Peter Tremayne - Una Mortaja Para El Arzobispo

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Sor Fidelma se encuentra en Roma para presentar al Santo Padre la regla de su orden. Según sus previsiones, la estancia en la Ciudad Eterna será breve, pero un suceso inesperado y de consecuencias imprevisibles va a trastocarlo todo: el arzobispo Wighard de Canterbury ha sido asesinado y robados los tesoros y reliquias de incalculable valor que había traído consigo. A la joven monja y a su amigo Eadulf les encargan la resolución de un caso en apariencia sencillo, pues las pruebas acusan claramente a un religioso irlandés que ya ha sido apresado. Sor Fidelma, sin embargo, se resiste a confirmar su culpabilidad: son muchos los cabos sueltos y demasiados los sospechosos envueltos en una trama en la que se mezclan horrendos crímenes pasados, locos sueños de grandeza y oscuras ambiciones de poder. Además, un sentimiento que ella creía haber descartado la empuja a retrasar lo más posible el momento en que deberá separarse de Eadulf.

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Fidelma reflexionó un momento.

– Patrullando… pero no permanentemente en el pasillo.

– Así es. Siempre había guardias en la entrada de acceso a los alojamientos de los huéspedes. Las habitaciones estaban en el tercer piso del edificio y sólo se accedía por las escaleras.

– Pero los guardias no estaban permanentemente apostados en el mismo pasillo, de manera que el tesoro bien hubiera podido trasladarse sin que nadie lo percibiera.

– Ciertamente. Pero nadie desde el exterior del edificio podría entrar y salir sin encontrarse con los custodes. - El rostro de Ine se iluminó-. ¡Pero, por supuesto, así fue como cogieron al monje irlandés! Así que el tesoro lo tienen que haber recuperado.

Fidelma lanzó una mirada a Eadulf por la sencilla trascendencia del comentario.

– ¿Pero podéis confirmar que no existía una protección continua del tesoro? ¿No había nadie que estuviera de guardia fuera de las habitaciones de Wighard permanentemente?

– No, no había nadie.

Fidelma dejó escapar un largo suspiro y se reclinó en su asiento.

– Eso es todo. Tal vez queramos hablar con vos más tarde.

Ine, con la misma renuencia que había mostrado al entrar en la habitación, se levantó y se marchó. Cuando hubo salido, Fidelma se volvió hacia Eadulf.

– Así pues, el tesoro robado fue visto por última vez después de la cena y Wighard estaba vivo y bien dos horas antes de medianoche, pero muerto justo después de medianoche. Sabemos que estaba esperando a alguien en las dos horas anteriores a su muerte y que justo después de medianoche el hermano Ronan Ragallah fue visto saliendo de su habitación y fue arrestado. Este hermano Ronan no llevaba ninguno de los objetos del tesoro que, con la excepción de las reliquias que no tenían valor comercial, ha desaparecido en su totalidad.

– Eso es poco más de lo que ya sabíamos.

– ¡Licinio! -llamó Fidelma al tesserarius levantándose de la silla.

El joven guardia abrió la puerta y entró.

– ¿Con quién queréis hablar ahora, hermana? -preguntó en tono formal.

– Con vos, sólo un momento.

El tesserarius parecía sorprendido, pero entró y se situó delante de ella, adoptando la postura de descanso.

– Decidme, Furio Licinio, ¿cuánto tiempo lleváis de guardia en el palacio de Letrán?

Licinio frunció ligeramente el ceño.

– Llevo con los custodes cuatro años, durante dos de los cuales mandé una decuria, y me acaban de nombrar oficial de la guardia o tesserarius.

– ¿Así que conocéis bien el palacio?

– Tan bien como cualquiera, diría yo -respondió el joven intentando olvidar lo fácilmente que le había engañado el religioso irlandés hacía dos noches delante del sacellarius o almacén.

– El decurión Marco Narses ha llevado a cabo, creo, otro registro de las habitaciones de los alojamientos de invitados, a raíz de nuestra conversación de esta mañana.

Licinio sonrió débilmente, recordando la vergüenza de su compañero oficial cuando la monja descubrió algunas de las reliquias desaparecidas del tesoro de Wighard bajo el mismo lecho del arzobispo.

– Lo ha hecho, hermana, y no ha encontrado nada más.

– Planteemos una hipótesis: digamos que vos vais a robar a la habitación de Wighard. Digamos que matáis a Wighard y luego tuvierais que llevaros un gran tesoro, compuesto por dos grandes sacos con pesados objetos metálicos. ¿Cómo lo haríais?

El tesserarius tenía los ojos muy abiertos, pero reflexionó con cuidado antes de contestar.

– Si yo me encontrara en esa situación, sabría que hay patrullas. Sabría que las escaleras, de las que hay dos tramos que conducen a las dependencias del tercer piso, están vigiladas. Así que tendría que esconderlo en el mismo piso y volver a por él más tarde. Entonces resultaría imposible intentar escapar y esquivar a los guardias. Pero Marco Narses ya ha registrado las habitaciones de ese piso y hay que recordar que estaban todas ocupadas salvo los dos almacenes. No hay habitaciones o huecos ocultos en las inmediaciones.

Fidelma abrió la boca.

– Sin embargo, nos piden que creamos que un tal hermano Ronan Ragallach mató a Wighard y escapó con ese voluminoso tesoro… mientras que al mismo tiempo fue visto por vuestro amigo, el decurión Marco Narses, y arrestado cuando intentaba huir de la escena del crimen. ¿Resulta entonces que Ronan Ragallach es un mago que pudo hacer desaparecer el tesoro? No llevaba nada, según ha declarado el decurión Narses. Explicad esto, Furio Licinio.

Con gran sorpresa por parte de Fidelma, el tesserarius no dudó.

– Es sencillo, hermana. O bien el hermano Ronan ya había escondido el tesoro cuando Marcus lo descubrió y persiguió, o tenía un cómplice que se llevó el tesoro sin ser visto, mientras Ronan era capturado.

Fidelma sacudió la cabeza en señal de duda.

– Un cómplice. Una idea excelente. ¿Un cómplice que pudo eludir a los guardias? No suena muy creíble, Furio Licinio. Habéis matado a alguien y entonces esperáis en su habitación mientras vuestro cómplice hace al menos dos viajes de ida y de vuelta para llevarse los objetos valiosos y los oculta al tiempo que evita a los guardias. Vos entonces esperáis todavía más, hasta que el cómplice esté a salvo, y luego salís con las manos vacías de la habitación del crimen y… os capturan.

– Entonces queda la primera solución. Que Ronan ya hubiese escondido el tesoro cuando fue capturado -dijo Eadulf, pensando en voz alta. Y añadió algo más-: Pero si Ronan estaba escondiendo el tesoro no hubiera regresado a la habitación de Wighard después de sacar el último cargamento. Cuanto antes se retirara de la escena del crimen mejor.

– ¿Quién dijo que Ronan Ragallach salía de las habitaciones de Wighard cuando el decurión Marcus lo vio? -preguntó de repente Fidelma.

– ¿Qué queréis decir? -inquirió Eadulf al tiempo que él y Licinio se giraban hacia ella con una expresión inquisitiva en sus rostros.

– Fue algo que dijo antes Furio Licinio lo que me hizo pensar…

– ¿Yo? -preguntó el joven oficial, perplejo.

Fidelma asintió con la cabeza, pensativa.

– Supongamos que Ronan mató a Wighard por el tesoro. Wighard está muerto. Ronan tiene que meter el tesoro al menos en dos sacos. ¿Cómo puede esconderlos? Tiene que hacer dos viajes. Y es después de haber completado el último viaje el momento en que Marco Narses lo ve, no saliendo de la habitación de Wighard, sino cuando sale del mismísimo lugar en que ha ocultado el tesoro en ese mismo piso.

– ¿Bien? -la instó Eadulf cuando Fidelma hizo de nuevo una pausa.

– ¿Pero dónde pudo esconderlo? -preguntó Licinio interrumpiendo-. Os he dicho que no hay habitaciones ni huecos ni armarios secretos en las inmediaciones donde se pudiera ocultar el tesoro. Marco Narses ha registrado dos veces las habitaciones que no estaban ocupadas aquella noche.

– Eso habéis dicho, ciertamente. Y los custodes han mirado en todos los lugares posibles… -Fidelma se paró de repente y miró a Licinio con expresión pensativa.

– Marco Narses ha… ¿qué? -preguntó con una voz que era como un latigazo.

El joven custos intentó adivinar cuáles de sus palabras pudieron haber provocado aquella reacción.

– Yo sólo he dicho que Marco Narses ha obedecido vuestras instrucciones y ha registrado dos veces todas las habitaciones que estaban vacías aquella noche.

– Yo creía que se habían registrado todas las habitaciones.

Licinio hizo un gesto de perplejidad.

– Seguramente el hermano Ronan Ragallach no hubiera intentado esconder el tesoro robado en cualquiera de las habitaciones ocupadas por el séquito de Wighard. Nosotros, naturalmente, pensamos que…

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