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Kirill Bulychev: Media vida

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Kirill Bulychev Media vida

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Kirill Bulychev es uno de los más versátiles y populares escritores jóvenes de la ciencia ficción soviética. Su imaginación, humor y talento lo hicieron merecedor de una introducción del ya consagrado Theodore Sturgeon, para los magníficos relatos de este volumen. Uno de los mas originales y logrados es Media Vida, el diario de una mujer que soporta el cautiverio junto con extraños animales de otros planetas,que serán sus aliados en una nave espacial manejada por robots. En un alarde de imaginación y humor, Protesta, es la mas refinada crítica a un sistema burocrático. La doncella de Nieve, es la recreación de un cuento de hadas proyectado a un tiempo y un mundo muy distinto, que sin embargo no ha perdido el sentido de la poesía y el amor. En la tierra o en el espacio, sus personajes son cálidamente humanos, buscan la libertad, el amor o la paz, con resultados insospechados. Siete cuentos de antología que colocan a Bulychev en la primer línea de los autores de ciencia ficción del mundo.

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— Parece estar estudiándome — insinuó Sofía Petrovna, sin volver la cabeza.

— Me atrapó, ¿no es así? ¿Reflejo profesional?

—¿Qué quiere decir?

— Una maestra debe estar consciente de todo lo que sucede en el aula, incluso cuando está de espaldas.

Sofía Petrovna sonrió débilmente:

— Y estoy segura que usted estaba buscando una semejanza.

Pavlysh no replicó. Lo que ella había dicho era cierto, pero no estaba dispuesto a reconocerlo.

— Parece que están bastante retrasados — repitió ella.

Pavlysh echó una mirada a su reloj:

— No. Recuerde que le aconsejé esperar en su casa.

— No hubiera podido. Estaba demasiado inquieta. Tenía la sensación de que alguien iba a entrar de golpe y preguntarme: Bueno, ¿por qué no está en camino?

El lenguaje de Sofía Petrovna era demasiado correcto, levemente literario, como si sus frases fueran escritas mentalmente y corregidas con lápiz rojo antes de ser pronunciadas.

— Todos estos años estuve esperando este día, — continuo ella, levantando su vaso de limonada, y estudiando las burbujas adheridas a los lados del vaso—. Usted puede pensar que es extraño que yo diga esto, en vista de mis esfuerzos por suprimir toda demostración emocional de mi constante impaciencia. Esperé hasta que fue descifrado el contenido de las unidades de memoria de la Nave. Esperé el día en que enviarían una expedición al planeta habitado por esas criaturas que mi abuela llamó holoturias. Esperé su vuelta. Y ahora ha llegado el día.

— Eso suena extraño — comentó Pavlysh.

— Sé lo decepcionados que estaban ustedes durante nuestro primer encuentro, cuando no reaccioné emocionalmente como ustedes esperaban. Pero, ¿de qué otra manera podía haber reaccionado? Sólo conocí a la Abuela a través de algunas instantáneas, las historias de mi madre y las cuatro medallas que Abuela había ganado en el frente. Para mí era solamente una abstracción. Mi madre ha muerto, y ella era la última persona para quien el nombre de Natasha Sidorova significaba algo más que una serie de instantáneas.

«Han pasado casi cien años desde la desaparición de Abuela, y no fue sino hasta que ustedes llegaron que comencé a desarrollar algún sentimiento acerca de ella. No, no puedo culpar a la prensa por todas esas historias respecto al primer ser humano en el espacio. La razón reside en el diario de la Abuela. Comencé a comparar mi propio comportamiento con su paciencia, su soledad».

Pavlysh inclinó su cabeza comprensivamente.

— Y le aclaro, jovencito, ¡que no soy la vieja embalsamada que usted cree! — la voz de Sofía Petrovna había cobrado repentinamente un tono totalmente distinto—. Soy una actriz. En nuestro teatro interpreto el papel de una anciana avinagrada. Y mis alumnos me adoran.

— Nunca lo dudé —mintió Pavlysh.

Levantando los ojos, encontró la sonrisa de Sofía Petrovna. Sus tersas mejillas se colorearon levemente. Levantó su vaso de limonada.

— Brindemos por recibir buenas noticias.

Viendo desde lejos a Pavlysh y Sofía Petrovna, Dag apresuró su camino entre las mesas.

— Están en camino — anunció—. El control ya recibió confirmación.

Parados frente a la vidriera, contemplaron en el horizonte el cohete-lanzadera que descendía hacia la Tierra. Entonces se apresuraron a bajar, pues Dag conocía a Klapach, jefe de la expedición, y esperaba hablar con él antes que los periodistas lo acapararan.

Klapach fue el primero en emerger del cohete. Se detuvo, buscando a alguien entre la multitud que los vitoreaba. Una pequeña de nariz respingada, con el pelo rubio como Klapach corrió hacia él, arrojándose en sus brazos. Sin embargo, sus ojos continuaban registrando la muchedumbre. Al acercarse a la puerta divisó a Sofía Petrovna, acompañada de Dag y Pavlysh, y depositó en el suelo a su pequeña hija.

— Hola — saludó a la mujer—. Temía que no hubiera venido.

La mujer frunció el ceño. Se sentía incómoda sabiéndose blanco de los fotógrafos y las cámaras de TV.

Un micrófono se balanceó delante de la cara de Klapach, quien lo apartó con un ademán.

—¿Lo hizo? — preguntó Sofía Petrovna.

— No — replicó Klapach—. Murió en la nave. Pavlysh tenía razón.

—¿Y eso es todo?

— No demoré mucho en encontrar algo acerca de ella. Mire esto.

Con el resto de su tripulación parada detrás de él, Klapach desabotonó la chaqueta de su uniforme. Todo estaba quieto y silencioso en la plaza del espacio-puerto.

Klapach sacó una fotografía. Las cámaras de TV enfocaron sus manos, y la imagen llenó las pantallas de los televisores de todas partes del mundo. Los teleespectadores pudieron apreciar la vista de una ciudad de redondeadas cúpulas y estructuras alargadas, que semejaban cilindros y cadenas de esferas. En primer plano se erguía una estatua, colocada sobre un bajo pedestal circular. Una mujer delgada, prolijamente arreglada, con un vestido de arpillera, y un asombroso parecido a Sofía Petrovna. sostenía sobre sus rodillas una extraña criatura, similar a una holoturia.

— Papá —dijo la pequeña—, déjame ver la foto.

— Toma — accedió Klapach, tendiéndosela.

—¡Bah, es sólo un gusano gordo! — exclamó la niña, decepcionada.

Sofía Petrovna inclinó la cabeza y caminó hacia la sala de espera del espacio-puerto con pasos pequeños pero firmes. Nadie la detuvo ni la llamó. Un periodista intentó correr tras ella, pero Pavlysh lo detuvo por un brazo.

Dag tomó la fotografía de las manos de la niña. Mirándola, pudo ver un navío muerto desvaneciéndose en el espacio infinito.

Un instante más tarde, la plaza del espacio-puerto resonaba con las acostumbradas voces y risas, con la usual confusión alegre que saluda a las espacionaves de pasajeros que arriban, o a los astronautas que regresan a la Tierra.

FIN

Publicado en: Media vida en el espacio, EMECE editores, Buenos Aires, 1979.

Edición digital: Sadrac.

Revisión: nln.

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