Ruth Rendell - Carretera De Odios

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El inspector Wexford regresa para enfrentarse a un caso de talante ecologista. Hasta su propia esposa ha sido tomada como rehén, mientras avanzan las obras de una nueva carretera que causará irremediables daños en el entorno natural de su pueblo. Intriga, crítica social e imprevisibles psicologías.

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Royall bajó del coche seguido de Freya. La joven abrió una de las portezuelas traseras, y cuatro sabuesos pequeños salieron corriendo en todas direcciones. Les llevó unos instantes reunirlos a todos y meterlos en la autocaravana. Freya llevaba su sempiterno atuendo de momia, y en un momento dado tropezó y cayó de bruces. Después de que Royall intentara limpiarle el barro de la ropa, la joven subió al coche, y su compañero, a la cabina de la autocaravana.

Karen esperaba que volvieran a Marrowgrave Hall, y así fue. Cuando llegaron, Patsy Panick apareció en la puerta principal, se echó a reír y batió de palmas cuando Royall y Freya soltaron a todos los perros. Karen había oído decir que algunas personas tiemblan como gelatina, pero nunca había presenciado el fenómeno. La grasa de Patsy se agitaba como si llevara la ropa rellena de globos.

Los sabuesos correteaban en círculos meneando el rabo. Karen contó once ejemplares. Brendan y Freya consiguieron cogerlos y meterlos en la casa. Patsy entró tras ellos y cerró la puerta mientras, a buen seguro, exhortaba a todos ellos, seres humanos y perros, a comer algo.

El sopor volvió a apoderarse de Karen. Hacía cada vez más calor, y llegó a quedarse dormida por una fracción de segundo. La despertaron los ladridos. Las dos personas a las que vigilaba salieron de la casa rodeadas de su juguetona jauría. Mientras los hacían subir a la caravana y Brendan cargaba en ella una maleta, una mochila y una bolsa de lona, Karen llamó a la comisaría de Kingsmarkham.

– Se van -anunció-. Voy a seguirlos para averiguar adonde van, pero creo que se marchan lejos.

– El inspector jefe quiere hablar contigo. Te paso.

– En cuanto acabe, quiero que vuelva aquí. ¿Recuerda a una mujer de Londres que había viajado a África y que estaba enferma?

– Por supuesto, señor.

– Tendrá que ir a verla en cuanto acabe con Royall y su amiga.

La autocaravana estaba atestada de perros y equipaje. Por lo visto, Freya no iba a acompañar a Brendan. Por un instante, Karen creyó que se iría por su cuenta, pero lo único que hizo fue aparcar el coche en el enorme garaje vacío. Patsy y Bob salieron de la casa, Bob con algo en la mano, un trozo de pizza o quizás un bocadillo. Brendan se despidió de Freya cogiéndole las manos y mirándola profundamente a los ojos durante largo rato. Acto seguido abrazó y quizás besó a Patsy, aunque desde tan lejos no podía asegurarlo, dio una palmada en la espalda a Bob, agitó el brazo, seguramente para despedirse de la casa, y subió a la cabina de un salto. Karen se ocultó entre los árboles.

Royall conducía la caravana con mucha más cautela que el 2CV. Los sabuesos no cesaban de ladrar. Karen lo siguió por Forby y por la carretera de Stowerton. Tenía razón; Brendan no se dirigía a ningún lugar próximo a Kingsmarkham ni las obras de la nueva carretera, sino que conducía hacia la M23 para tal vez enlazar con la M25. Lo siguió hasta llegar a la entrada de la autopista y acto seguido volvió sobre sus pasos para regresar a Kingsmarkham por la antigua carretera de circunvalación.

Una vez en la comisaría, lo primero que hizo fue preguntar si había noticias de Planeta Sagrado. Damon, quien le contó que había seguido a Conrad Tarling a pie todo el santo día, pues era cierto que jamás utilizaba el coche, le explicó que no habían dado señales de vida. Ya habían transcurrido más de setenta y dos horas o tres días, lo que aún se antojaba más tiempo, desde que encontraran el mensaje en la maleta de Dora Wexford. Damon había dejado a Conrad Tarling en la copa de un castaño, donde el Rey del Bosque había entrado en su casa antes de bajar la cortina de lona y sin duda acurrucarse en el interior como una ardilla.

– Espero que podamos vemos esta noche.

Karen, que se había vuelto hacia la pantalla de su ordenador, repuso que, en cierto modo, sí podían.

– ¿Cómo que en cierto modo?

– Podemos ir a Londres y hablar con una mujer llamada Frenchie Collins que tal vez haya comprado un saco de dormir de camuflaje. ¿Conduces tú?

– Encantado.

– En cuanto a los huesos que esos niños encontraron en el montículo de tierra de Stowerton Dale -explicó Wexford mientras hojeaba el informe forense que acababa de llegar-. Tibia de vaca y corvejón de cerdo, como sospechábamos. Y ahora la ropa que llevaba Dora… Traje chaqueta de hilo color marrón, blusa de crepé a motas color ámbar y blanco… ¿Qué narices es el crepé, Mike? Zapatos de cuero marrón, medias de un color llamado «casi marrón», sujetador blanco de seda y lycra, braguitas blancas de seda con blonda color café. Creo que es correcto. Una manchita en la blusa que se ha identificado como café y un compuesto líquido de soja, la leche de soja. Debo decir que Dora consiguió mantenerse muy limpia; yo me habría puesto perdido de espaguetis y mermelada. Y ahora algo que nos animará. Han encontrado gran cantidad de sustancias interesantes en su falda. Cabellos suyos y otros de una persona joven, largos y oscuros, o sea que probablemente eran de Roxane Masood. Un cóctel de gránulos de tiza, migas de pan, telarañas, polvo de piedra caliza, arena y pelos de gato. Muchos pelos de gato procedentes de un siamés y de un gato negro.

– Hay siete millones de gatos en Gran Bretaña -constató Burden en tono neutro.

– ¿En serio? En cambio, no hay siete millones de parejas de gatos formados por un siamés y un gato negro -replicó Wexford antes de seguir leyendo el informe-. Limaduras de hierro, lo que señala a una fábrica o taller… Y escucha esto. También han encontrado un tipo de polvo que, en su opinión, podría ser la sustancia que se adhiere a las alas de las mariposas y las polillas.

– ¿Qué?

– Por lo visto, sigue el informe, las alas de las mariposas y las polillas no son de un color fijo, como es el caso de las plumas de ave o el pelaje de los animales, sino que son fruto de una combinación de polvos de distintos colores. Si pierden ese polvo, no pueden volar. El informe insinúa que tal vez la falda de Dora, que era bastante larga, se restregó contra una telaraña en la que había muerto una mariposa o una polilla…

– ¿Qué pasa?

Wexford había enmudecido. Releyó el pasaje anterior, dejó el informe sobre la mesa y alzó la mirada.

– El polvo era de color rosa y marrón, Mike.

– ¿Y? Hay muchas mariposas de color rosa y marrón.

– ¿Ah, sí? Pues a mí no se me ocurre ninguna. Negro y rojo, blanco, amarillo y naranja…, pero ¿rosa? El único insecto marrón con alas de color rosa… con la cara inferior de las alas de color rosa que se me ocurre es la Rosy Underwing, una mariposa muy inusual. Vive en Europa y Japón, pero en este país sólo se encuentra en algunas zonas de Hampshire y el este de Wiltshire.

– ¿Cómo lo sabes?

– Porque últimamente me han interesado bastante estos temas. Debe de ser por la maldita carretera de circunvalación. Bueno, la cuestión es que he leído bastantes cosas sobre la Araschnia levana y por el camino me he topado con muchos otros bichos.

Burden lo miró con una sonrisa. El inspector jefe nunca dejaba de sorprenderlo.

– No sé por qué recuerdo lo de la Rosy Underwing, pero la recuerdo. Por supuesto, lo verificaremos. ¿Qué te parece por Internet? Lo que sí recuerdo es que en Wiltshire hay algunos ejemplares. ¿A quién conocemos en Wiltshire?

– A la familia de Conrad Tarling -repuso Burden tras breves segundos.

– Exacto. ¿Tenemos la dirección?

– Sí, en el ordenador.

Al cabo de veinte minutos disponían de toda la información sobre las mariposas británicas y europeas, así como sobre el historial familiar y la biografía de los Tarling. Los padres de los tres hermanos Tarling vivían en Queringham House, Queringham, Wilts. Wexford ya había consultado el Gran Atlas de Carreteras de Gran Bretaña para calcular las distancias. Un escalofrío le recorrió el cuerpo de pies a cabeza al pensar que tal vez habían encontrado una pista…

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