—¡Los guardias del Señor de la Noche tirarán la puerta abajo de un momento a otro! —profetizó Nariz Torcida con voz histérica—. Sospechan que trabajamos para la luz Oculta. ¡Vamos a terminar todos en las mazmorras del Señor de la Noche!
Iolanthe lo escuchó pacientemente y luego lanzó una carcajada.
—Podéis quedaros tranquilos, caballeros —les dijo—. A mí también me han llegado esos rumores. Yo misma me inquieté e investigué la verdad. Todos sabéis que la eminente hechicera Ladonna fue mi mentora y mecenas.
Por lo visto los viejos ya lo sabían y no los impresionaba en absoluto, porque dejaron bien claro que cualquier cosa relacionada con Ladonna no haría más que agravar sus problemas. Raistlin, para el que todo aquello era nuevo, se preguntaba qué querían decir. ¿Iolanthe era leal a Ladonna?
—Hablé con ella anoche mismo. Ese rumor es completamente falso. Ladonna se mantiene fiel a Takhisis, igual que el hijo de la diosa, Nuitari. No tenéis que preocuparos por nada. Podemos seguir con nuestros asuntos habituales.
A juzgar por la expresión ceñuda de los viejos, Raistlin supuso que los «asuntos habituales» no eran gran cosa. La confirmación llegó cuando Iolanthe sacó su monedero de seda y cogió varias piezas de acero grabadas con las cinco cabezas de la Reina Oscura. Dejó las monedas encima de una mesa.
—Aquí tenéis. El pago por los servicios prestados por los Túnicas Negras de Neraka.
Recitó de un tirón una lista, en la que se incluían tareas como la eliminación de roedores en la tienda de un sastre y la mezcla de pociones encargadas por Snaggle. Raistlin pensó que preferiría utilizar una poción hecha por enanos gully que cualquier cosa perpetrada por aquellos pajarracos. Más tarde, Iolanthe le confesaría que todas las pociones iban a parar al sistema de alcantarillado de Neraka. Era ella quien financiaba la torre.
—Si no, estos buitres andarían buscando trabajo, y sólo Nuitari sabe en qué líos podrían meterme —dijo a Raistlin en privado.
Los viejos sintieron más confianza al ver las monedas que al escuchar las palabras de Iolanthe. Nariz Torcida se cernió sobre el dinero, mientras los otros dos lo observaban con envidia, y todos se enfrascaron en una acalorada discusión sobre cómo había que repartirlo. Cada uno de ellos afirmaba que se merecían más que los demás.
—Siento tener que interrumpir —dijo Iolanthe en voz alta—, pero tengo otro tema que tratar. Os he presentado a Raistlin Majere. Él es un...
—... Un humilde estudiante de magia, señores —terminó la frase Raistlin con su voz suave. Con la cabeza agachada humildemente y las manos metidas en las mangas, se mantenía en la penumbra—. Todavía estoy aprendiendo y me vuelvo hacia vosotros, mis estimados mayores, en busca de enseñanzas y consejos.
Nariz Torcida gruñó.
—No tendrá pensado alojarse aquí, ¿verdad? Porque no hay sitio.
—He buscado otro alojamiento —lo tranquilizó Raistlin—. Sin embargo, me encantaría trabajar aquí...
—¿Sabes cocinar? —preguntó otro de los viejos. La doble papada y la imponente barriga dejaban bien claro cuál era su principal preocupación. Raistlin lo bautizó como Barrigón.
—Estaba pensando que podría ser de más utilidad si catalogara los libros y los pergaminos de la biblioteca —sugirió Raistlin.
—Necesitamos un cocinero —insistió Barrigón de mal humor—. Estoy más que harto del repollo cocido.
—El joven maestro Majere ha tenido una idea excelente —intervino Iolanthe para apoyar a Raistlin—. Dado que todos vosotros estáis ocupados en tareas mucho más importantes, podemos encargar la biblioteca a nuestro aprendiz. ¿Quién sabe? Quizá descubra algo de valor.
Los ojos de Nariz Torcida se iluminaron ante la idea y se mostró de acuerdo, aunque Barrigón siguió protestando porque lo que necesitaban era un cocinero y no un bibliotecario. Raistlin no era mal cocinero, pues se encargaba de preparar las comidas para él y su hermano cuando se quedaron huérfanos en la adolescencia, y prometió que también ayudaría en eso. Con todo el mundo satisfecho, Iolanthe y él se marcharon.
—¡Mi túnica apesta a repollo! —se quejó Iolanthe después de dejar a los tres viejos discutiendo sobre cómo repartir el acero—. Ese olor asqueroso lo impregna todo. Tendré que ir a casa a cambiarme. ¿Vienes a cenar conmigo? ¡Nada de repollo, lo prometo!
—Tengo que llevar mis cosas a la posada... —empezó a decir Raistlin.
Iolanthe no le dejó continuar.
—Está haciéndose tarde. No es seguro caminar por las calles de Neraka después de que anochezca, sobre todo por la ciudad exterior. Deberías pasar esta noche en mi casa y mudarte a la posada mañana. Además —añadió con ese tono burlón suyo—, todavía tenemos pendiente una partida a las canicas.
—Gracias, pero ya he abusado demasiado de tu hospitalidad —repuso Raistlin, pasando por alto el comentario sobre las canicas—. Será mejor que lleve mis cosas a la posada, ¿no te parece? Sobre todo el bastón. Y no me da miedo recorrer las calles después del anochecer.
Iolanthe lo observó.
—Supongo que tienes razón. No me cabe ninguna duda de que puedes cuidar de ti mismo. Lo que me lleva a preguntarme qué tramabas antes. ¡Un humilde estudiante de magia, tú! Podrías atrapar a esos viejos en anillos de fuego. Me parece que sólo uno se presentó a la Prueba. Los otros no tienen el nivel, a lo más que llegan es a hervir agua.
—Si hubiera revelado mis habilidades, me verían como una amenaza y estarían todo el rato vigilándome, a la defensiva —explicó Raistlin—. De esta forma, no se preocuparán. Y esto me lleva a mí a otra pregunta: ¿por qué les mentiste, diciéndoles que los rumores no eran ciertos?
—El Señor de la Noche los aterroriza. Sé sin lugar a dudas que uno, o todos ellos, informa de mis movimientos —contestó Iolanthe tranquilamente—. Si les hubiera confirmado que los rumores eran ciertos, habrían pasado por encima de mí para ser los primeros en ir a contarle la noticia.
—Y por ese motivo les pagas —comprendió Raistlin.
—Y por eso les digo lo que quiero que llegue a oídos del Señor de la Noche. Tienes que entenderlo —añadió con tristeza—. Cuando Ladonna y los demás Túnicas Negras llegaron a Neraka, teníamos grandes ambiciones y multitud de planes. Viajamos hasta aquí para labrarnos nuestra suerte. Íbamos a construir una Torre de la Alta Hechicería imponente, la torre de tus sueños —dijo, mirando a Raistlin con una sonrisa atribulada y un suspiro.
»Ladonna y los demás no tardaron en darse cuenta de que los hechiceros no eran bienvenidos en Neraka, aquí no se les quería. Al principio hubo encontronazos con la Iglesia, después empezaron las persecuciones. En medio de la noche asesinaron a tres hechiceros, que habían destacado en la defensa de nuestra causa. La Iglesia negó cualquier relación, por supuesto.
Raistlin frunció el entrecejo.
—¿Cómo es posible? Si eran hechiceros con gran talento, no tendría que haberles costado defenderse...
Iolanthe sacudió la cabeza.
—El Señor de la Noche tienes fuerzas muy poderosas a sus órdenes. Todos los asesinatos siguieron el mismo patrón. Los cuerpos estaban disecados. Les habían absorbido toda la sangre, completamente secos. Parecían momias, como las de los reyes antiguos de Ergoth. La piel estaba pegada a los huesos, como un pergamino espeluznante. Era un espectáculo pavoroso. Todavía tengo pesadillas.
Raistlin sintió que la hechicera temblaba y se apretó más fuerte contra él, aliviada por encontrar la calidez de un cuerpo vivo.
»No había indicios de que los hechiceros hubieran opuesto resistencia —siguió contando—. Todos habían muerto mientras dormían, o eso parecía. Y eran mujeres y hombres con poderes mágicos notables, que habían conjurado hechizos de protección en sus puertas y sobre su persona. Ladonna llamó al asesino el "Espectro Negro". No teníamos ninguna duda de que el Señor de la Noche había invocado a algún ser maligno de ultratumba y le había ordenado que asesinara a nuestros colegas.
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