– Yo no abrigaría muchas esperanzas por ese lado. A mí también se me ocurrió pero, por suerte, primero investigué un poco sobre Axel Frankel y, bueno, seguramente sabrás que lo apresaron los alemanes durante un viaje a Noruega.
– No, la verdad es que no sé mucho al respecto -admitió Erica con sumo interés-. De modo que, todo lo que sepas… -calló con un gesto de resignación.
– Pues sí, como te decía, a Axel lo capturaron los alemanes cuando iba a hacer entrega a la resistencia de unos documentos. Lo llevaron a la prisión de Grini, cerca de Oslo, donde estuvo hasta principios de 1945, año en que los alemanes trasladaron a una serie de prisioneros de Grini a Alemania, en barco y en tren, y Axel Frankel fue a parar, en primer lugar, a un campo llamado Sachsenhausen, donde había muchos prisioneros nórdicos. Luego, hacia el final de la guerra, lo condujeron a Neuengamme.
Erica estaba muy interesada.
– No tenía la menor idea… ¿Quieres decir que Axel Frankel pasó unos años en campos de concentración alemanes? Ni siquiera sabía que hubiese habido suecos y noruegos en esos lugares.
Kjell asintió.
– Sí, la mayoría de los que acababan allí eran noruegos. Y algunos, pocos, de los demás países nórdicos, capturados por los alemanes cuando participaban en actividades de la resistencia. Los llamaban presos «NN», Nacht und Nebel, noche y niebla. El nombre tiene su origen en un decreto promulgado por Hitler en 1941, donde se proclamaba que no debían juzgar ni condenar en su país de origen a los civiles de los países ocupados, sino que los llevarían a Alemania, donde se perderían «en la noche y la niebla». A algunos los condenaron a muerte y los ejecutaron, los demás tuvieron que trabajar hasta la extenuación. En cualquier caso, la cuestión es que Hans Olavsen y Axel Frankel no coincidieron en Fjällbacka en el mismo período.
– Pero no sabemos cuándo exactamente se marchó de aquí el noruego, ¿no? -repuso Erica frunciendo el ceño-, Al menos yo no he encontrado ningún dato al respecto. Y no tengo ni idea de cuándo dejó a mi madre.
– Pero yo sí sé cuándo se marchó Hans Olavsen -declaró Kjell triunfal, poniéndose a rebuscar entre los documentos que atestaban la mesa-. Aproximadamente al menos -añadió-, ¡Ajá! -Sacó un papel y lo puso delante de Erica. Luego señaló un pasaje del centro de la página. Erica se inclinó y leyó en voz alta:
– «La asociación de Fjällbacka ha organizado con notable éxito…».
– No, no, la columna de al lado -dijo Kjell señalando de nuevo.
– ¡Ah! -Erica hizo un nuevo intento-, «Más de una persona se sintió desconcertada al enterarse de la brusca marcha del ciudadano noruego que halló refugio en Fjällbacka. Muchos habitantes del pueblo lamentan no haber podido despedirse de él ni darle las gracias por su labor durante la guerra que, finalmente, acaba de terminar…» -Erica miró la fecha y alzó la vista-. «19 de junio de 1945.»
– O sea, que se marchó justo después de terminada la guerra, si no lo interpreto mal -aclaró Kjell volviendo a dejar el artículo en el montón.
– Pero ¿por qué? -Erica ladeó la cabeza mientras reflexionaba-, De todos modos, creo que puede ser una buena idea hablar con Axel. Puede que su hermano le dijera algo. No me importa encargarme de ello. Y tú, ¿no tienes posibilidad de hablar con tu padre?
Kjell guardó silencio un buen rato. Al final, aseguró:
– Por supuesto que sí. Además, te avisaré si tengo noticias de Halvorsen. Y tú me avisarás a mí si consigues algo. ¿Entendido? -dijo con un dedo acusador. No estaba acostumbrado a trabajar en equipo, pero en este caso, veía claramente las ventajas de contar con la ayuda de Erica.
– Comprobaré también los datos con las autoridades -aseguró Erica levantándose-, Y te lo prometo, en cuanto sepa algo, te llamaré. -Empezó a ponerse la cazadora, pero se detuvo a mitad de camino.
– Por cierto, Kjell, hay algo más. No sé si tendrá alguna importancia, pero…
– Dilo, todo puede ser importante -la animó lleno de curiosidad.
– Pues sí, estuve hablando con Herman, el marido de Britta. Se diría que sabe algo de todo esto… Aún no tengo la certeza, pero sí la sensación… Y cuando le hablé de Hans Olavsen, reaccionó de un modo muy extraño, pero me dijo que preguntase a Paul Heckel y a Friedrich Hück. He intentado localizarlos, pero no he encontrado nada. Aunque…
– ¿Sí? -preguntó Kjell animándola a seguir.
– Nada, no sé. Juraría que jamás me he topado con ninguno de los dos nombres, pero, aun así, hay algo que me resulta familiar… En fin, no sabría decir qué es.
Kjell tamborileaba en la mesa con el bolígrafo.
– ¿Paul Heckel y Friedrich Hück, dices? -preguntó Kjell. Erica asintió y él anotó los nombres en un bloc.
– De acuerdo, lo comprobaré yo también. Pero a mí no me suenan de nada.
– Pues entonces tenemos mucho que hacer -observó Erica sonriendo en el umbral. Era un alivio ser dos en aquella empresa.
– Sí, eso parece -convino Kjell, aunque en tono ausente.
– Nos llamamos -dijo Erica.
– Sí, quedamos en eso -asintió Kjell cogiendo el auricular ya sin mirarla mientras ella se marchaba. Ardía en deseos de llegar al fondo de todo aquello. Su olfato de periodista le decía que allí había gato encerrado.
– ¿Nos reunimos para revisarlo todo de nuevo? -Era la mañana del lunes y en la comisaría reinaba la calma.
– Claro -respondió Gösta levantándose a disgusto-, ¿Paula también?
– Por supuesto -repuso Martin antes de ir a buscarla. Mellberg había salido a pasear con Emst, y Annika parecía ocupada en recepción, de modo que sólo ellos tres se sentaron en la cocina, con todo el material disponible encima de la mesa.
– Erik Frankel -comenzó Martin poniendo el bolígrafo sobre una hoja en blanco del bloc.
– Lo asesinaron en su casa, con un objeto que había allí -dijo Paula, mientras Martin iba escribiendo febrilmente.
– Lo que podría indicar que no fue premeditado -apuntó Gösta. Martin asintió.
– No hay huellas dactilares en el busto que utilizaron como arma homicida, pero tampoco parece que lo hayan limpiado, de modo que el asesino debía de llevar guantes, lo que, por otro lado, podría contradecir la hipótesis de que no fue premeditado -intervino Paula observando lo que Martin anotaba.
– ¿De verdad que vas a entender lo que estás escribiendo? -preguntó escéptica, puesto que más bien parecían jeroglíficos o taquigrafía.
– Siempre que luego lo pase a limpio en el ordenador -contestó Martin sonriendo sin dejar de escribir-. Si no, lo llevo claro.
– Erik Frankel murió de un único golpe contundente en la sien -continuó Gösta cogiendo las fotografías del lugar del crimen-, El asesino dejó allí el arma.
– Lo que también induce a pensar que no se trata de un crimen particularmente frío ni calculado de antemano -observó Paula levantándose para servir unos cafés.
– Lo único que hemos podido identificar como fuente de amenazas es su conocimiento del nazismo y el conflicto con la organización neonazi Amigos de Suecia.-Martin echó mano de las cinco cartas, las sacó de la funda de plástico y las extendió sobre la mesa-. Y, además, tenía un vínculo personal con la organización, a través de Frans Ringholm, amigo de la infancia.
– ¿Tenemos algo que relacione a Frans con el asesinato? ¿Lo que sea? -Paula contemplaba las cartas como si quisiera hacerlas hablar.
– Pues no sé. Tres de sus amigos nazis aseguran que estaba con ellos en Dinamarca cuando se cometió el asesinato. Desde luego, no es una coartada sin fisuras, si es que alguna lo es, pero no tenemos pruebas físicas en que apoyarnos. Las pisadas que hallamos en el lugar del crimen pertenecían a los dos muchachos que encontraron el cadáver; por lo demás, no había ni pisadas ni huellas dactilares ni nada por el estilo, salvo lo que esperábamos encontrar.
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