—¿Piensa usted que el SHEVA es un bucle? —preguntó.
—Sí. Un círculo cerrado de comunicación entre los individuos de una población, aparte del sexo. Nuestro equivalente de los plásmidos en las bacterias, pero, por supuesto, más parecido a los fagos.
—Drew, el SHEVA sólo tiene ochenta kb y treinta genes —dijo Saul—. No puede transportar mucha información.
Ella y Saul ya habían repasado todos los detalles antes de publicar el artículo en Virology . No habían hablado con nadie de sus teorías personales. A Kaye le sorprendió ligeramente que Miller sacase el tema. No se le conocía por ser un progresista.
—No es necesario que lleven toda la información —dijo Miller—. Sólo tienen que llevar un código de autorización. Una llave. Todavía no sabemos todo lo que hace el SHEVA.
Kaye miró a Saul y luego dijo:
—Díganos qué ha estado pensando, doctor Miller.
—Por favor, llámame Drew. En realidad no es mi área de trabajo, Kaye.
—No es propio de ti ser reservado, Drew —dijo Saul—. Y ya sabemos que no eres humilde.
Miller sonrió de oreja a oreja.
—Bien, creo que ya sospecháis algo. Estoy seguro de que tu mujer sospecha. He leído tus artículos sobre los transposones.
Kaye bebió el último sorbo de agua que le quedaba en el vaso.
—Nunca estamos seguros de qué decir y a quién —murmuró—, podríamos escandalizar o bien revelar demasiado.
—No deberías preocuparte por las teorías originales —dijo Miller—. Siempre hay alguien ahí fuera que va por delante de ti, pero normalmente no han hecho el trabajo. Es el que trabaja continuamente el que acaba haciendo el descubrimiento. Haces un buen trabajo y escribes buenos artículos, y esto es una gran oportunidad.
—Pero no estamos seguros de que sea la gran oportunidad —dijo Kaye—, podría tratarse simplemente de una anomalía.
—No pretendo obligar a nadie a ganar un premio Nobel —dijo Miller—, pero el SHEVA no es realmente un organismo que produzca una enfermedad. No tendría sentido desde una perspectiva evolutiva que algo se ocultase durante tanto tiempo en el genoma humano y luego acabase expresándose para provocar simplemente una gripe suave. El SHEVA es en realidad algún tipo de elemento genético móvil, ¿verdad? ¿Un promotor?
Kaye recordó la conversación con Judith sobre los síntomas que podría provocar el SHEVA.
Miller no tenía ningún problema en seguir hablando durante sus silencios.
—Todos piensan que los virus, y en particular los retrovirus, podrían ser mensajeros o disparadores evolutivos, o simplemente estímulos aleatorios —dijo Miller—. Desde que se descubrió que algunos virus transportaban fragmentos de material genético de un anfitrión a otro. Creo que hay un par de preguntas que deberíais formularos, si no lo habéis hecho ya. ¿Qué es lo que activa el SHEVA? Digamos que el gradualismo ha muerto. Tenemos estallidos de especiación adaptativa cada vez que se abre un nuevo nicho, nuevos continentes, un meteoro eliminando las especies antiguas… Sucede con rapidez, en menos de diez mil años; el habitual equilibrio puntuado. Pero hay un verdadero problema. ¿Dónde se almacenan todas estas propuestas de cambios evolutivos?
—Una pregunta excelente —dijo Kaye.
Miller la miró con ojos chispeantes.
—¿Ha pensado en eso?
—¿Y quién no? —dijo Kaye—. He estado dándole vueltas a lo de los virus y retrovirus como contribuyentes a la innovación genética. Pero siempre vuelvo a lo mismo. Puede que exista un ordenador biológico principal en cada especie, un procesador de algún tipo que acumula posibles mutaciones beneficiosas. Toma decisiones sobre qué, dónde y cuándo cambiará algo… Hace conjeturas, si lo prefiere así, basadas en índices de éxito de la experiencia evolutiva anterior.
—¿Qué activa un cambio?
—Sabemos que las hormonas vinculadas al nivel de estrés pueden afectar a la expresión de algunos genes. Esta biblioteca evolutiva de posibles nuevas formas…
Miller sonrió ampliamente.
—Sigue —la animó.
—Responde ante hormonas liberadas por el estrés —continuó Kaye—. Si un número suficiente de organismos se encuentran bajo condiciones de estrés, intercambian señales, alcanzan algún tipo de quórum y eso activa un algoritmo genético que compara las fuentes de estrés con una lista de adaptaciones, respuestas evolutivas.
—La evolución evolucionando —dijo Saul—. Las especies con un ordenador adaptativo pueden cambiar con mayor rapidez y eficacia que las viejas especies trilladas que no controlan ni seleccionan sus mutaciones, que dependen de la aleatoriedad.
Miller asintió.
—Eso está bien. Mucho más eficaz que el permitir simplemente que cualquier mutación antigua se exprese y probablemente destruya a un individuo o dañe una población. Digamos que el ordenador genético adaptativo, este procesador evolutivo, sólo permite que se utilicen cierta clase de mutaciones. Los individuos almacenan los resultados del trabajo del procesador, que serían, asumo… —Miró a Kaye en busca de ayuda, moviendo la mano.
—Las mutaciones que son gramaticalmente correctas —dijo ella—. Enunciados fisiológicos que no violan ninguna regla estructural importante en un organismo.
Miller sonrió beatíficamente, se agarró la rodilla y comenzó a balancearse suavemente adelante y atrás. Su gran cráneo cuadrado brillaba reflejando el rayo rojizo de una luz indirecta.
Estaba divirtiéndose.
—¿Dónde se almacenaría la información evolutiva? ¿Por todo el genoma, holográficamente, en sitios diferentes en diferentes individuos, sólo en las células germinales, o… en otro lugar?
—Identificadores almacenados en una sección de reserva del genoma en cada uno de los individuos —dijo Kaye, mordiéndose la lengua de inmediato. Miller, y Saul también, consideraban una idea como una especie de alimento que había que compartir y masticar bien para obtener algo útil de ella. Kaye prefería asegurarse antes de hablar. Buscó un ejemplo cercano—. Como la respuesta al calor en las bacterias, o la adaptación climática en una sola generación en las moscas de la fruta.
—Pero una reserva humana tiene que ser enorme. Somos mucho más complejos que las moscas de la fruta —dijo Miller—. ¿Puede que lo hayamos encontrado ya y no sepamos qué es?
Kaye le dio un toque en el brazo a Saul, exigiéndole prudencia. En ese momento disfrutaban de cierto reconocimiento, e incluso con un científico de la vieja guardia como Miller, con suficientes logros en su haber como para una docena de carreras, la ponía nerviosa hablar demasiado sobre sus últimas teorías. Podría difundirse: Kaye Lang dice esto y lo otro…
—Nadie lo ha encontrado todavía —dijo.
—¿No? —dijo Miller, examinándola con mirada crítica. Se sintió como un ciervo deslumbrado por los faros de un coche.
Miller se encogió de hombros.
—Puede que no. Mi suposición es que se expresa sólo en las células germinales. En las células sexuales. Haploide a haploide. No se manifiesta, no empieza a funcionar a menos que exista confirmación por otros individuos. Feromonas. Contacto visual tal vez.
—Nosotros tenemos otra opinión —dijo Kaye—. Creemos que la reserva sólo transporta instrucciones para las pequeñas alteraciones que conducen a una nueva especie. El resto de los detalles siguen codificados en el genoma, instrucciones estándar para todo lo que está por debajo de ese nivel… Probablemente, funcionando igual de bien para los chimpancés que para nosotros.
Miller frunció el ceño y dejó de balancearse.
—Tengo que darle vueltas a eso un minuto. —Miró al techo—. Tiene sentido. Protege el diseño que se sabe que funciona, como mínimo. Así que pensáis que los cambios sutiles almacenados en la reserva se expresarán como unidades —dijo Miller—, ¿un cambio cada vez?
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