—Lo sé.
—Tengo que volver a verlo. —Acercó su mano a la de ella, intentando apartarla. No tenía fuerza en el brazo.
—No. Más tarde. —Ella le tocó la frente. Como sospechaba, estaba caliente y sudorosa—. Bey, tiene que dormir. Esto ha sido demasiado.
—Tengo que verlo otra vez. Tengo que comprenderlo . Verá, Sylvia, ni siquiera ahora lo comprendo. —Su voz era confusa, una voz sorda, mientras hablaba los ojos se le cerraban. No tardó ni treinta segundos en quedarse profundamente dormido.
Ya no representaba ninguna amenaza. Sylvia lo contempló durante unos minutos. Su rostro era el semblante del Sistema Interior mismo: oscuro, más viejo, en guardia. Extendió la mano y se lo volvió para que no pudiera ver la pantalla. Él suspiró en sueños, pero no se movió.
Sylvia fijó la salida audio para recibirla sólo ella y se dispuso a reproducir la secuencia, una y otra vez. Para Bey Wolf era algo personal y preocupante, pero para ella ofrecía misterios diferentes y de carácter más práctico. Había detalles que captar incluso a primera vista.
Resolvió el primer problema después de revisar cuatro veces la secuencia de memoria reconstruida de Bey. Tras otra mirada a los controles, hizo un ajuste y contempló con satisfacción lo que aparecía en la pantalla.
El segundo problema no fue tan fácil de resolver. Dependía de un dudoso recuerdo de hacía más de un año. Sylvia acabó pidiendo ayuda a la base de datos de la Granja Espacial, situada a siete horas de viaje ante ellos. Enviaron una imagen que confirmó su corazonada. Se sentó a esperar a que Bey despertara, contemplando su rostro moreno, deseando que despertara y al mismo tiempo queriendo despertarlo. Ansiaba decírselo.
Él durmió durante casi seis horas. Al despertar, se volvió de inmediato y extendió la mano para encender la pantalla. Ella se la cogió entre las suyas.
—No. Bey, no es necesario.
Él la miró sin comprender, aún aturdido por el sueño.
—Mire —dijo. Ajustó el equipo de Aybee y puso en marcha el aparato.
El hombre rojo apareció, todavía hablando. Pero ahora las palabras que canturreaba eran claras.
Puedes correr, puedes correr, correr todo lo que quieras.
Nunca podrás escapar del Hombre Negentrópico.
Y entonces, justo antes de que se marchara bailando por el lado derecho de la pantalla, volvió a hablar:
¡No te preocupes, no sientas temor, el Hombre Negentrópico ya llegó!
Bey se quedó boquiabierto.
—¿Qué ha hecho?
—Lo invertí, y lo pasé más despacio. —Lo reprodujo una vez más—. Estaba claro. Se habría dado usted cuenta al verlo, objetivamente, unas cuantas veces. Los movimientos no resultaban naturales, eran demasiado entrecortados, y la entonación no correspondía a la forma normal de hablar. Lo único que hacía falta para entender el mensaje era reproducirlo al revés. —Vio que Bey sacudía la cabeza—. ¿Qué pasa?
—No está claro. Para mí no. Comprendo lo que dice, y tal vez Aybee sepa cómo consiguieron enviarme esa señal. ¿Pero qué significa ?)
—¿Negentrópico?
—Podemos empezar por ahí. Negentrópico. ¿Entropía negativa? Pero es sólo una palabra. —Bey se levantó. Quería caminar, pero no había espacio suficiente en la cabina para dar más de un par de pasos en cada dirección. Al cabo de un momento volvió a sentarse y se dio un golpe en la rodilla, frustrado—. Negentrópico. ¿Por qué diría nadie que es el Hombre Negentrópico? Todavía más, ¿por qué iba nadie a enviarme un mensaje así? No veo cómo una persona puede tener entropía negativa… ni siquiera estoy seguro de comprender lo que es la entropía. Y desde luego no tengo ni idea de quién está detrás de todo esto.
—Pero yo sí.
La tranquila respuesta de Sylvia pilló desprevenido a Bey. La miró.
—¿Cómo puede?
—Reconocí a su Bailarín. Lo sospeché la primera vez que lo vi, pero no estaba segura. Mientras dormía, llamé a la base de datos de la Granja Espacial. Y descubrí que tenía razón.
—¿Quiere decir que es alguien del Sistema Exterior y no del Interior? No parece un nubáqueo.
—No lo es. Y tampoco es un abrázaseles. —Sylvia estaba tan absorta en su propio descubrimiento que olvidó la cautela. Se inclinó hacia delante y sostuvo excitada la mano de Bey entre las suyas—. Su Bailarín no es uno de nosotros. Vive en el Halo. Es famoso, es un rebelde y se llama Black Ransome.
—Manx viene de camino. —Sylvia flotó hasta la burbuja abierta que se asomaba a las estrellas y se aseguró junto a Bey—. Vuela en una sonda de alta aceleración. Estará aquí dentro de doce horas.
—Debe de estar ansioso. —Bey reflexionó un instante—. E incómodo. Las sondas altas son equipo de emergencia… la cabina tiene menos de dos metros de diámetro. No tendrá espacio para moverse.
—Será mejor que no lo intente. Es una nave monoplaza, y Aybee dice que viene con él. —Sylvia parecía bastante feliz ante la idea. Si podía sobrevivir a la forzosa intimidad del viaje con Bey, estaba preparada para dejar que Aybee y Leo Manx sufrieran en su viaje más corto—. Le dije lo que hemos descubierto —continuó—. No puede esperar a verlo con sus propios ojos.
Habían llegado a la Granja Espacial y estaban a punto de desembarcar. A Bey, acostumbrado a los procedimientos formales (y protectores) para entrar en los puertos del Sistema Interior, le sorprendió la ausencia de cuarentena. Habían volado hasta un punto cercano al eje central de la Granja, y habían atracado automáticamente sin pasar por ningún puesto de control.
—Naturalmente que nos han comprobado —dijo Sylvia cuando Bey expresó su sorpresa—. El ordenador comprobó la identidad de nuestra nave cuando aún estábamos a horas de distancia.
—Pero si dentro hubiera la gente equivocada… —empezó a decir Bey. Se detuvo. Nubeterra era tan diferente del Sistema Interior en cuestión de medidas de seguridad que aunque podía hablar eternamente con Sylvia dudaba que ella llegara a comprenderle. ¿Era por eso que un puñado de rebeldes del Anillo de Núcleos podía causar un caos tan grande en la Nube?
La incapacidad de comprensión era recíproca. Bey había sido puesto al corriente acerca de la Granja Espacial Sagdeyev, pero en cierto modo la había reducido mentalmente a un tamaño que podía abarcar. Una Granja sugería solidez, actividad incesante, producción intensiva. La realidad era tan insustancial que le pareció no haber llegado a ninguna parte.
La Granja era una capa de colectores mononucleares, de dos mil millones de kilómetros de diámetro. Su cosecha había sido sembrada a centenares de parsecs de distancia y miles de años atrás, concebida en el furioso calor de supernovas y liberada por las mismas explosiones. La cosecha había deambulado por el espacio durante milenios, a capricho de los vientos de la presión lumínica, hasta que aires galácticos aleatorios llevaron los preciosos átomos a la Nube. La mayoría de ellos seguiría vagando hasta el fin del universo, pero unos cuantos se encontrarían con la carga electrostática de la capa de recolección y serían retenidos por ella. Para ellos, la agregación podría comenzar por fin.
Era un trabajo lento y selectivo. La Granja sólo estaba interesada en los elementos pesados, metales, tierras raras y gases nobles. Abarcaba miles de millones de kilómetros cúbicos de espacio para encontrar sus rastros invisibles.
Las máquinas que controlaban las Granjas no necesitaban instalaciones centrales de procesado. Podían llevar consigo cientos de toneladas de material, acumulándolo sin parar hasta que hubiera suficiente para enviarlo a las Cosechadoras. Los humanos, criaturas más frágiles, necesitaban más. En el centro de la capa de recolección se encontraba la burbuja habitáculo, de trescientos metros de diámetro. En ella se alojaban la veintena de personas que habían hecho de la Granja su hogar. Dos de ellas ya habían muerto.
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