Margaret Weis - Los Caballeros de Neraka

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Los Caballeros de Neraka: краткое содержание, описание и аннотация

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Han transcurrido casi cuarenta años desde la devastadora Guerra de Caos, cuando los dioses abandonaron Krynn. Dragones crueles y poderosos se han repartido el dominio del continente de Ansalon y exigen tributo a los pueblos que han esclavizado.
Sin embargo, para bien o para mal, un cambio se avecina en el mundo. Una violenta tormenta mágica azota Ansalon y ocasiona inundaciones, incendios, muerte y destrucción. En medio del caos desatado surge una joven misteriosa cuyo destino está estrechamente vinculado al de Krynn, ya que sólo ella conoce la verdad sobre el futuro. Un futuro que está relacionado de manera inextricable con un misterio aterrador del pasado de Krynn.

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—¿Cómo te sientes? —El tono del elfo era respetuoso.

—Me duele un poco la cabeza —contestó Silvan—. Pero el dolor del brazo ha desaparecido.

—Estupendo. Entonces, puedes sentarte. Pero hazlo despacio o te desmayarás.

Un fuerte brazo lo ayudó a incorporarse; el joven sufrió un fugaz mareo y náuseas, pero cerró los ojos hasta que la desagradable sensación remitió. El elfo llevó a sus labios un cuenco de madera.

—¿Qué es? —preguntó Silvanoshei, que miró con desconfianza el líquido pardusco que contenía el recipiente.

—Una pócima —explicó el elfo—. Creo que has sufrido una ligera conmoción. Esto aliviará la jaqueca y favorecerá la curación. Vamos, bebe. ¿Por qué lo rechazas?

—Me han enseñado a no comer ni beber nada a menos que conozca a quien lo ha preparado y haya visto que otros lo prueban antes —repuso Silvan.

—¿Ni siquiera si es un elfo? —inquirió el otro, sorprendido.

—Especialmente si es un elfo —insistió, sombrío, el joven.

—Ah. —El líder del grupo lo miró con lástima—. Sí, claro, lo comprendo.

Silvan intentó ponerse de pie, pero el mareo volvió a apoderarse de él. El elfo se llevó el cuenco a los labios y bebió unos sorbos. Luego, tras limpiar cortésmente el borde del recipiente, se lo ofreció de nuevo a Silvanoshei.

—Piensa esto, joven. Si hubiese querido matarte habría podido hacerlo mientras estabas inconsciente. O haberte dejado aquí, simplemente. —Echó una ojeada a los árboles grises y marchitos en derredor—. Tu muerte habría sido más lenta y dolorosa, pero te habría llegado, como les ha llegado a muchos de los nuestros.

Silvanoshei reflexionó las palabras del otro lo mejor que pudo habida cuenta de la migraña que lo martirizaba. Lo que el elfo decía tenía sentido, de modo que cogió el cuenco con manos temblorosas y se lo llevó a los labios. El líquido era muy amargo, y sabía y olía a corteza de árbol, pero la pócima infundió una agradable calidez por todo su cuerpo, el dolor de cabeza remitió y desapareció la sensación de mareo.

El joven comprendió entonces que había sido un necio al pensar que aquel elfo pertenecía al ejército de su madre. Llevaba ropas desconocidas para Silvan; ropas de cuero que tenían la apariencia de hojas, hierba, arbustos y flores. A menos que se moviese, su figura se fundiría con el bosque tan perfectamente que nunca sería detectada. Allí, en medio de un paisaje muerto, destacaba; su atuendo retenía el verde recuerdo del bosque vivo, como un desafío.

—¿Cuánto tiempo he pasado inconsciente? —quiso saber Silvan.

—Varias horas desde que te encontramos esta mañana. Es el Día del Solsticio Vernal, por si te sirve de ayuda en tus cálculos.

—¿Dónde están los demás? —El joven miró alrededor, sospechando que se habían escondido.

—Donde su presencia es necesaria —fue la respuesta del elfo.

—Agradezco tu ayuda. —Silvan se puso de pie—. Tú tienes asuntos que atender, y yo también. He de irme. Quizá ya sea demasiado tarde... —Sintió un gusto amargo en la boca y tragó saliva para pasarlo—. Aún he de llevar a cabo mi misión, de modo que si eres tan amable de indicarme el lugar por el que puedo regresar a través del escudo...

—No hay paso alguno a través del escudo. —El elfo lo miraba de nuevo con aquella extraña intensidad.

—¡Pero ha de haberlo! —replicó, furioso, Silvan—. Yo lo crucé ¿no es cierto? —Volvió la vista hacia los árboles que se alzaban cerca de la calzada, percibió la extraña distorsión—. Regresaré al punto donde caí y pasaré por allí.

Con gesto resuelto, echó a andar volviendo sobre sus pasos. El elfo no hizo nada para detenerlo, pero lo siguió de cerca, en silencio.

¿Habrían podido resistir su madre y el ejército a los ogros durante tanto tiempo? Silvan había sido testigo de algunas hazañas increíbles realizadas por los soldados, así que debía pensar que la respuesta era afirmativa. Tenía que creer que todavía no era tarde.

Encontró el sitio donde debió de haber atravesado el escudo, el camino que recorría antes de caer rodando por el barranco. Cuando había intentado trepar por el talud la ceniza gris estaba resbaladiza, pero ahora se había secado y el camino sería más fácil. Con cuidado de no forzar el brazo roto, Silvan trepó por el declive. El elfo permaneció en el fondo del barranco, observándolo en silencio.

El joven llegó hasta el escudo. Al igual que antes, experimentó un intenso desagrado ante la idea de tocarlo. No obstante, allí, en ese punto, tenía que haberlo cruzado aunque sin ser consciente de ello. Localizó la marca del tacón de su bota impresa en el barro, y el árbol caído que obstruía el camino. Le llegó el vago recuerdo de haber intentado rodear el obstáculo.

El escudo no era visible, excepto por un titileo apenas perceptible cuando el sol incidía en él en un ángulo preciso. Aparte de eso, sólo podía saber con certeza que la barrera se alzaba ante él por el efecto que causaba en la visión de los árboles y las plantas que había al otro lado. Le recordaba a las ondas de aire caliente que, al ascender del suelo abrasado por el sol, creaban una ilusión óptica de manera que todo lo que había detrás de ellas adquiría la engañosa apariencia de agua.

Silvan apretó los dientes y caminó directamente hacia el escudo.

La barrera le impidió pasar y, lo que es peor, cada vez que la tocaba experimentaba una sensación horrible, como si el escudo hubiese pegado unos labios en su carne e intentara absorberle la vida hasta dejarlo seco.

Tembloroso, Silvan retrocedió. No sería capaz de intentar aquello de nuevo. Asestó una mirada feroz al escudo, abrumado por la rabia y la impotencia. Su madre había trabajado durante meses para penetrar la barrera y había fracasado. Había lanzado al ejército contra ella con el único resultado de ver a los soldados salir impelidos hacia atrás. A riesgo de su propia vida, había montado en su grifo en un intento frustrado de atravesarlo por el aire. Entonces, ¿qué podía hacer un solo elfo contra esa barrera insalvable?

—Sin embargo —argüyó, frustrado—, ¡estoy dentro del escudo! Si pude entrar debería de poder salir. Ha de haber un modo. El elfo tiene que ver en todo esto. Él y sus adláteres me han tendido una trampa, me retienen prisionero.

Silvan giró rápidamente sobre sus talones; el elfo seguía al pie del talud. El joven descendió a trompicones, resbalando y deslizándose sobre la hierba húmeda, a punto de caer otra vez. El sol empezaba a ponerse; aunque el Día del Solsticio Vernal fuese el más largo del año, finalmente tenía que dar paso a la noche. Llegó al fondo de barranco.

—¡Me metisteis aquí! —gritó Silvan, tan furioso que tuvo que inhalar hondo para conseguir hablar—. Y me sacaréis. ¡Tenéis que dejarme salir!

—Es el acto más valeroso que jamás vi hacer a un hombre. —El elfo dirigió una mirada sombría al escudo—. Yo soy incapaz de acercarme a él, y no me considero un cobarde. Sí, ha sido un acto valeroso, pero inútil. No puedes atravesarlo. Nadie puede.

—¡Mientes! —chilló Silvan—. Me arrastrasteis aquí adentro. ¡Dejadme salir!

Sin ser consciente de lo que hacía, alargó la mano para agarrar al elfo por el cuello y ahogarlo, obligarlo a obedecer.

El elfo asió la muñeca de Silvan, le hizo una llave, y antes de que el joven supiera qué ocurría estaba de rodillas en el suelo. El elfo lo soltó de inmediato.

—Eres joven, estás en apuros y no me conoces. Por eso me muestro indulgente. Me llamo Rolan, y soy uno de los Kirath. Mis compañeros y yo te encontramos tendido en el fondo del barranco. Ésa es la verdad, y si conoces a los Kirath sabrás que no mentimos. Ignoro cómo conseguiste atravesar el escudo.

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