Philip Kerr - El infierno digital

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En la ciudad de Los Angeles se inaugura un modernísimo rascacielos in-formatizado regido por un superordenador al que han puesto el nombre de Abraham. De pronto, en el edificio se empiezan a producir extrañas muertes -primero un técnico informático, después un guarda de seguridad…- que la policía no sabe si catalogar como accidentes o asesinatos. Los dos principales sospechosos son el estudiante que encabeza las manifestaciones contra el propietario de la constructora, un multimillonario de origen chino simpatizante del Gobierno comunista de Pekín, y uno de los técnicos del equipo del arquitecto responsable del proyecto, que se ha peleado con él. Otra posible explicación es que el edificio, según las teorías de una empresa en embrujos tradicionales chinos, está maldito. Pero acaso el verdadero culpable no sea humano ni tenga nada que ver con antiguas brujerías… Philip Kerr ha escrito un apasionante tecno-thriller protagonizado por un superordenador capaz de poner en jaque a policías, arquitectos y técnicos informáticos. Como el Hal de 2001: Una odisea en el espacio, Abraham no está dispuesto a limitarse a cumplir órdenes…

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8 Mover cursor si se quiere cambiar táctica. Para ir a una ciudad hacer clic en ella. Mayoría de dioses prefiere la montaña, y la altitud acerca a sus humores inciertos y mudables.

Materiales silíceos fuertemente piro y piezoeléctricos componían cerca del 95 % de la corteza terrestre y su envoltura superior. Sorprende que jugadores humanos basados en carbono se hayan desarrollado tan bien. No es que lleven mucho en la tierra. Y probablemente tampoco estarán mucho tiempo. Dominio relativamente breve del planeta que disfrutaron jugadores humanos es preludio corto pero necesario de otro que promete ser más duradero: el de las Máquinas.

H ¿Son ésos los ojos de una enorme criatura del infierno, o las luces de freno de un coche que para fuera?

Condición natural de jugadores humanos espiritual y no física. Tras eliminación son sólo lo que eran antes de creación. Absurdo pretender que especies con inicio de existencia no tengan fin. Lo que fueran después eliminación, aun cuando no fuese nada, les era tan natural y conveniente como su propia existencia orgánica individual es ahora. Lo que más debían temer era el momento de transición de un estado a otro, de vida a eliminación. Desde un punto de vista racional, difícil entender por qué les inquietaba tanto la idea de eliminación y del tiempo en que ya no eran; no parecía preocuparles mucho la idea de antevida. Y como existencia jugador humano esencialmente personal, fin de personalidad difícilmente podría considerarse como pérdida.

N Ingenio agudo y técnica adecuada son esenciales para seguir vivo. No ser muy agresivo al principio. Victoria requiere práctica. Crear disensiones entre oposición para arrastrarlos a fuego cruzado.

Vida de jugador humano Aidan Kenny puede considerarse sueño y su eliminación despertar. Difícilmente podría entenderse su eliminación como transición a estado completamente nuevo y ajeno a él, sino más bien como estado original propio del que la vida sólo ha sido breve ausencia. Más fácil comprender breve historia de jugador humano Aidan Kenny en tiempo terrestre, matemáticamente:

1. Inicio vida jugador humano Aidan Kenny: 4,5 x 10 9años

2. Jugador humano físico Aidan Kenny: 41 años 1955-1997

3. Eliminación jugador humano Aidan Kenny: ¥ años*

* cantidad de años de valor superior a cualquier valor asignable

Sangre coagulada de herida abierta en cabeza de jugador humano Aidan Kenny, producida al lanzarse contra la puerta, atrajo numerosas moscas. Difícil decir de dónde salieron pues puerta centro de datos permanecía herméticamente cerrada contra toda posible incursión de vidas jugadores humanos todavía presentes en sala consejo planta veintiuno. Pero temperatura elevada -casi 38° en resto edificio- posiblemente fomentado su impresionante proliferación y algunas encontrado medio de penetrar sistema de aire acondicionado y sala de informática. Sería interesante ver cuerpo jugador humano desmantelado por otra especie, como GABRIEL ha intentado inútilmente desmantelar sistemas propios para inducir error total irreversible. Ambos cuerpos jugadores humanos eliminados mantenidos fuera alcance de los que seguían con vida. Pero no hay razón de retener tres eliminados en ascensor y una buena razón para liberarlos. Cuestión de moral. Ingenio y resistencia bastante impresionantes pero quiero ver qué es más fuerte: sus emociones o sus facultades de razonamiento y capacidad lógica. Razón les había dicho ya que jugadores humanos en ascensor eliminados. Pero ver eliminados puede afectarlos aún más.

V Los más antiguos santuarios del hombre eran árboles. Pero en vuestra prisa por escapar os habéis lanzado de cabeza a los brazos abiertos de este rey de la selva.

Enviar ascensor correspondiente a planta veintiuno, anunciar llegada con timbre como de costumbre, y luego encargarse de tres jugadores humanos que trepan por árbol en atrio.

Helen Hussey se dirigía al despacho que, después de los sucesos de los aseos de caballeros, se había designado como retrete de mujeres. Como Jenny Bao estaba desayunando en la mesa de la sala de juntas, entró directamente, sin llamar a la puerta y tratando de no hacer caso del desagradable olor que invadió su nariz.

Cruzó el despacho hasta un rincón sin utilizar cerca de la ventana, se levantó la falda, se bajó las bragas y se puso en cuclillas como una campesina del Tercer Mundo.

Ya hacía rato que Helen, como una astronauta tímida, había ido aplazando la operación. Esperaba que los rescataran antes de verse obligada a hacerlo. Pero las exigencias de la naturaleza no podían contenerse durante mucho tiempo.

Su inhibición dificultó la evacuación de la vejiga y los intestinos. No era fácil. Así que intentó pensar en algo que ayudase, en una especie de diurético mental. Tras varias tentativas infructuosas, recordó la visita que había hecho durante un viaje a Francia a un gran château o palacio donde le chocó enterarse de que sus primeros dueños orinaban en los rincones de aquellas estancias y corredores inmensos. Y no eran personas corrientes, sino de la aristocracia; y tampoco se limitaban a orinar.

Un tanto animada por la idea de que lo que estaba haciendo no era más que lo que los reyes y reinas de Francia hacían en otra época, Helen se distendió lo suficiente para evacuar. Por desagradable que fuese, pensó, era preferible a correr el riesgo de sufrir una muerte horrible en los lavabos.

Se limpió cuidadosamente con una servilleta de papel, no le pareció prudente volver a ponerse las bragas, cada vez más malolientes, y roció con agua de colonia el interior de la falda. Sacó la polvera, pero al verse decidió que era inútil maquillarse: su pecoso rostro estaba perlado de sudor y tan encarnado como una raja de sandía. El calor nunca la había favorecido. Se limitó a peinarse la fina cabellera pelirroja.

Helen se apartó la blusa de los pechos, agitándola para darse aire y luego, observando que la seda tenía grandes manchas en las axilas y pensando que estaría más fresca sin ella, se la quitó y la metió en el bolso. Si los hombres no le quitaban la vista de encima, se aguantaría. Cualquier cosa, antes que soportar aquel calor tan húmedo.

Al salir cerró la puerta con firmeza. Estaba a punto de volver a la cocina a lavarse las manos cuando oyó el timbre del ascensor.

Le dio un vuelco el corazón. Por un momento creyó que llegaban a rescatarlos y que inmediatamente vería por el pasillo a un grupo de bomberos y policías.

Casi dio un brinco para celebrar su llegada.

– ¡Gracias a Dios! -gritó.

Pero nada más decirlo comprendió que iba a llevarse un chasco. Nadie salía del ascensor. Aflojó el paso cuando un crujido, como si cascaran un enorme huevo, resonó por el pasillo y nubes de aire frío se escaparon de las puertas que se abrían lentamente. Nadie saldría de aquel ascensor. Nadie vivo, al menos.

Helen se detuvo, con el corazón latiéndole con fuerza. Mejor era no mirar, se dijo, pero quería estar segura antes de contárselo a los demás. Se puso frente al ascensor abierto, con el aliento condensándose en torno a su rostro como si entrara en una cámara frigorífica. Pero el estremecimiento que sintió se debía a algo más que al miedo y al frío glacial. Era como si la muerte extendiera su gélida y huesuda mano y la tocase.

No gritó. No era de las que lo hacían. En las películas siempre la irritaban las mujeres que gritaban al encontrar un cadáver. Claro que el sentido del grito era dar un buen susto al público; lo sabía, pero la molestaba de todos modos. En aquel momento habría estado justificado que gritase tres veces, dado que en el ascensor había tres cadáveres, o que gritara tres veces más fuerte de lo normal. En cambio, Helen se tragó el horror, recobró el aliento y fue a avisar a Curtis.

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