuenta mil libras de cada uno. Seguirán instrucciones.

Como firma, trazó una ornamentada "B", terminando la letra en la parte inferior con un florido adorno. Arrojó el papel sobre la cama, tomó nuevamente la pistola y llevó a Shanna al pasillo.

Se habían acercado a la cima de la escalera cuando súbitamente él empujó a Shanna contra la pared y le apoyó la pistola en la garganta. Miró hacia abajo y vio que la puerta principal era abierta por un hombre pelirrojo y flaco que se hizo a un lado para dejar pasar a Ruark. El último tenía las manos ocupadas con herramientas y recortes de madera. El hombre siguió a Ruark y lo ayudó a dejar su carga en un rincón.

– Mi nombre es Jamie Conners -dijo el pelirrojo-. Estoy buscando al señor Pitney.

Shanna vio que Gaylord se ponía rígido cuando el desconocido se presentó a sí mismo.

– El señor Pitney está aquí. -Ruark llevó al hombre al salón.

Cuando la entrada quedó despejada, Billingsham hizo bajar a Shanna escudándose en ella y amenazándola con la pistola. Del salón llegaban voces.

– No, yo no tenía motivos para matar a mi muchacha -dijo la voz del escocés-. Tampoco este señor. El que yo busco era más grande, más alto y pesado. Pero el maldito asesino está aquí. Yo seguí su equipaje desde Londres. Dijeron que él había ido a la isla de los Beauchamps. -El hombrecillo estudió atentamente los rostros de todos los presentes-. ¿No hay nadie más aquí? ¿Alguien así de alto? Casi tan alto como el señor Pitney. Una especie de dandy, con modales señoriales y un gran sombrero con plumas. Sí, era un caballero del reino.

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