– ¡Adviértele! -dijo ella en voz alta.
Jack se sobresaltó.
– ¿Contra Rose? ¿Acaso no lo sabe?
– ¡No lo sé! No… ¿Cómo voy a saberlo? ¿Quién sabe realmente lo que sucede entre dos personas? Me refería a que le advirtieras de los riesgos de la realidad política. Que le digas que no puedes apoyarle si piensa llegar tan lejos en su concepto del socialismo.
Las facciones de Jack se crisparon.
– Lo he intentado. Dudo que me crea. Solo oye lo que quiere…
El mayordomo le interrumpió al entrar discretamente.
– ¿Qué pasa, Morton? -preguntó él, ceñudo.
Morton estaba muy erguido, con cara de circunstancias.
– El señor Gladstone quiere verle, señor. Está en el club de caballeros de Pall Malí. Me he tomado la libertad de mandar a Albert por el coche. Espero haber hecho lo correcto. -No era realmente una pregunta. Jack era un ferviente admirador del Gran Viejo, y la idea de no obedecer a tal llamada le pareció al instante inconcebible.
Emily vio cómo Jack se ponía rígido, tensaba los músculos del cuello y tomaba aire en silencio. ¿Iba a advertirle sobre Aubrey el líder del Partido Liberal… tan pronto? O, peor aún, ¿pensaba ofrecerle un cargo más elevado después de las elecciones si Gladstone ganaba? De pronto ella se dio cuenta de que eso era lo que realmente temía. Se sintió mareada. Gladstone tal vez le ofreciera a Jack la oportunidad de conseguir lo que hasta entonces solo había sido para él un sueño largamente acariciado. Pero ¿a qué precio?
Incluso en el caso de que no fuera eso lo que quería Gladstone, todavía temía que Jack se viera tentado o llevado a engaño. ¿Por qué no confiaba en que viera la trampa antes de que se cerrara? ¿Era de su capacidad de lo que dudaba? ¿O de su fuerza de voluntad para rechazar el premio cuando lo tenía a su alcance? ¿Actuaría de forma racional y justificaría su conducta? ¿Acaso no consistía en eso la política, en el arte de lo posible?
En otra época ella había sido una pragmática a ultranza. ¿Por qué las cosas eran distintas ahora? ¿Cómo había dejado de ser la joven ambiciosa y frágil de antaño? Incluso mientras se lo preguntaba era consciente de que la respuesta estaba relacionada con las tragedias, la debilidad y las víctimas del espíritu que había presenciado en algunos casos en los que Thomas había trabajado, y en los que ella y Charlotte habían colaborado. Había visto cómo la ambición podía llegar a ponerse al servicio del mal, y cómo la ceguera podía confundir los fines con los medios. No era tan fácil como le había parecido en otro tiempo. Incluso los que solo querían hacer el bien podían ser fácilmente engañados.
Jack la besó y se encaminó hacia la puerta dándole las buenas noches. Sabía que no podía decir cuándo volvería. Ella quedó en que no le esperaría levantada, sabiendo que lo haría. ¿Qué sentido tenía intentar dormir mientras no supiera lo que quería Gladstone… y cómo había respondido Jack?
Oyó pasos por el pasillo y el sonido de la puerta principal al abrirse y cerrarse.
El lacayo le preguntó si quería que sirviera el resto de la comida. Tuvo que repetirlo antes de que ella rechazara el ofrecimiento.
– Pídale disculpas al cocinero en mi nombre -dijo-. Me veo incapaz de comer hasta que no tenga noticias. -Quería ser cortés, pero no deseaba justificarse. Hacía tiempo había aprendido que una pequeña cortesía podía devolverse multiplicada por diez.
Decidió esperar en el salón. Se había llevado un ejemplar de Nada el Lirio, el último libro de H. Rider Haggard. Estaba encima de la mesa donde lo había dejado hacía casi una semana. Tal vez si lograba enfrascarse en la lectura, el tiempo pasase menos lentamente.
Lo consiguió a ratos. Durante una hora se vio inmersa en las pasiones y el sufrimiento de la vida en el África zulú, pero luego sus propios temores volvieron a salir a la superficie, y se levantó y caminó por la habitación, pasando mentalmente de un tema a otro, sin resolver nada.
¿ Qué deseaba averiguar la divertida y valiente Rose Serracold con tanta determinación como para requerir los servicios de una espiritista, aun a riesgo de destruirse? Era evidente que tenía miedo. ¿Temía por ella, por Aubrey o por alguien más? ¿Por qué no había podido esperar hasta después de las elecciones? ¿Tan segura estaba de que Aubrey iba a ganar que creía que no podría averiguarlo después? ¿O entonces sería demasiado tarde?
Era más fácil pensar en eso que preocuparse por Jack y los motivos de Gladstone para querer verle.
Se sentó y volvió a abrir el libro. Tras leer la misma página dos veces, seguía sin saber qué había leído.
Debía de haber mirado el reloj de pared una docena de veces cuando por fin oyó el sonido de la puerta de la calle al cerrarse y los conocidos pasos de Jack por el pasillo. Cogió el libro para que viera cómo lo dejaba a un lado cuando entrara en la habitación. Levantó la vista hacia él sonriente.
– ¿Quieres que Morton te traiga algo? -preguntó, alargando la mano hacia el cordón-. ¿Qué tal ha ido la reunión?
Jack vaciló un momento, y luego sonrió.
– Gracias por esperarme levantada.
Emily parpadeó, notando cómo el rubor acudía a sus mejillas.
La sonrisa de Jack se hizo más amplia. Poseía el mismo encanto, el ligero enfado teñido de hilaridad que la había atraído al principio, a pesar de haberle considerado frívolo, entretenido como mucho.
– ¡No te he estado esperando a ti! -replicó ella, haciendo un esfuerzo por no devolverle la sonrisa, aunque sabía que sus ojos no podían mentir-. He estado esperando para oír lo que el señor Gladstone tenía que decirte. Me interesa mucho la política.
– ¡Entonces será mejor que te lo diga! -concedió él, en un arrebato de cortesía, agitando la mano en el aire. Giró sobre sus talones y retrocedió hasta la puerta. De pronto su cuerpo cambió de postura; no se dobló exactamente, sino que bajó un poco el hombro hacia delante como si se apoyara de mala gana en un bastón. La miró, parpadeando un poco-. El gran viejo ha estado muy educado conmigo -afirmó con tono coloquial-. «El señor Radley, ¿verdad?», dijo, aunque lo sabía perfectamente. Me había llamado él. ¿Quién más iba a atreverse a ir allí? -Volvió a parpadear y se llevó una mano al oído, como si escuchara con atención su respuesta, haciendo un esfuerzo por no perderse ni una sílaba-. «Estaré encantado de ayudarle en todo lo que esté en mi mano, señor Radley. Sus esfuerzos no han pasado inadvertidos.» -No pudo evitar la nota de orgullo que se adivinó en su voz, una elevación del tono que no se ajustaba a su imitación del anciano.
– ¡Continúa! -exclamó Emily con impaciencia-. ¿Qué le has dicho?
– ¡Le he dado las gracias, naturalmente!
– Pero ¿has aceptado? ¡No se te ocurrirá decir que no lo has hecho!
Una sombra apareció en los ojos de Jack y luego desapareció.
– ¡Por supuesto que he aceptado! Aunque no me ayude en nada, sería una descortesía y una gran estupidez no dejar que creyera que lo ha hecho.
– ¡Jack! ¿Qué va a hacer él? No dejarás…
Se acercó a Emily, imitando de nuevo a Gladstone. Se estiró la impecable pechera de la camisa y la estrecha corbata de lazo y, llevándose a la nariz unos quevedos imaginarios, se quedó mirándola sin parpadear. Sostuvo en alto la mano derecha con el puño casi cerrado, pero como si la artritis le impidiera tensar sus hinchadas articulaciones.
– «¡Tenemos que ganar! -exclamó con fervor-. En los sesenta años que llevo en el poder nunca ha habido tantas cosas por las que luchar. -Tosió, carraspeó y continuó con un tono aún más ampuloso-: Sigamos adelante con la excelente labor que tenemos entre manos, y depositemos nuestra confianza no en los terratenientes y aristócratas…» -Se interrumpió-. ¡Se supone que tienes que aplaudir! -dijo a Emily con brusquedad-. ¿Cómo quieres que siga sí no haces bien tu papel? Estás en un mitin. ¡Compórtate como exige la ocasión!
Читать дальше