Michael Connelly - Mas Oscuro Que La Noche

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Harry Bosch participa como testigo en un juicio en el que se acusa a un director de cine del asesinato de una actriz. Mientras tanto, Terry McCaleb recibe la vista de una antigua compañera de trabajo que solicita su ayuda en la resolución de un caso difícil. El asesinato que ahora debe investigar es el tipo de homicidio complejo con los que trataba frecuentemente durante sus días en el FBI.

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McCaleb observó que Bosch se bebía casi media botella de un trago. Decidió pasar a las preguntas que de verdad le interesaban mientras Bosch seguía sereno.

– Bueno, háblame de Rudy Tafero.

Bosch se encogió de hombros en un gesto de ambivalencia.

– ¿Qué pasa con él?

– No lo sé. ¿Lo conoces bien? ¿Lo conocías bien?

– Bueno, lo conocía cuando estaba en nuestro equipo. Trabajamos juntos en la brigada de detectives de Hollywood durante cinco años. Entonces entregó la placa, cogió su pensión de veinte años y se instaló al otro lado de la calle. Empezó a trabajar sacando del calabozo a los que nosotros metíamos en el calabozo.

– Cuando estabais los dos en Hollywood, ¿teníais mucha relación?

– No sé qué quiere decir relación. No éramos amigos, ni nos tomábamos las copas juntos, él trabajaba en robos y yo en homicidios. ¿Por qué me preguntas tanto por él? ¿Qué tiene que ver él con…?

Se detuvo y miró a McCaleb, los engranajes obviamente girando en su mente. Rod Stewart estaba cantando Twisting the Night Away.

– ¿Me estás tomando el pelo? -preguntó Bosch al fin-. ¿Estás investigando a…?

– Déjame hacerte algunas preguntas -lo interrumpió McCaleb-. Después haz tú las tuyas.

Bosch se acabó la botella y la levantó hasta que la camarera lo vio.

– No hay servicio de mesas, chicos -gritó-. Lo siento.

– Mierda -dijo Bosch.

Salió deslizándose del reservado y se acercó a la barra. Regresó con otras cuatro Rocks, aunque McCaleb apenas había empezado con la primera de las suyas.

– Pregunta -dijo Bosch.

– ¿Por qué no teníais mucha relación?

Bosch apoyó los codos en la mesa y sostuvo una botella llena con ambas manos. Miró fuera del reservado y luego a McCaleb.

– Hace cinco o diez años había dos grupos en el FBI, y hasta cierto punto pasaba lo mismo en el departamento. Era como los santos y los pecadores, dos grupos distintos.

– ¿Los nacidos de nuevo y los que no habían visto la luz?

– Algo así.

McCaleb lo recordó. Hacía una década había sido bien conocido en los círculos de los cuerpos de segundad locales que un grupo en el Departamento de Policía de Los Ángeles conocido como los «nacidos de nuevo» tenía miembros en puestos clave y prevalecía en los ascensos y la elección de destinos. Los miembros del grupo -varios cientos de agentes de todos los rangos- pertenecían a una iglesia del valle de San Fernando, donde el subdirector del departamento al frente de las operaciones era un predicador lego. Los oficiales ambiciosos se unieron en tropel a la iglesia, con la esperanza de impresionar al subdirector y mejorar sus perspectivas laborales. El grado de espiritualidad implícito estaba en entredicho. Pero cuando el subdirector pronunciaba su sermón todos los domingos durante el servicio de las once, la iglesia estaba llena hasta los topes de polis fuera de servicio con una mirada fervorosa fijada en el pulpito. McCaleb había oído en una ocasión una anécdota acerca de la alarma de un coche que sonó en el aparcamiento de la iglesia durante el servicio de las once. El desafortunado yonqui que estaba hurgando en la guantera del vehículo pronto se vio apuntado por un centenar de pistolas empuñadas por policías fuera de servicio.

– Supongo que tú eras de los pecadores, Harry.

Bosch sonrió y asintió.

– Por supuesto.

– Y Tafero estaba con los santos.

– Sí, y también nuestro teniente de entonces, un petimetre llamado Harvey Pounds. Él y Tafero tenían su iglesita montada y por eso eran inseparables. Supongo que cualquiera que estuviera con Pounds, fuera por la iglesia o no, no era alguien hacia el que yo iba a gravitar, no sé si me explico. Y ellos no iban a gravitar hacia mí.

McCaleb asintió. Sabía más de lo que dejaba entrever.

– Pounds fue el tipo que estropeó el caso Gunn -dijo-. El que empujaste por la ventana.

– El mismo.

Bosch bajó la cabeza y la sacudió en una actitud de autodesprecio.

– ¿Estaba Tafero allí aquel día?

– ¿Tafero? No lo sé, es probable.

– Bueno, ¿no hubo una investigación de asuntos internos con informes de testigos?

– Sí, pero yo no la miré. O sea, empujé al tío por la ventana delante de toda la brigada. No iba a negarlo.

– Y después al cabo de, ¿qué fue más o menos un mes?, Pounds apareció muerto en un túnel en las colinas.

– En Griffith Park, sí.

– Y el caso sigue abierto…

Bosch asintió.

– Técnicamente.

– Eso ya lo habías dicho. ¿Qué significa?

– Significa que está abierto, pero que nadie está trabajando en él. El departamento tiene una clasificación especial para esos casos, casos que no quieren tocar. Es lo que llaman cerrado por circunstancias distintas a la detención.

– ¿Y tú conoces esas circunstancias?

Bosch se terminó su segunda botella, la apartó hacia un lado y cogió otra que tenía delante.

– No estás bebiendo -dijo.

– Tú estás bebiendo por los dos. ¿Conoces esas circunstancias?

Bosch se inclinó hacia adelante.

– Escucha, voy a decirte algo que muy poca gente sabe, ¿de acuerdo?

McCaleb asintió. Sabía que era mejor no hacer preguntas en ese momento. Dejaría que Bosch se lo contara.

– Me suspendieron por esa historia de la ventana. Cuando me cansé de dar vueltas en mi casa mirando las paredes, empecé la investigación de un viejo caso, un caso de asesinato. Iba por libre y terminé siguiendo una pista a ciegas que conducía a gente muy poderosa. Pero en ese momento yo no tenía placa, no tenía posición. Así que hice varias llamadas utilizando el nombre de

Pounds. Ya sabes, estaba tratando de ocultar lo que estaba haciendo.

– Si el departamento descubría que estabas trabajando en un caso estando suspendido las cosas habrían empeorado para ti.

– Exactamente. Así que usé su nombre cuando hice lo que pensé que eran llamadas inocuas de rutina. Pero entonces, una noche, alguien llamó a Pounds y le dijo que tenía algo para él, información urgente. Él acudió a la cita. Solo. Luego lo encontraron en aquel túnel. Lo habían golpeado de una forma muy fea. Como si lo hubieran torturado. Sólo que él no podía responder a las preguntas, porque era el tipo equivocado. Yo era el que había utilizado su nombre. Era a mí a quien querían.

Bosch dejó caer la barbilla sobre el pecho y se quedó un buen rato en silencio.

– Lo mataron por mi culpa -dijo sin levantar la mirada-. El tipo era un capullo de primera, pero lo mataron por mi culpa.

Bosch levantó la cabeza de repente y bebió de la botella. McCaleb vio que sus ojos eran oscuros y brillantes. Parecía cansado.

– ¿Era esto lo que querías saber, Terry? ¿Esto te ayuda?

McCaleb asintió.

– ¿Qué sabía Tafero de todo esto?

– Nada.

– ¿Podría haber pensado que fuiste tú quien llamó a Pounds aquella noche?

– Quizá. Hubo gente que lo creyó, y probablemente todavía lo cree. Pero ¿qué significa eso? ¿Qué tiene que ver con Gunn?

McCaleb tomó su primer largo trago de cerveza. Estaba helada y sintió el frío en el pecho. Dejó la botella en la mesa y decidió que era el momento de ofrecerle algo a cambio a Bosch.

– Necesito saber de Tafero, porque necesito conocer sus razones, sus motivos. No tengo ninguna prueba de nada (todavía), pero creo que Tafero mató a Gunn. Lo hizo por Storey. Te tendió una trampa.

– Dios…

– Una trampa casi perfecta. La escena del crimen está relacionada con el pintor Hieronymus Bosch, el pintor está relacionado contigo porque se llamaba igual que tú, y por último tú estás relacionado con Gunn. ¿Y sabes cuándo tuvo Storey la idea?

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